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LA PRENSA/ AGENCIA

Refugiado en mi casa

Yo viví en una casa donde en cada esquina había un saco de algodón y afuera en la calle estaba el ruido permanente de un tractor diesel tirando humo toda la noche y muy cerca un caballo finquero amarrado en la acera rodeado de moscas y el mandador en espera de instrucciones.

Por Jorge Eduardo Argüello

Yo viví en una casa donde en cada esquina

había un saco de algodón

y afuera en la calle estaba el ruido permanente

de un tractor diesel tirando humo toda la noche

y muy cerca un caballo finquero amarrado en la acera

rodeado de moscas y el mandador en espera de instrucciones.

Yo vivía cubierto de sonidos con órdenes, de tareas y,

con olor a DDT por todas partes.

Había facturas de papeles y sellos

con nombres y números

en el escritorio de mi padre.

Yo vivía esperando algo que no llegaba.

De repente, sonaba el campanazo de la iglesia

de las doce del día!

El estómago se me retorcía, era la hora del ángelus

y de los niños rumbo a casa saliendo del colegio

y es cuando corría a toda velocidad por la calle

quedándome en una esquina para verla pasar

(a ELLA la indiferente)

Al regreso a casa preguntaba por mi futuro

(no lo tenía).

A pesar que sabía quién era Picasso y Matisse,

y que Apollinaire escribió los Calligrammes

entonces deseaba estudiar ingeniería (. . . )

para componer este país de mierda.

Pero eso estaba tan difuso,

y la única realidad era mi padre

con sus tractores, las fincas y el maldito algodón,

y mis ojos en mi cuarto clavados en el cielo raso

esperando algo.

La Prensa Literaria

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