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LA PRENSA/B.PICADO.

Abril hace lo que quiere

Ashia estuvo varios días bajo observación médica. En las pocas horas que dormía, soñaba con el pescador que desde su bote le gritaba algo. Ashia se acercó a la orilla de la playa y colocó su mano derecha en su oído amplificando los sonidos que le llegaban.

Por Arquímedes González

Ashia estuvo varios días bajo observación médica. En las pocas horas que dormía, soñaba con el pescador que desde su bote le gritaba algo. Ashia se acercó a la orilla de la playa y colocó su mano derecha en su oído amplificando los sonidos que le llegaban.

—¡Fue él! —escuchó decir al pescador, pero no estuvo segura. Su novio continuaba gritando, pero se alejó y rápido se perdió de vista.

Otras veces se le venían imágenes extrañas y hasta atemorizantes acompañadas de diálogos sin sentido como si viera una película con absurdas escenas.

—¿Estás bien, Ashia? —le preguntó el pescador en una de esas noches que acudió a ella en sueños.

Ashia lo miró cuando se disponía a apagar las velas del pastel de cumpleaños. Por la casa había varios globos de colores inflados con motivo de su aniversario. Aún no abría sus regalos. Los otros niños aplaudían y cantaban sin que los pudiera escuchar.

Ella le sonrió al pescador y él también.

De deseo pidió vivir para siempre con su amado y sopló apagando las velas.

—¡Ashia!

Buscó tratando de encontrar a la persona que le gritaba.

—¡Ashia!

Se vio corriendo de noche por el pasillo del hospital, mientras a su espalda las luces se apagaban. El corredor era interminable. Vestía una bata blanca. Iba descalza escapando de esa oscuridad que la cercaba.

—Te amo, Ashia.

Ahora aparecía sentada en la banca de un parque. El viento provocaba silbidos profundos y hacían el ambiente más frío. Las hojas de las ramas de los árboles yacían en la grama con colores amarillentos y amarronados.

—No me necesitás, Ashia. Ahora podés hacerlo sola.

Veía a todos lados, pero no había nadie más a su alrededor. ¿Y sus padres dónde estaban? ¿Qué hacía ahí sola? De inmediato, se preocupó porque no recordaba el camino de regreso a casa.

Observó su vestido. Era el que más le gustó de niña. Llevaba unos zapatos de color café. ¿Al fin, dónde estaban su madre y su padre? Pensó que tal vez se ocultaban tras los árboles pues a ella le gustaba jugar a las escondidas.

Ashia se puso de pie. En el parque había árboles llorones, hayas, robles, pinos y abedules con sus ramas desnudas. Dejó la banca y fue hacia el primer árbol. Lo rodeó, pero no había nadie. Fue al segundo, pero comprendió que estaba sola.

Llamó a su padre y luego a su madre.

Nadie le contestó.

Entonces, caminó sin rumbo.

En las calles cercanas no había gente, en las viviendas las cortinas estaban cerradas y en las carreteras no se escuchaban motores de vehículos. Las nubes estaban cerradas. No sabía si era la mañana o la tarde.

Aunque temió encontrarse con el dragón, siguió andando. No vio señales del castillo que a veces distinguía de entre la niebla.

Por el sendero, vio a una niña yendo en un triciclo amarillo.

Corrió hasta alcanzarla.

—Hola —le dijo la niña sin detenerse.

—¿Cómo te llamás? —le preguntó Ashia caminando a su lado.

—Ashia —dijo ella y se puso a reír.

—¿Dónde estoy? —le preguntó Ashia.

—¿Escuchaste eso? —le contestó la niña del triciclo viendo hacia los lados.

Ashia vio para todos lados.

—Tengo que irme —le anunció la pequeña pedaleando más rápido y tocando el timbre de la bicicleta.

Estaba vestida con idéntica ropa que Ashia.

—Alguien viene y está furioso con vos —le avisó.

Entonces, se vio en casa platicando con su mamá.

—Mamá, me da miedo. No lo hagamos, por favor.

La madre la envolvió con sus brazos.

—No, Ashia. Hay que enfrentar a este tipo de niños en cuanto te molestan. No dejés que nadie te haga daño ni te trate mal. Nunca te dejés dominar ni cuando creás que la otra persona sabe lo que más te conviene. ¿Entendido? Y en cuanto alguien te lastime físicamente en tu escuela, contalo a tu maestro y luego a nosotros, por favor. No te quedés callada amorcito. Esto no puede quedarse así. Prometeme que es la última vez que te quedás callada cuando algo te ocurra.

—Sí, mamá.

Un globo de los que estaban en la casa el día de su cumpleaños explotó, pero esta vez despertó en la cama del hospital. No escuchaba ruido. Las cortinas estaban cerradas. Las flores traídas por su papá estaban marchitas.

—Dale fuerte, Ashia.

Se levantó de la cama.

—¿Cómo voy a saber lo que pasará, sino sé lo que ha pasado? —se oyó decirse a sí misma.

El piso estaba frío.

Lento se acercó a la puerta. Abrió y vio el pasillo solitario. Dudó en quedarse, pero al no escuchar a nadie, salió para buscar una enfermera que le diera un calmante contra el dolor de cabeza.

—Dale fuerte, Ashia.

Oyó el insistente tictac de un reloj de pared combinado con los furiosos ladridos de un perro que parecía estar muy cerca.

Se vio en el peñón esperando por el pescador. El viento era fuerte y ella gritaba a todo pulmón el nombre de su amado. La inmensidad del mar no la vencía. Guardaba la esperanza de encontrar a la persona que la hacía feliz. Cada vez que repetía el nombre del pescador, abajo las olas chocaban contra las piedras del risco como contestando a su insistencia.

Tictac, tictac.

—Debés seguir adelante, Ashia.

En el pasillo sintió una presencia maligna.

—Hija, hay que ser valiente. ¿Sabés cómo se van los miedos?

—No.

—A ver, las dos vamos a respirar profundo y mantendremos el aire en nuestro pecho. Ahora, cuando diga tres, lo dejamos salir como si fuéramos globos que se desinflan. Uno… dos… y… tres. ¿Viste? Así se van los miedos.

El perro esta vez gruñó y de nuevo ladró.

Volvió la vista pero no lo vio. Siguió caminando y como la vez anterior, las luces del pasillo se fueron apagando. Aunque apuraba el paso, la oscuridad la alcanzaba.

Tictac, tictac.

Corrió cuanto pudo, sin embargo por mucho que se apresuró, la oscuridad siguió acosándola. Y fue cuando despertó…


Fragmento de la novela que quedó como finalista en el V Premio Nacional Ciudad Ducal de Loeches, de España

La Prensa Literaria España

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