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Benny Moré junto a su orquesta en una presentación en La Habana. LA PRENSA/ARCHIVO.

Benny Moré imagen del sonero puro

Sólo faltaba un año para que cuajara el proyecto norteamericano de imitar en el malecón habanero la seguidilla de hoteles de “Miami Beach” que aún levantan sus crestas en esa ciudad playera..

Aquel moreno deliraba con júbilo de obelisco, con décimas de monumento. La vida cuando está esenciada en estas euforias, es una escultura tallada en la retentiva. Cantaba la majestad campesina del trópico en el Habana Riviera. Era el año 1958. Era Benny Moré.

Ese Benny del misterio, de la incógnita revelada en Cómo fue , sentimental con la maraca en tiempo de bolero, devoto del ritmo “acompasado”, pero agitado cuando se lo proponía la rumba en la tumba.

Sólo faltaba un año para que cuajara el proyecto norteamericano de imitar en el malecón habanero la seguidilla de hoteles de “Miami Beach” que aún levantan sus crestas en esa ciudad playera..

Benny alegraba con su timbre de introducción para sentir con sahumerio de fiesta aquel deslumbrante coloso ataviado de arañas pedantes, estuche acuático en el caribe. Hacía bromas.. Se paseaba la gracia en vivo.

En la charla y canto animosos era posible una referencia sobre el origen agitado de la música cubana. Insistía en vocalizar el himno de su gloria tórrida y bullanguera, en lucir sus galas, sus ancestros africanos, su génesis negra y alborotada, su espiritismo de cordón, recordando a Bayamo y Manzanillo, al cacique Quiriba transfigurado en un “mayohuacán”, cubierto por un cuero y dos cilindros de bambú. Era la estampa irreprochable de la cubanía pura. Otros daban cátedra zalamera de sus conocimientos y de algo vital para sus creencias dentro de las cuales se incrustaba el santerismo. La daban con las manos, con la voz, con el gesto, con la danza en la síntesis eléctrica.

Algo había que destacar con admiración de los músicos que animaban el evento, quizá el último de gran envergadura inaugurado en el moribundo gobierno de Batista. Fluía la dinámica de la transmisión oral, el son, el sucu sucu, el changuí, tres derivaciones animadas en el dios verdadero del son, del guaguancó, de la conga. Ésta es la conga dice el músico con semejanza de maestro esmerado en montar lo suyo, no con relativa, sino con total dignidad.

El Habana Riviera miraba al mar —lo mira todavía—, sentía el rugido del viento, la espátula de la sal. La luna y el sol durante esos días compartieron la serenata de la luz, cada uno en el turno correspondiente. Es tan bello todo esto que amerita un castigo, decía un poeta cargado de copas en la apología al goce dinámico y sonoro. Todo dicho, recitado, cantado con gracia y euritmia. Lujuria sensual y sexual en aquellos cristales lisos y murrucos, “troncos de hembras” cuando se les veía con la lascivia imaginada. Muebles antiguos se daban codazos con los modernos vestuarios de madera

Benny Moré es el solista y sigue con su tanda infatigable, con repertorio insaciable, un ritmo detrás de otro, agenda llena de malicias. El tema central de estos recuerdos lo ocupa su figura ataviada por un “chingorro” que llamaba la atención. Su famosa orquesta animó siempre las vértebras danzarinas de la noche y su voz en coro y en solo. Ah… ese “Benny”. De repente salían de fisgonas las panderetas de España, razas preñadas de blanco y de negro. Cuba suelta del amo castellano en el frenesí incontenible.

Ahí estaba Rolando La Serie haciendo el anticipo del bolero sesentón que tomó tanto auge en la época 60-70, pero sin ser el originalísimo Rolando que fue después. No era tan conocida su voz. Tocaba el bongó, paseaba por la tumba, enrollaba, hacía danzar sus ojos negros de los que salían chispas que parecían salirse del edificio haciendo cortocircuito con las olas del mar, espectacularmente cercano. Qué dúo: Benny Moré y Rolando La Serie.

Y recordábamos el arieto y los otros sones derivados de la cuna:

“Vamos a rumbear con la rumba de los pañuelos

Levántate chiquitica

Aguántate un poquito

Que vamos a rumbear”.

Y ellas eran obedientes, sumisas ante la consigna. Encandiladas casi mostraban los secretos de su cuerpo, los calzones descorazonados por la excitativa, por la orden de prender la antorcha de la lujuria. Difícil no rememorar los tiempos del pequeño tambor de parche clavado, de los dos cajones, de la viola (banjo con parche y sin cuerdas). Parecía ser aquello sin tener el montaje físico del pasado, toda una resurrección de los coros del guaguancó, expresión solidaria, bilateral de las musas blancas y de las musas negras.

Se me viene sobre Benny Moré una referencia inevitable en la historia del arte musical cubano. Siempre se cree que es oportuno limpiar los zapatos. Las conversaciones con el betunero nunca quedan concluidas principalmente cuando asoma el sol. Son los caminos que nacen y nos llevan al son. Benny mismo fue su mejor maestro de ceremonia.

Benny Moré sin figurar como fundador de nuevas transformadoras simetrías es patrono en la interpretación cuando rompe las limitaciones del cuadrado, cuando dueño de la orquesta la sometía a sus caprichos. Sentimiento, movimiento, oralidad, improvisación. Eso llamado “morcilla” en el lenguaje del escenario. Cómo fue y Sinceridad de Rafael Gastón Pérez son en el gusto personal los clásicos del bolero. En el primero nada queda suficientemente explicado, en el segundo florece una conclusión: “La vida es de minutos nada más”. Benny entona a partir de 1940. Tomó la decisión de quedarse en su patria, completó la gloria de irse de este mundo acompañado de miles de paisanos.

Leí Los tres tristes tigres , libro escrito en virtual cubano, dialécticamente sazonado por Cabrera Infante. Cuenta en la página 192 cómo Benny lo ilustró y reitera el permiso para hablar del sonero. “Déjeme hablar del Benny. Hablar con él era recordar el danzón Isora en que la tumba repite un doble golpe de bajo que llena todo el tiempo y derrota al bailador más bailador que tiene que someterse a la cadencia inclinada casi en picada del ritmo, él vuelto de espaldas, cantando, moneando, haciendo volar la melodía sobre los instrumentos clavados al piso y entonces verlo virarse y pedirle el golpe en el momento preciso”.

Ah… ese Benny. No hay sucesión para su estilo…

La Prensa Literaria

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