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Elysium

El director sudafricano Neill Blomkamp sorprendió hace cuatro años con Distrito 9, filme de ciencia ficción que subliminaba con astucia el salvajismo del apartheid, exorcizando la conciencia culpable de su país en una eficiente pieza de entretenimiento. Ahora, trata de hacer algo parecido en una escala global. El flagelo que ahora denuncia es la distribución desigual de la riqueza.

Por Juan Carlos Ampié

El director sudafricano Neill Blomkamp sorprendió hace cuatro años con Distrito 9, filme de ciencia ficción que subliminaba con astucia el salvajismo del apartheid, exorcizando la conciencia culpable de su país en una eficiente pieza de entretenimiento. Ahora, trata de hacer algo parecido en una escala global. El flagelo que ahora denuncia es la distribución desigual de la riqueza.

Las diferencias entre ricos y pobres se han proyectado hasta la estratosfera, literalmente. Ahí flota la estación espacial Elysium. Es un complejo de mansiones donde los privilegiados disfrutan de una vida de lujos. En cada casa hay una piscina, y una especie de cámara hiperbárica capaz de curar cualquier enfermedad en segundos. Esta abundancia es posible gracias a la explotación extensiva de la Tierra. El planeta se ha convertido en una gigantesca maquila, donde los pobres trabajan sin cesar. Ese es el destino de Max (Matt Damon), obrero que recibe accidentalmente una sobredosis de radiación. Su única esperanza es introducirse ilegalmente en Elysium y usar las máquinas de alivio todo-propósito. Pero la despiadada jefe de seguridad, Madame Delacourt (Jodie Foster), controla la seguridad y no escatima contratar a un sucio mercenario (Sharlto Copley) para preservar su estilo de vida.

Como en Distrito 9, Blomkamp ofrece una distopía soleada y polvorienta. La Tierra del año 2154 parece la pesadilla de un político norteamericano ultraconservador, o quizá, al principio, su sueño. El idioma español es la lengua franca. La migración ha diluido la blancura. La pandilla que rodea a Damon incluye a un mexicano (Diego Luna), dos brasileños (Alice Braga y Wagner Moura) y múltiples morenos de procedencia indefinida. Todos viven en una aldea global hecha basurero industrial. Los blancos inmaculados, irremediablemente perversos, habitan su mundo estéril. William Fitchner es un capitán de la industria de maldad caricaturesca. Y no creo que sea una casualidad que el personaje de Foster sea una francesa, sospechosamente caracterizada como Christine Lagarde, la actual presidenta del FMI.

Ahí reside el principal problema de Elysium. Su provocativa premisa se diluye como fantasía de empoderamiento en clave básica. No hay conflictos éticos que explorar, solo una lucha entre buenos y malos fácilmente reconocibles. En el intento por apelar al público masivo, ha simplificado demasiado su alegoría. El futuro ruinoso es un escenario vívido y convincente, pero la trama es ficción indisciplinada: simplificaciones técnicas, coincidencias, errores estúpidos de gente supuestamente inteligente… todo esto se confabula para dispensar el mensaje inspiracional. No deja de ser irónico que una superproducción que costó mas de 110 millones de dólares se rasgue las vestiduras de esta manera.

Los primeros dos tercios de la película funcionan gracias a los actores. Tome nota de Wagner Moura. El actor brasileño parece no haber envejecido ni un ápice desde sus telenovelas de los ochenta y juega con destreza con un personaje que oscila entre la villanía y el alivio cómico. Copley parece el gemelo malvado de Steve Carrell, pero aquí no tiene oportunidad de crear un personaje que siquiera se acerque al memorable protagonista de Distrito 9. Alice Braga emana serenidad aún cuando la usan como víctima y carnada.

Elysium es una oportunidad perdida, pero con suficientes puntos brillantes. La construcción del personaje de Max es un ejercicio de virtuosismo. Su fortaleza física es establecida con una discreta toma de su torso musculoso. El accidente lo convierte en una trágica contradicción, un titán frágil, con cinco días de vida antes de su fecha de expiración. Cuando los traficantes de personas lo arman con un exoesqueleto metálico que potencia su fuerza, el guiño a Robocop trasciende la cita cinéfila. Es casi poesía.

Sección Domingo

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