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Luis Sánchez Sancho

Las diosas lapidadas

En un diccionario español de mitología griega encuentro la leyenda de Damia y Auxesia, dos heroínas de tiempos muy antiguos que fueron deificadas después de ser lapidadas, o sea, asesinadas a pedradas.

En honor de Damia y Auxesia se celebraban en algunas ciudades griegas unos ritos secretos (misterios) en los cuales solo podían participar mujeres. A los hombres les estaba estrictamente prohibido involucrarse en esas celebraciones y quien violaba la regla de prohibición era rigurosamente castigado.

Sin embargo, el culto de estas dos divinidades, Damia y Auxesia, no se celebraba en toda Grecia y los territorios helénicos asiáticos. Su culto tenía lugar sobre todo en Epidauro, antigua ciudad de la Argólida, en la Península del Peloponeso, la cual era famosa porque allí se encontraba el santuario principal del dios griego de la medicina, Asclepio, cuyo equivalente en la mitología romana era Esculapio.

También había un santuario de Damia y Auxesia en la isla de Egina (Aigina, en griego). Esta isla y ciudad tenía ese nombre en honor de la ninfa Egina, a quien se le atribuye la maternidad de Eaco, uno de los más famosos reyes griegos antiguos, quien tenía un riguroso sentido de la piedad y la justicia, por lo cual llegaban a consultarlo desde todas partes de Grecia, igual que si fuera un oráculo. Tan justo fue Eaco en vida, que después de su muerte fue nombrado por los dioses como uno de los jueces del otro mundo, junto con Minos y Radamantis. Eaco se encargaba de juzgar las almas de los helenos europeos y Radamantis las de los helenos orientales (del Asia Menor), mientras que Minos tenía el voto decisivo. Así lo cuenta Platón en la parte final de Gorgias, uno de sus célebres Diálogos.

También se rendía culto a Damia y Auxesia en Trecén, ciudad que igualmente estaba situada en el Peloponeso y la cual debía su celebridad principalmente a que fue la cuna de Teseo, mítico héroe griego y legendario rey de Atenas.

Según la leyenda, Damia y Auxesia era dos hermosas muchachas originarias de la isla de Creta, quienes por motivos no explicados viajaron al Peloponeso. Estando en Trecén ocurrieron unos violentos disturbios y las jóvenes fueron apedreadas por una turba hasta matarlas.

Pasado algún tiempo de esa tragedia, una terrible sequía arrasó los cultivos de Trecén, Epidauro y Egina, provocando una gran hambruna. La gente estaba desesperada porque la gente no sabía qué hacer, oraban y ofrecían sacrificios a los dioses, pero estos no escuchaban sus súplicas ni se compadecían de su desgracia.

Una delegación de Trecén fue en peregrinación a la ciudad de Delfos, en la región de La Fócida, la cual estaba situada al lado del monte Parnaso. Allí se encontraba el principal templo de Apolo que era la sede del oráculo más famoso del mundo antiguo.

El oráculo de Apolo en Efeso advirtió a los trecenios que debían desagraviar a Damia y Auxexia. Para lo cual tenían que esculpir sus imágenes en madera fina de olivo que los epidaurios debían pedirla a los atenienses en donación.

Así lo hicieron. Tanto en Trecén como en Egina y Epidauro fueron construidos hermosos santuarios en honor de las muchachas mártires, con sus imágenes correspondientes esculpidas en la sagrada madera del olivo que Atenea dio a los atenienses para bien de la humanidad.

Algunos investigadores de la mitología griega consideran que los epidauros, trecenios y eginios asociaban a Damia y Auxesia con Deméter (diosa de la agricultura) y su hija Core (o Perséfone), quien fuera raptada por Hades, el dios del mundo de los muertos, y convertida en su esposa. Core o Perséfone siempre vuelve a la Tierra en primavera trayendo el renacer y la abundancia de la agricultura para la renovación de la vida.

Cartas al Director Columna del día Opinión
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