Por Róger Almanza G.
A sus 14 años Raquel escucharía un secreto. Uno de esos que a cualquiera podría cambiarle la vida, sin embargo a ella pareció no importarle, hasta ahora, 26 años después.
Raquel Romero creció en una familia que le brindó el amor y afecto que toda niña merece. Recibió estudios al igual que sus hermanos y en muchas ocasiones se sintió como la consentida de sus padres. Llegó a creer que era idéntica a su madre, Alejandra Cabrera, y es que todos destacaban el gran parecido que tenían.
“Uno crece y casi como inconsciente cree que se parece a sus padres… y todos decían que me parecía a mi mamá”, recuerda Raquel de aquellos días de su niñez en Santo Domingo, Chontales, lugar donde pasó su infancia hasta los 14 años, cuando decidió tomar camino a Managua a la casa de su mamá Ignacia Romero.
La decisión la tomaría después de descubrir que los que conocía como sus padres no lo eran, un secreto muy bien guardado por la familia, pero no por el vecino que sin problema alguno se lo dijo una tarde.
“Vos no sos hija de tu mamá. Tu verdadera madre te regaló a doña Ignacia”, fue la frase que entró a los oídos de Raquel. De ese momento solo recuerda haber levantado sus hombros en señal de que no le importaba, y continuar su camino hacia su casa. Ahí la esperaba la mujer que conocía como su mamá.
“No hubo reclamos, no hubo pelea ni llanto alguno. Hoy lo recuerdo y me sorprende mi reacción. Solo le pedí a mi mamá que me contara la verdad”, recuerda Raquel.
La verdad salió con una voz pausada y tranquila de la boca de su madre. Raquel había sido regalada por una mujer que pasó vendiendo frutas por el Cementerio Central de Managua. Ahí, junto con otras comerciantes estaba doña Ignacia Romero, una mujer soltera a sus 55 años y sin hijos propios que criar. No dudó en aceptar a la niña y tomarla de los brazos de la desconocida.
Doña Ignacia era la tía de Alonso Romero, esposo de Alejandra Cabrera, quienes criaron a Raquel.
“Mi mamá Ignacia fue una tía que crió a muchos sobrinos, incluido mi papá. Ella no tuvo hijos pero su corazón podía albergar a la cantidad de niños que le tocara criar”, cuenta Raquel.
“TE LLAMABAS ERIKA”
Era la mañana del 20 de octubre de 1974. La entrada al Cementerio Central de Managua siempre llena de comerciantes que ofrecían flores, arreglos y frutas a quienes llegaban. Ahí trabajaba doña Ignacia, una vendedora muy conocida en el lugar.
La historia que la propia doña Ignacia contó a Raquel narra que una mujer con un canasto de frutas pasó ofreciendo la venta y entre el pregón de mangos y naranjas, decía “regalo una niña”. Entre las comerciantes causó revuelo y todas pidieron que se la regalara a doña Ignacia, una mujer cincuentona y sin hijos. Doña Ignacia no dudó en coger a la niña y llevarla con ella. Preguntó el nombre de la niña y la mujer le dijo que se llamaba Érika, mientras ponía a la niña en los brazos de doña Ignacia.
“Se sentía feliz, pensó que yo podría ser su hija”, recuerda Raquel, de la historia que le contó su “mamita”, como siempre la llamó.
Para ese entonces era común darse cuenta de noticias de niños robados y el temor de que le habían regalado una niña robada llenó el alma de doña Ignacia.
El 23 de octubre de 1974 en las páginas de Sucesos de LA PRENSA apareció la nota titulada “Vendedora de frutas regala a una niña”. “Mi mamita me contó que decidió ir a LA PRENSA para contar el hecho y así evitar malos entendidos. Además, me comentó también que estaba limpia, que parecía bien alimentada y que llevaba una pulsera, cadena y chapitas de oro, así que creyó que no venía de una familia totalmente pobre que no pudieran mantenerme”, relata Raquel.
BUSCO A MI MADRE
La noticia de la niña regalada tuvo resultado. Una mujer llegó a casa de doña Ignacia y se presentó como la madre de la niña. No pretendía llevarla de regreso con ella, solamente confirmarle a doña Ignacia que había mandado a regalar a su hija. No dio razones y se marchó.
De la conversación solo se supo que la madre biológica de Raquel se llama Petrona Arcia y su padre biológico José Pérez, originarios de Puerto Somoza, hoy Puerto Sandino.
“Llegué a una familia que me amó. Es mi familia y no pensaré distinto, pero quiero saber quiénes son mis padres biológicos, saber de dónde vengo en realidad”, dice Raquel.
La idea de encontrar a su familia biológica le vino a su cabeza en el 2006, cuando la leucemia linfática aguda la atacó. “Claro que pensé que moriría, sobre todo cuando los médicos remarcaron la importancia de encontrar un donante biológico”, recuerda Raquel.
Por suerte para ella, su propia médula fue suficiente para producir la cantidad de células sanas y lograr un tratamiento que le salvara la vida.
“Hoy estoy sana y cada año tengo revisiones médicas, pero he pensado que si mis hijos pasan por esto, no podrían correr con la misma suerte que tuve yo y podría ser cuestión de vida o muerte saber quién es mi familia biológica”, valora Raquel.
Siete años después, a la muerte de doña Ignacia a sus 95 años, volvió la idea de Raquel de encontrar a su madre.
“Quiero saber de dónde vengo, de qué me perdí”, dice Raquel.
Tiene cinco hijos, uno mayor de 23 años y el menor de 3, a excepción del menor, sus otros cuatro hijos no ven razón alguna para que Raquel busque a su madre.
“No están interesados en saberlo y los entiendo, no ven la necesidad, pero yo sí siento esa necesidad de saberlo y no es precisamente porque me haga falta el amor de una familia, porque mi madre y mi padre siempre serán con quienes crecí y lo saben, pero es una necesidad del ser humano el conocer su origen”, expresa Raquel.
Su historia la conocen muy pocas personas, incluso muy pocos amigos saben que Raquel ha comenzado a buscar a su madre biológica. En su trabajo como jefa de Recursos Humanos en Funeraria La Católica no lo sabe nadie, pero está lista para contar esta parte de su vida.
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