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LA PRENSA/GETTY IMAGES

En una noche relampagueante

En una relampagueante noche de agosto, estaba como siempre en su escritorio, pensativo en su futuro negocio, Juan Fernando; pues era un acaudalado exhacendado que por suerte del destino se vio apretado en negocios de empresas, habiendo traído a su país un titulo de tal razón.

En una relampagueante noche de agosto, estaba como siempre en su escritorio, pensativo en su futuro negocio, Juan Fernando; pues era un acaudalado exhacendado que por suerte del destino se vio apretado en negocios de empresas, habiendo traído a su país un titulo de tal razón.

Entre tanto, “suena,” que para él sonaba fastidioso, la tecnología del último momento era lo más grandioso para algunos de tan solo tenerlo, de no poder nunca terminar de hablar, únicamente y simplemente un celular.

Lo sustrajo de su faja y dijo: ¡Halo!, ¿Dígame? Era una llamada de su bella y hermosa secretaria que le recordaba la recepción en lo que menos tardaría su sueño de una futura señora Gutiérrez.

Y asistió el hombre que en su vida de niñez hablaba tan solo pocas palabras, más no le afectaba en nada ese leve aspecto habitual de su carácter. Se fue él que parecía saberlo todo a tomar algo del buffet.

En eso se encontró con una mujer, era el deber de describirla tan grandiosa y fértil belleza, altura casi los seis, ojos de un cielo despejado, piel color de pétalos de rosas blancas y entre sus manos la bebida favorita de ella y de los grandes el ¡champagne! Con la mirada casi acogedora, lo miró y pasó en su breve pensamiento aquí esta mi segundo Bermúdez.

Comenzó el lindo y tierno Juan Fernando que se había perdido en tantos años, desde su primera esposa; pero ella, Amanda en lo primero que se fijó, fue en sus zapatos que brillaban con la tierna luz que daba el foco y el reloj de oro de cinco mil dólares y pensó: Bueno, a como lo aconsejaba la abuela.

Comenzaron una larga y entretenida plática quedando de acuerdo en lo que más le parecía a Amanda, para volverse a encontrar.

No se podría decir si era por cortesía, o porque ya se miraba por donde giraría el barco; ya que los dos tenían unos signos zodiacales, pasión con fuego. Aunque todo parece de maravillas para la enlazada pareja. Se encontraron en el teatro que llevaba el nombre de un destacado escritor y se entretuvieron mucho con el baile del fabuloso y mencionado coreógrafo que hacía sudar la gota, hasta al más tieso bailarín.

Todo iba bien, para la supuesta afortunada pareja, creyendo uno que había encontrado a su reina abeja y aquella a su macho fiel a la colmena.

En un viaje de tantos, que hacía el importante emprendedor de todo referente a consumo y provecho de ganancias, se vio ante la tentativa de una glamorosa y brillante intelecto, que él pudo observar mediante su ya desarrollado análisis, que es de mencionarla… Almira, una joven emprendedora de origen árabe.

Almira cuando lo vio, pasaron muchas fábulas de niñez, cuentos de hadas, pero con todo, supo dominar sus impulsos y a lo único que se limitó fue a decirle un hola, aunque con una coquetería que daba la imagen de un baile al estilo de su ya conocida tierra.

Él a pesar de lo impresionado de esta mujer, más sus penetrante ojos color dulce miel supo inmediatamente que tenía un compromiso.

Mientras tanto, Amanda como toda cazadora esperaba el regreso de su ingenua “pareja” en una discoteca acompañada supuestamente de un primito, el cual ardientemente le daba respiración boca a boca.

Pesada tras la noche anterior, lo llamó para confirmar su poderío, y así le contestó como un esclavo a un emperador; quedaron en encontrarse en un restaurante, uno de clase “A,”. Sentados ya en la mesa, él lucía su último traje hecho en la mejor sastrería del país y a ella ni siquiera le inspiraba cambiarse de perfume, pero quien los veía decía: ¡Qué pareja más linda!. Como era de imaginarse, él le contó sus planes y su estado financiero; de inmediato se le fue la trasnochada que tuvo ella y pensó: es ahora o nunca; y en una leve seña lo llevó, donde cualquier farandulero y despiadado fanático de las películas de adultos desearía haber estado.

La relación llevó su rumbo hasta alcanzar los siete años de unión y ella acumulaba cuentas que hacían que cualquier mujer las gozara; llegó el momento donde él pensaba haberla puesto a prueba y le propuso lo que toda mujer desea, le pidió casamiento.

Ella nunca le quiso tener un hijo, pues se encontraba el primo y el que sin dudar había sido el supuesto pariente.

El cómo todo acaudalado, lo puso todo a su nombre y ella a un año del hecho transcurrido, premeditaba como dejarlo. Planeó todo para que él viera su gruesa máscara y al tipo que se la pintó, por nueve largos años.

Una noche le dijo: Salgamos —acaban de inaugurar una disco, él aseveró: un está bien. Llegaron y el despreciable primito la esperaba en una de las mesas, mientras ella llegaba con el desafortunado esposo, en eso de las sorpresas, él conocía al primito, ella quedó desconcertada, pero disimuló, él le dijo: ¿Que tal Enrique, como te ha ido? Y él le respondió: muy bien, al contarte que tu esposa es mi amante, — él no se desconcertó, y le respondió: puedes quedarte con ella. A lo que Enrique le contestó: y con tu dinero. Fernando le expresó: con todo menos con mi dinero, ya que lo que a ella le enseñaba eran simplemente papeles que no tienen validez, siempre supuse que había gato amarrado.

Y así el ingenuo Juan Fernando quedó en otra relampagueante noche de agosto.

La Prensa Literaria

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