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Huellas. Jorge Tablada

Poesía mexicana Octavio Paz

Dos cuerpos Dos cuerpos frente a frente son a veces dos olas y la noche es océano. Dos cuerpos frente a frente son a veces dos piedras y la noche desierto. Dos cuerpos frente a frente son a veces raíces en la noche enlazadas. Dos cuerpos frente a frente son a veces navajas y la […]

Dos cuerpos

Dos cuerpos frente a frente

son a veces dos olas

y la noche es océano.

Dos cuerpos frente a frente

son a veces dos piedras

y la noche desierto.

Dos cuerpos frente a frente

son a veces raíces

en la noche enlazadas.

Dos cuerpos frente a frente

son a veces navajas

y la noche relámpago.

Dos cuerpos frente a frente

son dos astros que caen

en un cielo vacío.

Visitas

A través de la noche urbana de piedra y sequía

entra el campo a mi cuarto.

Alarga brazos verdes con pulseras de pájaros,

con pulseras de hojas.

Lleva un río de la mano.

El cielo del campo también entra,

con su cesta de joyas acabadas de cortar.

Y el mar se sienta junto a mí,

extendiendo su cola blanquísima en el suelo.

Del silencio brota un árbol de música.

Del árbol cuelgan todas las palabras hermosas

que brillan, maduran, caen.

En mi frente, cueva que habita un relámpago…

Pero todo se ha poblado de alas.

Acabar con todo

Dame, llama invisible, espada fría,

tu persistente cólera,

para acabar con todo,

oh mundo seco,

oh mundo desangrado,

para acabar con todo.

Arde, sombrío, arde sin llamas,

apagado y ardiente,

ceniza y piedra viva,

desierto sin orillas.

Arde en el vasto cielo, laja y nube,

bajo la ciega luz que se desploma

entre estériles peñas.

Arde en la soledad que nos deshace,

tierra de piedra ardiente,

de raíces heladas y sedientas.

Arde, furor oculto,

ceniza que enloquece,

arde invisible, arde

como el mar impotente engendra nubes,

olas como el rencor y espumas pétreas.

Entre mis huesos delirantes, arde;

arde dentro del aire hueco,

horno invisible y puro;

arde como arde el tiempo,

como camina el tiempo entre la muerte,

con sus mismas pisadas y su aliento;

arde como la soledad que te devora,

arde en ti mismo, ardor sin llama,

soledad sin imagen, sed sin labios.

Para acabar con todo,

oh mundo seco,

para acabar con todo.

Agua nocturna

La noche de ojos de caballo que tiemblan en la noche,

la noche de ojos de agua en el campo dormido,

está en tus ojos de caballo que tiembla,

está en tus ojos de agua secreta.

Ojos de agua de sombra,

ojos de agua de pozo,

ojos de agua de sueño.

El silencio y la soledad,

como dos pequeños animales a quienes guía la luna,

beben en esos ojos,

beben en esas aguas.

Si abres los ojos,

se abre la noche de puertas de musgo,

se abre el reino secreto del agua

que mana del centro de la noche.

Y si los cierras,

un río, una corriente dulce y silenciosa,

te inunda por dentro, avanza, te hace oscura:

la noche moja riberas en tu alma.

Raíz del hombre II

Ardan todas las voces

y quémense los labios;

y en la más alta flor

quede la noche detenida.

Nadie sabe tu nombre ya;

en tu secreta fuerza influyen

la madurez dorada de la estrella

y la noche suspensa,

inmóvil océano.

Amante, todo calla

bajo la voz ardiente de tu nombre.

Amante, todo calla. Tú, sin nombre,

en la noche desnuda de palabras.

