American Hustle, la sorpresiva comedia dirigida por David O’Rusell, está posicionada para robarle el Óscar a Mejor Película a Gravedad y 12 años de esclavitud en la próxima entrega de los Premios de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood, a realizarse el próximo domingo 2 de marzo. Nada mal para un filme que celebra a un grupo de tramposos haciendo de las suyas a ambos lados de la ley. Si se llevara la estatuilla más codiciada de la noche, sería una victoria a tono con el espíritu del filme. El ganador no es el mejor, o el más correcto, sino el más inescrupuloso.
Irving Rosenfeld (Christian Bale) es un empresario de Nueva Jersey. Tiene una esposa temperamental (Jennifer Lawrence) y un hijo al que adora. Se gana la vida como dueño de varias tintorerías, pero aspira a una especie de trascendencia que solo el dinero fácil puede dar. Vende obras de arte falsificadas a la clase media que ambiciona adquirir algo de clase. También tiene un boyante negocio de prestamista que nunca consigue aprobar un préstamo, aunque siempre se embolsa la comisión. El negocio se vuelve más exitoso cuando recluta a Sydney Prosser (Amy Adams), una timadora de nacimiento que se presenta como rica dama de sociedad británica. Mezclan el crimen con el placer cuando se reconocen como almas gemelas, e inician un fogoso romance. Todo se complica cuando Richie DiMaso (Bradley Cooper), agente encubierto del FBI, los entrampa para obligarlos a usar sus artes de estafadores para entrampar políticos corruptos… o más bien, para corromper políticos y después atraparlos.
Para el director, la película es una especie de reunión de amigos. Bale y Adams trabajaron con él en The Fighter (2010). Cooper y Lawrence vienen de la reciente, Silver Linings Playbook (2012). Otros veteranos, cuya identidad debo mantener en secreto para no comprometer la sorpresa, aparecen en pequeños papeles. La trama está basada en un episodio real. A finales de los setenta, un escándalo conocido como ABSCAM minó la credibilidad de los agentes de la ley. Más que articularse como un lamento por la pérdida de fe en las instituciones, la película celebra la capacidad que tienen sus pillos para reinventarse a sí mismos, y crear la ilusión de éxito y bienestar. O’Russell dirige con un cámara inquieta que emula el espíritu de Martin Scorsese, pero no logra infundir en el material algo sustancial. La película es una comedia ligera que le juega al espectador un truco no muy diferente al que los personajes le juegan a sus víctimas.
Esto no es necesariamente malo. Los cuatro actores principales ofrecen deliciosas caricaturas. Jennifer Lawrence aporta los fuegos artificiales como una genuina “esposa desesperada” que de existir en el presente, tendría su propio reality show. El alma de película, sin embargo, reside en Adams. Su actuación como Emily/Edith nos revela con inquietante claridad todos los niveles de engaño con los cuales embauca a quienes la rodean, pero también nos permite discernir como se engaña a sí misma para tolerar su vida. Te mata de la risa y te rompe el corazón al mismo tiempo. Los nostálgicos gozarán además con la ambientación de la época, y una banda sonora repleta de éxitos musicales del ayer. No sé si el uso irónico de “Caballo sin Nombre” se registra como tal, pero hay suficiente comedia en el comportamiento de estos hermosos perdedores como para que la película funcione en cualquier lugar del planeta.
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