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LA PRENSA/CORTESÍA.

No hay primero sin segundo

Pues hombre, dijo el Guayacán joven que estaba en la plazuela de la hacienda desde hacía quince años, ahora que ya estoy florido, lleno de abejas, polinizando y listo para enamorarme otra vez en la Semana Santa, ahora sí, dijo, voy a echarme como el Guayacán que está en la Providencia de Toño Selva o con el grandote que estaba donde está ahora el museo, que antes se llamaba Santa Úrsula.

Por Carlos José Barrios Torres

Pues hombre, dijo el Guayacán joven que estaba en la plazuela de la hacienda desde hacía quince años, ahora que ya estoy florido, lleno de abejas, polinizando y listo para enamorarme otra vez en la Semana Santa, ahora sí, dijo, voy a echarme como el Guayacán que está en la Providencia de Toño Selva o con el grandote que estaba donde está ahora el museo, que antes se llamaba Santa Úrsula. El viejo de onde Toño Selva me mandó a decir, el año pasado, que un Guayacán de quince años es como un chavalo con calzón chingo o una chavala que ni siquiera es solterita. Me mandó a decir que ya estaba él florecido y que se echaba conmigo a ver cuántas abejas teníamos y que las flores de él eran más azules que las mías. Por todos lados se río de mí; pero lo que más me arrechó fue que me dijo calzón chingo, sin pelo en los sobacos y mucho menos más abajo; y habló mal de las muchachas, que parecían hombres, que no tenían nada (no sé qué quiso decir), en fin, yo tragué gordo y dije: “Algún día te agarro, Guayacán viejo, cuando te venda para hacer balineras no te vas a acordar ni de los zapatos burros, ni de las muchachas que no tienen nada. “Ya verás rejodido”.

A todo esto, en la hacienda donde estaba el Guayacán, todo el mundo lo quería y lo piropeaba, la patrona lo retrataba, lo regaban con abundancia Benito y José Ángel, se lo enseñaban a todo el mundo que venía y ahora para la Semana Santa le iban a hacer un redondel con piedra de playa, bajo la dirección del maestro don Pedro, que había estudiado en Sevilla. El Guayacán no se cambiaba por nadie, sólo que de vez en cuando un chavalo, nieto o algo así, se pegaba tremenda meada en sus alrededores. Al Guayacán no le gustaba eso, pero no decía nada porque hasta abono completo le ponía la patrona y eso a él lo hacía descansar y dormir sabroso; ni el viento le molestaba, ni las meadas ni nada. Era un Guayacán feliz.

Don Carlos José y Cabo Lencho.
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Pero como no hay nada perfecto en la vida, ni felicidad perfecta para los hombres, los animales, ni para los árboles, óigase bien: hasta los guayacanes sufren. El hombre, que es el que más se las pica, el que más se cree superior, el que le pasa encima a sus hermanos hombres, bastan un virus microscópico, una bacteria, una culebra o un alacrán, bastan y se acabó. Cualquiera lo puede arrinconar y el hombre valiente, sabio, todopoderoso, casi rival de Dios, queda en cualquier momento en un así, o en una silla de ruedas empujada por dos empleados, que a lo mejor hasta le están deseando la muerte.

Los animales ya que ni se diga; si son tigres o leones terminan en el circo o en zoológico; si son culebras terminan aplastadas de un machetazo y sin son toros han perdido primero los que venden en La Lucha con limón y bien asado, y después pierden también la vida en la parrilla de Los Ranchos o donde Tala Lolo.

Todo se vuelve triste, nada es perfecto ni eterno. Sabrosas pueden ser ciertas cosas, pero no agradables para sus ex propietarios. Pero ¿cómo va a entrar en este embrollo el árbol? ¿Y el Guayacán?

Pues el árbol joven, el presumido de los quince años, el mimado de las mariposas; le sucedió lo que nunca había pasado. Un gorrión cuentista le fue a soplar al Guayacán, de donde Toño Selva, que al chavalo ya se le habían caído las flores, que un ventarrón que había soplado lo había dejado en pura hoja y que no podía polinizar. Ajá, exclamó contento el Guayacán viejo, siempre dije yo que esos muchachos acaban mal. Mucho abusan de la polinización y con cualquier viento fuerte se los lleva la mierda. Ve vos gorrión, andá decile eso al Guayacán joven y decile que yo quiero saber si fue de pronto o poco a poco que se le cayeron las flores. Porque ve gorrión, hasta puede que sea homosexual.

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El gorrión, ni corto ni perezoso y como era tapudo y malvado, le fue a decir todo eso al Guayacán joven. El Guayacán joven se puso furioso, le salió un líquido raro por la cáscara y le rodeó el tallo, de tal manera que cuando Benito iba a regarlo el agua no le llegaba a la raíz, y se fue poniendo pálido y triste, hasta que un día se murió. No lo enterraron, sino que lo hicieron tuquitos y se los mandaron a ofrecer al maestro José María para troncar trompos y si salía un pedazo recto lo hacían cabo de tajona.

Pero para no perder de vista al Guayacán, sólo se recuerda que decía: que me hagan trompos para joder yo a los otros trompos y después de picar una buena mancha dejarlos sólo en las dos tapas y el puyón como tornillo roto.

SI TRANSIT GLORIA MUNDIS. Yo soy el Guayacán del Museo. No es que me tengan en el museo, sino que nací y crecí en los patios de la hacienda llamada Santa Úrsula desde hace más de ochenta años. Yo conocí a Emmanuel, a Elizondo y a otros que pelearon contra los filibusteros. Nunca quise aprender inglés, sólo latín, lengua que oigo con mucha frecuencia hablar a Valdez con el doctor Marenco. Los dos se ponen a recitar el discurso que dijo Marco Antonio ante el cadáver del César. Lo repiten todos los días en las gradas del museo, que ellos creen es el Capitolio Romano. Los oigo hablar y dicen que si el “ Agrícola habet multum equum , hay que quitarle algunos para los que no tienen caballos. La verdad es que yo entiendo y no entiendo; y cuando sopla mucho viento, menos.

 En su casa don Carlos José Berríos.
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Una vez vino una turba de mariposas, lindas, con tangas de colores, un grupo de abejorros y sin faltar los gorriones (que a mí no me caen muy bien, porque entre ron ron y ron ron son metecuentos y tapudos). Pues total, que me ofrecieron que formáramos un partido político nuevo, de avanzada me dijeron y que yo fuera el perro macho. Yo me acordé de mi abuelo que me dijo un día: más miedo les tengo, eso de perro macho no me gusta porque cualquier día me puedo convertir en perro capón. Total: que se murió el Guayacán joven y el de en medio, el Guayacán selva, está hecho leña porque no tiene con quién pelear. Sólo yo quedo, en latín, el español ya se me está olvidando: me hacen falta las mariposas que ni ruido hacen.

 En 1952 junto a su hijo  mayor.
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