Por Róger Almanza G.
Un cordón humano empieza a formarse desde tempranas horas de la mañana en el segundo piso de un centro comercial. Bordea el muro de concreto y como un gusano gigante va dando vueltas en cada esquina del piso. Son las personas que esperan su tarjeta TUC para el transporte urbano colectivo de Managua.
Desde el mes de junio, cuando empezó la entrega de tarjetas para el transporte, las filas parecen interminables en los lugares de distribución, y Multicentro Las Américas es uno de los sitios que más recibe a usuarios del transporte público de la capital.
Es la 1:00 de la tarde y el sol ya pega fuerte en la humanidad de cada miembro del enorme gusano. A la cola llegó Yamileth Almendares. Agitada y con el rostro sudado se acomodó al final de la fila. Se abanica con sus manos mientras se asoma y trata de contar cuántas personas serán atendidas antes de que llegue su turno, deja de contar cuando suma la centena, “qué va, hoy no me voy, esta fila está enorme”, dice en voz alta. Para entonces ya no es la última, cinco personas más están tras ella completando casi los quinientos.
Sin la tarjeta, se dice, que en unas semanas más no se podrá abordar a ninguno de los 835 buses que conforman las 35 rutas de la capital, utilizadas, según datos de Irtramma, por al menos 400 mil usuarios.
El calor pega más cuando ya casi son las 3:00 de la tarde, no hay una sola frente que no chorree sudor y es cuando pañuelos, servilletas salen de los bolsillos, y uno que otro hasta utiliza sus cédulas de identidad para raspar su frente limpiando el sudor.
Estoy detrás de Yamileth y estoy a punto de renunciar como lo hicieron hace un par de horas los cinco que me seguían. El deseo más grande se minimiza en una botella de agua y un banco donde sentarse.
Don Juan, el guarda de seguridad, que se encarga que no haya un “vivo” que se quiera colar en la fila o arme alboroto, ya ha despachado a varios hasta la cola. La gripe lo está matando y la calentura no lo deja trabajar bien, al menos eso le cuenta a todos los que se acercan a la cabeza de la fila.
Casi son las 4:00 de la tarde y don Juan recibe la orden de no dejar que nadie más se sume a la fila. Y empieza el alboroto.
Las personas que van llegando están siendo regresadas y muchas de ellas le mandan “saludos” a la mamá de don Juan, son personas que han hecho varios intentos durante la semana para poder tener su TUC.
Yamileth y yo casi llegamos, faltan tres personas antes que ella, dos horas de fila, dos horas de sol, dos horas de pie esperando por una “jodida” tarjeta de la que aún no se está claro si será establecida indefinidamente.
Abren la cuarta caja de tarjetas, significa que van por las dos mil TUC entregadas ese día. “Una nada”, dice don Juan, que vivió filas de hasta siete mil personas cuando se abrió este centro de entrega de tarjetas TUC.
Faltan 20 minutos para las 4:00 de la tarde y Yamileth sale rápido de la fila con su tarjeta en mano. El gusano a esa hora es más pequeño y otro hombre uniformado de guarda de seguridad no deja que nadie más se sume a la cola. Otros solo llegan, se asoman y dan la vuelta cuando ven la fila que les tocaría hacer por una tarjeta. Volverán a intentarlo mañana, quizá el gusano esté más pequeño.
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