14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

LA PRENSA/ CORTESÍA.

La palabra que se deja ir

Memorias del agua , poemario de Francisco Ruiz, se distribuye en Literato

Por Sergio Ramírez

Memorias del agua , poemario de Francisco Ruiz, se distribuye en Literato

La poesía de Francisco Ruiz Udiel está situada en un punto tenue de difusos resplandores, entre el sueño y la vigilia. Es el momento en que la conciencia se prepara para el despertar, o bien regresa al sueño, y entonces las palabras adquieren esa sustancia que es a la vez moldeable, con la cera de las abejas doradas que zumban en el sueño mismo, y a la vez fugaz. Y es esta fugacidad su cualidad más permanente, las palabras que huyen y van dejando su rastro, y que el poeta busca apresar. Son las palabras que han hecho ese largo viaje desde las cavernas siempre misteriosas del cerebro dormido a la mano que despierta para atraparlas, o para atrapar las sombras que suelen vestir su bulto bello.

No hay prefiguraciones en esta poesía, no hay carta de marear que fije de antemano las rutas. La mano obedece a la cabeza que no acaba de despertar y disfruta de la calidez imprecisa de la penumbra, recogiendo fragmentos de la belleza hecha trizas, porque la poesía es también eso: recomponer lo entrevisto, rehacer la figura imaginada y vuelta a perder en la imaginación, memoria y olvido hermanos siameses. Es entonces cuando sabemos que desde ese universo vasto e íntimo que nunca se da abasto, nos llegan ecos múltiples de sensaciones que sólo la mano del poeta recupera hundiéndola en su propia cabeza, ansias y desvelos, amores que nacen y que se pierden, caminos por recorrer que se sueñan como recorridos, viajes que apenas empiezan por otros caminos que parecen ya tan viejos, paraísos perdidos por los que se entra a través de la boca del infierno dejada atrás toda esperanza. También los mares tenebrosos que se necesita recorrer en espiral antes de alcanzar Ítaca en el barco de ébano tienen siete círculos, y mientras tanto dura el viaje, el vino se espesa en las vasijas y será suficiente para darnos la embriaguez por todos los días que nos quedan. Dionisos es el copero de Ulises y las vides de ese vino sólo crecen en el misterioso jardín de las Hespérides. Pero el poeta es a la vez Ulises y Dionisos, el viaje y la embriaguez que juntos son la poesía.

La poesía, nos dice Francisco en sus líneas y entrelíneas, es siempre un viaje en la penumbra de las palabras. Se lo recordaba Rubén Darío a Valle Inclán en la crónica onírica que escribió sobre el viaje fantasmal de ambos a Santiago de Compostela, una peregrinación al más allá de los sueños hijos de la vigilia. El viaje a Ítaca, el viaje a Citeres, el viaje a Compostela… Y el viaje de dos poetas en un tren que cada vez se vuelve más oscuro mientras el ruido del mundo se apaga; el viaje que se hace caminando debajo de una escalera para llegar a una ventana que da a una puerta que da a un abismo, todo porque una vez que naces, te pierdes; y el viaje, por fin, al último infierno, sacando fuerzas de la desesperación y de la desesperanza, que se inicia de madrugada en la plaza de una ciudad muda junto al mar que resuella en la distancia; un viaje ciego, este último bajo el fulgor de las estrellas perdidas en el cielo más distante que pueda imaginarse.

El único sentido que tienen las palabras es dejarlas ir para buscar luego cómo atraparlas en el largo viaje sin consuelo que es la poesía; y por el camino sin nombre, Francisco va dejando sus huellas sobre la arena.


La Prensa Literaria

Puede interesarte

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí