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Esthela Calderón y portada del poemario. LA PRENSA/C. MALESPÍN

Soplo de Corriente Vital

Esthela Calderón publica con su nuevo poemario, versos de corte ecológico, el canto a la tierra, el nacimiento de los frutos apreciado como el suceso esencial de la vida. El libro está disponible en las principales librerías del país Narcisos Los narcisosnacieron amantes de su lozaníay de su cándida manera de existir. Todos los días,ensayan […]

  • Esthela Calderón publica con su nuevo poemario, versos de corte ecológico, el canto a la tierra, el nacimiento de los frutos apreciado como el suceso esencial de la vida. El libro está disponible en las principales librerías del país

Narcisos

Los narcisos
nacieron amantes de su lozanía
y de su cándida manera de existir.

Todos los días,
ensayan sus vaivenes
con jóvenes túnicas de instantes.

Ellos son venenosos patanes
de encumbrados olores.

Las comadronas saben
que les gusta seducir
con brebaje de sus tiernas hojas
a las asustadas magnolias.

Que la niña se llama magnolia solita y sola…
cantan los narcisos.

La bebida irrumpe en la vida de las vidas
antes de que se atrevan a vivir.
Un incendio de culpa
incrustado como hiedra
aparta a las magnolias de los narcisos.

En el meridiano,
siempre existirán ellas, asustadas.
En el rocío, las imágenes de ellos…
Seductores, van coleccionando hojitas
antes de que toquen su faz.

Madroño
Para Socorro

Monja selvática,
alta como torre blanca sobre el campo,
árbol primero entre las variantes verdes de toda la montaña.

Arropada en tu telón oloroso
mi voz, junto a tu voz,
creció en diciembre,
magnificando otros nombres en tu nombre.

Los sueños verdaderos, amanecidos y oscuros
siguieron la ruta perfumada entre los montes
hasta tu cuerpo escamoso y bronceado.
Desde allí, la infancia mía recorrió tus ramas,
cortando las flores.
Junto a ellas en cada Gritería, mi vida retoñó.

Los pétalos que te abrazan
son besos que las nubes han ido derramando,
pesadillas endiosadas.
Son de los cantos en la garganta de una anciana
que se apaga poco a poco sin remedio.

Caminos te adelantan, y tu surco familiar
hunde garfios de ceniza en el insano luto
que te va regalando la muerte
bajo el antifaz del progreso.

Almendro

Ella, niña pródiga, siempre lo buscaba.
En medio de la algarabía de los ayotes en miel,
corría a pedirle un hoja para usarla como plato.

Regresaba y se sentaba en sus piernas
y así, mientras comían aquel manjar de diciembre,
la abanicaba con sus delgados dedos.

A veces, fueron cara contra cara,
un eco violento que
desde el suelo trazaba su danza.

Lo amó a su conveniencia,
y él la amó radiante y dulcemente
hasta en sus sueños.

Los ligeros días, corrales de finca,
lluvias y nubes, todo
trajo un cuarto menguante de olvido,
y cien lágrimas de corazón rojo
cayeron de aquel almendro.

Ella, mujer pródiga en la ceñida vida
de dulces enlatados y vajillas chinas,
recuerda que para indagar en el tiempo,
hay que mirar los almendros
y aprender a comer lágrimas.

La Prensa Literaria

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