Cerro de la estrella

Aquí los antiguos recibían al fuego

Aquí el fuego creaba el mundo

Al mediodía las piedras se abren como frutos

El agua abre los párpados

La luz resbala por la piel del día

Gota inmensa donde el tiempo se refleja y se sacia

A la española el día entra pisando fuerte

Un rumor de hojas y pájaros avanza

Un presentimiento de mar o mujeres

El día zumba en mi frente como una idea fija

En la frente del mundo zumba tenaz el día

La luz corre por todas partes

Canta por las terrazas

Hace bailar las casas

Bajo las manos frescas de la hiedra ligera

El muro se despierta y levanta sus torres

Y las piedras dejan caer sus vestiduras

Y el agua se desnuda y salta de su lecho

Más desnuda que el agua

Y la luz se desnuda y se mira en el agua

Más desnuda que un astro

Y el pan se abre y el vino se derrama

Y el día se derrama sobre el agua tendida

Ver oír tocar oler gustar pensar

Labios o tierra o viento entre veleros

Sabor del día que se desliza como música

Rumor de luz que lleva de la mano a una muchacha

Y la deja desnuda en el centro del día

Nadie sabe su nombre ni a qué vino

Como un poco de agua se tiende a mi costado

El sol se para un instante por mirarla

La luz se pierde entre sus piernas

La rodean mis miradas como agua

Y ella se baña en ellas más desnuda que el agua

Como la luz no tiene nombre propio

Como la luz cambia de forma con el día.

Mar por la tarde

A Juan José Arreola

Altos muros del agua, torres altas,

aguas de pronto negras contra nada,

impenetrables, verdes, grises aguas,

aguas de pronto blancas, deslumbradas.

Aguas como el principio de las aguas,

como el principio mismo antes del agua,

las aguas inundadas por el agua,

aniquilando lo que finge el agua.

El resonante tigre de las aguas,

las uñas resonantes de cien tigres,

las cien manos del agua, los cien tigres

con una sola mano contra nada.

Desnudo mar, sediento mar de mares,

hondo de estrellas si de espumas alto,

prófugo blanco de prisión marina

que en estelares límites revienta,

¿qué memorias, qué rocas, yelos, islas,

informe confusión de aguas y nada,

qué mares, encendidos prisioneros,

dentro de ti, bajo tu pecho, cantan?

¿Qué violencias recónditas, qué labios,

conmueven a tu piel de verdes llamas?,

¿qué desoladas aguas, costas solas,

qué mares invisibles, mar, alías?,

¿dónde principias, mar, dónde te viertes?,

¿dónde principias, tiempo, vida mía,

ejército de humo y de mentira,

a dónde vas, latido, carne, sueño?

¿Dónde te viertes, avidez de nada?

No soy la piedra que se precipita,

soy su caída, y más, soy el abismo,

el círculo de sombra en que se ahonda.

Tiempo que se congela, mar y témpano,

vampiro de la luna —o se despeña:

madre furiosa, inmensa res hendida,

mar que te comes vivas las entrañas.

El Pájaro

En el silencio transparente

el día reposaba:

la transparencia del espacio

era la transparencia del silencio.

La inmóvil luz del cielo sosegaba

el crecimiento de las yerbas.

Los bichos de la tierra, entre las piedras,

bajo la luz idéntica, eran piedras.

El tiempo en el minuto se saciaba.

En la quietud absorta

se consumaba el mediodía.

Y un pájaro cantó, delgada flecha.

Pecho de plata herido vibró el cielo,

se movieron las hojas,

las yerbas despertaron…

Y sentí que la muerte era una flecha

que no se sabe quién dispara

y en un abrir los ojos nos morimos.

Silencio

Así como del fondo de la música

brota una nota

que mientras vibra crece y se adelgaza

hasta que en otra música enmudece,

brota del fondo del silencio

otro silencio, aguda torre, espada,

y sube y crece y nos suspende

y mientras sube caen

recuerdos, esperanzas,

las pequeñas mentiras y las grandes,

y queremos gritar y en la garganta

se desvanece el grito:

desembocamos al silencio

en donde los silencios enmudecen.

Día

¿De qué cielo caído,

oh insólito,

inmóvil solitario en la ola del tiempo?

Eres la duración,

el tiempo que madura

en un instante enorme, diáfano:

flecha en el aire,

blanco embelesado

y espacio sin memoria ya de flecha.

Día hecho de tiempo y de vacío:

me deshabitas, borras

mi nombre y lo que soy,

llenándome de ti: luz, nada.

Y floto, ya sin mí, pura existencia.

La Prensa Literaria

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