Por Francisco de Asís Fernández
Son las 4 de la mañana y empieza a amanecer en mi casa de Granada.
A esta hora las claves de la nada tratan de decirme todo.
El Toro, el Águila, el Cordero, el rostro humano,
sus voces interiores rápidas y furiosas como las tormentas,
mi océano agitándose y la estrella azul dándole color al mar
y yo desnudo, sin vida, en el medio del océano.
Aquí en la penumbra vivo más las ausencias
y tengo más razones para amar lo que veo solo con los ojos cerrados,
para correr hacia adentro de mis años.
Y se me llena la boca de miedo a no quedarme solo con mi mundo de adentro.
Allí están mi madre y mi padre diciéndome los versos
con los que voy a reclamar mi lugar en el mundo,
tengo una hermana sin los rencores de la edad,
la casa del trino y del canario,
una respiración sin rasguños,
y a mi madre que le pone los overoles azules a mi alma.
¿Por qué mis padres mal interpretaron las señales de su corazón
y salieron lastimados?
¿Por qué el capítulo final es una ventisca hostil que invade el claustro de mis Hadas
que dejan de tejer?
Amanece con una luz irreal en los restos sombríos del naufragio.
Si huyo hacia el pasado voy a encontrar cadáveres insepultos
que llueven y mojan el cielo de mi boca,
y si huyo hacia el futuro, donde Ítaca es una arena movediza
y solo duermo con un ojo abierto,
voy a ver imágenes que valen mil palabras
y símbolos que amé en mi niñez que valen más que mil imágenes.
Igual que todos los seres humanos me he pasado la vida imaginando la felicidad
y siento que ya no tengo cuerdas nuevas para una música nueva.
EN LA NOCHE ESTRELLADA
Mi mujer y yo muchas noches salimos a pescar estrellas.
Las pescamos en el fondo del cielo
con unos versos largos y tensos
que las hacen bajar hasta las palmas de las manos de Gloria
para que ella las convierta en sombras ahumadas
para acentuar la forma de sus ojos,
el dulce luminoso de sus ojos.
Nosotros no le tememos al vacío del cielo
ni a la inmensidad del horizonte.
Le tememos a la pequeñez de mi país con la tristeza de sus versos.
Una cosa lleva a la otra:
Dios puso demasiadas estrellas en el fondo del cielo
y pareciera que no soportan la libertad.
En el cielo resultan indefensas y sin mundo mejor.
Por eso sus tristezas, igual que las nuestras, se esconden en la luna llena
y se dejan atrapar.
DIOS ESCRIBIÓ ALGO BUENO EN REGLONES TORCIDOS
Dios escribió algo bueno en renglones torcidos,
no se harta de oírnos
y hace que nos sintamos débiles e insignificantes.
Nos puso pólvora en la sien
para que vivamos con sentimientos de pánico.
Nos hizo animales salvajes con manos dulces y ásperas,
asesinos que dejamos una rosa blanca en la almohada de la víctima,
con amor para la belleza de las utopías
y con dolor para tratar con el mundo.
Dios pone flores en el paisaje y al hombre lo pone en el medio de la nada.
Dios hace fantasías inmensas para que no alcancen en el mundo,
escribe letras extrañas para que abramos la noche,
para que sin salir del laberinto y sin movernos de sitio
pongamos el futuro como un escombro de la memoria.
Dios nos hizo como un pajarito triste acurrucado en el vacío
que siente dolor por la traición de los sueños.
Nos puso saliendo de la guerra y sin saber cómo llegar a mañana
y creyendo que cada página era la última.
Escribió millones de páginas idénticas con la misma basura reciclada,
con los mismos errores, con las mismas torpezas y borrones,
repitiendo el milagro interminable del dolor sobre la tierra,
del llanto incontenible, de la imagen del mal en el espejo turbio del bien.
