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Novata en un casino

Al bajarme de un pequeño y destartalado taxi blanco, un gigante se levanta ante mí. Su piel de concreto oculta a hombres y mujeres que se embriagan con las agudas sinfonías y las luces intermitentes que escupen las máquinas “tragamonedas”.

Por Anagilmara Vílchez

Al bajarme de un pequeño y destartalado taxi blanco, un gigante se levanta ante mí. Su piel de concreto oculta a hombres y mujeres que se embriagan con las agudas sinfonías y las luces intermitentes que escupen las máquinas “tragamonedas”.

Camino sobre las serpientes de colores que se enredan en las alfombras del casino. Me distraigo por un instante y al levantar la mirada comprendo que aquí la suerte se cuelga de las uñas a punto de caer, lejos de quien más la desea.

No hay luz natural. Tampoco relojes. En las entrañas del casino la percepción del tiempo y de la realidad es tan delgada como un hilo. Las horas vuelan y afuera de estas paredes el sol se oculta.

Al fondo del rectangular edificio están un par de mesas grandes y ovaladas en las que se juega póquer o ruleta. Me siento en una de ellas. A mi lado está un joven. Tez blanca. Ojos ausentes. Sin mayor emoción apuesta su vida a un mazo de naipes, mientras una muchacha morena los reparte con movimientos fríos, precisos y calculados.

Él separa las cartas. Escoge cinco y arma un abanico con ellas. Las observa. Aprieta las líneas delgadas de sus labios y, mientras coloca una ficha en el espacio que los divide, le dice a la joven:

—Te compro una.

Ella sin preámbulos le entrega otra carta.

Baja su “mano” de naipes, le quitan su dinero y apuesta de nuevo. Él frunce el ceño y reprocha:

—No me das suerte.

A mi izquierda, en otra mesa, dos hombres, no sé si chinos, japoneses o coreanos, pero definitivamente asiáticos, sacan billetes de 100 dólares. Durante el juego Benjamín Franklin desaparece con la mayor naturalidad del mundo. No es mi dinero, pero me duelen los bolsillos cada vez que los miro perder .

Ubicados en las esquinas del edificio, los empleados de seguridad observan que la fantasía no escape del casino. Todos están amarrados con elegancia por el saco y la corbata que no hacen más amable su mirada que con desprecio, porque no apuesto, me vigila.

De vez en cuando, con bandejas en sus manos, unas muchachas sonrientes al caminar mueven sus caderas como modelos en una pasarela. Sus piernas apenas cubiertas, finalizan en unos zapatos negros de tacón que de cabo a rabo recorren el casino.

Casi anochecía cuando una de ellas se acercó a mí para entregarme una hoja de cartón con unos números en ella.

—¿Qué esto?

—Es para jugar bingo — contesta.

No pensé que, sin un centavo, sin apostar nada, podía tener alguna ganancia con ese pedazo de cartón inerte. De los juegos de azar, el bingo era lo único gratis en el casino y yo podía participar.

Las letras en la cartilla estaban perfectamente ordenadas como un escuadrón militar listo para la batalla. Los números eran los soldados que uno a uno iban cayendo en la guerra. Yo cobraba su vida cuando presionaba mis dedos sobre la tinta y el papel. Una voz a lejos me decía a quién eliminar.

—Letra b, número 41…

Y yo hipnotizada la seguía. Llevaba casi completa una línea, “no voy a ganar”, pensaba, mientras intentaba calmar la ansiedad que con anarquía reinaba en mi sistema nervioso.

Una presión asfixiante comprimía mi pecho, mis manos temblaban. No pensaba en nada más que en esos números y en mis ínfimas posibilidades de ganar. El corazón me latía en la garganta. Ya no sentía mi cuerpo. Pensé que mis nervios habían colapsado cuando la voz dijo:

—El juego terminó, tenemos un ganador…

Alguien había llenado la cartilla y definitivamente esa persona no era yo, como temía.

En ese momento supe que las luces, la música, los colores y el bingo gratis no estaban ahí por casualidad. Igual a las moscas que se enredan en la miel, ese día caí seducida por la adrenalina. Logré escapar ilesa. A diferencia de otros que olvidan que la suerte NO es ganar dinero “fácil” dentro del casino. Suerte es conocer las entrañas de la fantasía, probar sus mieles, y descubrir a tiempo la mentira.

Sección Domingo casino

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COMENTARIOS

  1. JULIO
    Hace 11 años

    excelente, me parece que esta acertado, muy bien la forma de plntear este tema.

  2. Cesar
    Hace 11 años

    Un poquito exagerado el uso de analogias, y lo de los asiaticos sono un tanto racista…

  3. Denis
    Hace 11 años

    Excelente relato es sorprendente lo que hacen en los casinos pero mas sorprendente es ver como la srta Vilchez hace acto de magia con sus dedos al expresar esa historia de una forma muy impactante y de interes

  4. Yaser
    Hace 11 años

    Me encanto el relato, tuvo la delicadeza de trasladarme al lugar. Bien por ella, lo disfrute mucho!!!

  5. Gio
    Hace 11 años

    A nadie le ponen pistola para entrar!!!

  6. Alejandro
    Hace 11 años

    Me encanta… me atrapó la lectura de principio a fin Felicidades señorita periodista

  7. cafltx
    Hace 11 años

    Cual es este casino? Esa informacion deberia ser parte del articulo.

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