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En la tumba de Carlos Martínez Rivas

Una procesión de hormigas azules en medio de una ciudad fosforescente. Una mansión donde se reúnen a cenar gusanos ratas y murciélagos.El sol rasga las ventanas siameses de sangre salpicadas y entre el calor inhumano del trópico frotan sus palabras como los perros exiliados de los sueños. Del rescoldo del horizonte de un día los […]

Una procesión de hormigas azules en medio de una ciudad fosforescente.

Una mansión donde se reúnen a cenar gusanos ratas y murciélagos.El sol rasga las ventanas siameses de sangre salpicadas y entre el calor inhumano del trópico frotan sus palabras como los perros exiliados de los sueños.

Del rescoldo del horizonte de un día los poetas se drogan dulcemente con las cenizas de la utopía y bajo una naranja desnuda se sacuden los piojos del misterio para reírse como muertos entre cerdos alados y guitarras apolilladas.

Diciembre arrastra todos los desarreglos del tercer ojo la ciudad rodeada por un lago de mierda se rasca la lepra

las calles de piedra de ángel de sangre de vanguardia de huesos roídos y los parques tragaluces reverberan frituras donde la poesía se atraganta.

Las sombras marchan sobre el asfalto como por sobre aguas

soportan las flagelaciones del látigo del mediodía paran por catorce estaciones donde compran aguas benditas y siguen su calvario hacia la crucifixión de los sentidos en la ciudad donde brotan huesos y vísceras de poemas fosforescentes que rompen sus oscuros pechos.

Una lápida gris construida a pura sangre a fuego negro sencilla como la vida brillante de un mendigo la estructura rectangular el tamal de cemento de luces de fusibles furtivos.

Una inscripción de hielo de noche en la placa de polvo reza un epitafio para el olvido que nos asegura que esta ceniza que ahí yace el poeta Carlos Martínez Rivas larga mecha quemándose perpetua en la palabra de los locos en la geografía minada de la mente.

Y nosotros

—sombras diurnas que nos alimentamos de hígados azules—

abrimos los grifos de la locura de las botellas en llamas para beber el perdón del pecado original de las aguas inflamadas de sombras y morder la cola de todas las serpientes cuando el tiempo guillotina.

¡Pobres de nosotros que sólo sabemos orinar en las grandes casas de los grandes poetas y beber el ron del paraíso que se vuelve sangre que se vuelve vida que se vuelve tinta!

¡La inmolación! ¡¡la inmolación!! ¡¡¡la inmolación!!!

La palabra vomita sus imágenes en las cunetas donde corre el invierno del tiempo y los poetas entrenados en el arte del dolor ríen con sus caras pintadas con la tinta negra que a diario brota de sus vísceras.

Ahí en la ciudad del silencio luminoso de la noche de astros engusanados llegan las sombras sedientas cuando en sus cabezas estalla la razón.

La poesía es la llave oxidada que abre la puerta de lo imposible que conduce a los patios del polvo es la mano que sostiene la llave oxidada que abre la puerta del infierno que purifica los sentidos que nacen de nuevo en el follaje de otra tierra.

La poesía es la mentira que me digo mientras los calendarios

y las ventanas las sombras en la ciudad de Granada nos quedamos desenterrando los huesos fosforescentes del poema mientras desde el estercolero de su tumba el poeta maldito se revuelca y bebe el ron amarillo que las ventanas descuidan para seguirse parapetando contra la soledad.

ALFONSO FAJARDO (El Salvador, 1975).

Fundador del Taller Literario TALEGA en 1993, una de las agrupaciones literarias más importantes de la década de los noventa y principios del nuevo siglo. Tiene más de una docena de premios nacionales, entre ellos los primeros lugares de los Juegos Florales de Cojutepeque, 1994; de Santa Tecla, 1995; XVIII Juegos Florales Salvadoreños, Zacatecoluca, 1995; de San Vicente, 1995; de Usulután, 1997; de Santa Ana, 1999; de Cojutepeque, 2000; Gran Maestre, rama Poesía, 2000, otorgado por CONCULTURA ; Premio Unico, Premio Brasil de Poesía en homenaje a Roque Dalton, organizado por la Embajada de Brasil y el Centro de Estudios Brasileños, 2001. Además, tiene los premios internacionales: LXV Premio Hispanoamericano de Poesía, y Juegos Florales de la ciudad de Quetzaltenango, Guatemala, 2002. Participó en el Primer Festival Internacional de Poesía de Granada.

La Prensa Literaria

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