Dios escribió el milagro de que nunca habría dos seres idénticos,
el milagro del nacimiento de la vida y el milagro del nacimiento de la muerte,
el milagro del relámpago interior que hace la infinita intensidad
de los grandes amores, los grandes odios y rencores
y la impureza brutal de la avaricia.
Es triste, dolorosamente triste:
la perfección del Universo no se compadece de la imperfección de los hombres.
NOS ECHARON DEL PARAÍSO Y AHORA TENERMOS LA TAREA DE MATAR
Nos echaron del Paraíso
y ahora tenemos la tarea de matar.
Somos criaturas primitivas arruinándose la vida,
robándole sangre a un cadáver.
Se vive como un barco insignificante en medio del océano
siendo un transeúnte desconocido.
Fuimos elegidos para yacer en el fondo de la alegría
con un cisma en el corazón borrando el cielo con fantasmas.
Desde que nos echaron del Paraíso
el mar llueve sobre el cielo,
la tierra se hunde en el mar
y se disuelve en un adiós lejano.
Este maldito mundo se agrandó como los pájaros,
como los trenes gigantes y las ramas de corales
y vivimos tapando angustias con helechos de canciones.
Nos robaron el paraíso y la tierra se pobló de comadrejas.
Si la felicidad pasa por el prójimo,
si solo se puede llegar a Dios a través del prójimo,
¿de quién soy prójimo si tengo tantos prójimos sin dicha?
Yo seré la grama de la tumba de mi prójimo
y la muerte será la puerta estrecha
por donde se otorguen los dones de la vida.
Aquí sólo crece la ilusión de los suicidas.
Esta extraña realidad es un animal rabioso
escondido en los rincones de un montón de nada.
Oigo el escándalo de mis pensamientos
y la música de guitarras secuestradas
en esta colonia humana de serpientes.
La tierra, el aire, el agua y el fuego
se marchitan en gavetas, cajas y cobertizos,
pero en una ceremonia desesperada por la vida
continúo con el magín lleno de versos,
aunque siga mi corazón loco de hierro y arcilla
como una oveja devorada.
RETABLO DE LA NOCHE
A mi amigo Miguel d’Escoto
Ahora baja la noche a tejer y destejer incertidumbres y soledades,
baja con ruidos dentro de mí hasta la nobleza de los árboles
y todo lo calla en el secreto sobrenatural de lo sagrado de la muerte.
Baja con la Nebulosa de la Hormiga, con la Nebulosa del Ojo de Gato,
con la Nebulosa del Cisne que es un burbujeante océano de hidrógeno
con pequeñas cantidades de oxígeno y azufre;
se teje como una cordillera de colores y sombras y luceros
en la imagen de la noche estrellada como una cuna estelar,
se hila en la Constelación de la Serpiente
como una ventana abierta en medio de la noche estrellada
para que entren racimos de jóvenes estrellas íntimas y solas
en un verso que se apodera de mi vida como una tormenta,
en un verso que me hace perder la belleza de la impaciencia.
La noche desdeña el realismo porque ama la magia
que puede inventar un jardín de piedras crueles, silencios,
acantilados duros, celos, malicias, inundaciones y huracanes
para que el poeta lea poesía en voz alta
y ponga rosas mendigas en el pelo de su amada
y los versos lo dejen sin tiempo para ordenar las ideas.
La noche se come las palabras
para que la belleza nos vuelva ciegos y podamos verlo todo
sin que se nos corrompan el alma y el verso
cuando viajamos al primitivo humus de los instintos.
La guerra espiritual de los viejos hechiceros
es para que la lucidez de la poesía sea un don y no una desgracia
y podamos reconocer el rastro de los pájaros en la miel
y nos gusten los momentos de calma antes de la tormenta,
es para que los sueños no continúen convirtiéndose en baratijas
y la realidad no abra su puerta para dejarnos morir afuera de la poesía
con arañas y serpientes en una desolada y mugrienta calle
de esta ciudad que es la tierra de mis antepasados.
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