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Sombras. Grabado. Oscar Rodríguez. LA PRENSA/O. Valenzuela

Poesía Nicaragüense

El cielo puede esperar Raúl Xavier García Los que prefieren seguir soñando y mirara lo lejos las espumas de la vida,aprendiendo cómo les llega el amora los marineros.A ellos les llaman “Los hijos del sol”,piensan que siempre podrá subiry bajar el agua y sus quehaceresmoviendo simplemente su cuerpomuchas veces.Pero se equivocan. Se hunden mi amorpara […]

El cielo puede esperar

Raúl Xavier García

Los que prefieren seguir soñando y mirar
a lo lejos las espumas de la vida,
aprendiendo cómo les llega el amor
a los marineros.
A ellos les llaman “Los hijos del sol”,
piensan que siempre podrá subir
y bajar el agua y sus quehaceres
moviendo simplemente su cuerpo
muchas veces.
Pero se equivocan. Se hunden mi amor
para bien de los míos y los tuyos.
No es el sexo quien nos llama
hacia lo húmedo de la montaña,
ni el hiriente calor de un desierto,
sino el vivir a plenitud al momento
de la entrega.Porque así como los deseos tienen
alas para volar,
nosotros podemos vernos a los ojos
y tocarnos
para olvidar esas palabras que nacen
en el jardín de la noche.

Cuando estoy triste en Granada

Fernando López Gutiérrez

Cuando estoy triste,
me levanto sobre la ciudad que habito,
aspiro aire de sus montañas vecinas,
recojo brisa de su lago inmenso,
atesoro flores de su bosque encantado,
descanso en sus islas fascinantes
y luego regreso a tu pecho
donde anida la felicidad
en algún rincón de las vetustas calles
de nuestra Granada amada.

San Alejandro, abril 2008.

Juegos nocturnos

Guillermo Rothschuh Villanueva

¿Ves este lunar?
¿Te gusta?

Descubre los secretos
de mi cuello de garza.
¿Lo quieres?

Mira mis pechos,
¿te atrae la rosadez de mis pezones?

En la perfección de mi ombligo
sólo cabe una gota de miel.

Asómate, ven a ver
la curvatura de mis nalgas.
Desliza suavemente tu mano.
¿no te tienta palpar
la simetría de mis prados
en la oscurana del bosque?

Dime ¿qué te atrae de mí?
Ya que lo pides,
debo confesarte, lo más excitante
la forma en que me tiendes en la cama,
lames mis poros y bates tus caderas
precipitándonos en un letargo alucinante.

¡Para! ¡Por favor no sigas!
Mañana continuaremos
con estos juegos de espejos
que iluminan el cielo
y presagian la tormenta.

La Prensa Literaria

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