Durante la fiesta Pascual, celebración de la libertad del pueblo judío, Jesús celebró la Última Cena y nos dijo “Hagan esto en memoria mía” (Lc. 22, 19).
La Pascua judía era la fiesta de la liberación. Se hacía memoria de la salida de la esclavitud de Egipto (Ex. 1-14) y el inicio del camino a la libertad. En la tradición de la fiesta judía se decía: “Cada uno está obligado a considerarse de generación en generación como si él mismo hubiera salido de Egipto”, ya que a raíz de ese suceso se formó una alianza entre Dios y el pueblo libre de Israel para que esa libertad lograda no solo no decayera sino que fuera un proceso permanente: “Vino, pues, Moisés y refirió al pueblo las palabras de Yahvé y todas sus normas. Y todo el pueblo respondió a una voz: “Cumpliremos todas las palabras que ha dicho Yahvé Entonces tomó Moisés la sangre de un cordero, roció con ella al pueblo y dijo: “Esta es la sangre de la Alianza ” (Ex. 24, 3-8).
En la última Cena celebrada por Jesús durante la Pascua judía se selló también una Nueva Alianza, no con sangre de un cordero sino con la del mismo Jesús. Como nos dice San Marcos: “Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio y bebieron todos de ella. Y les dijo: “Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos” (Mc. 14, 23-24).
Por eso, siempre que nos reunimos a celebrar la Eucaristía, estamos recordándonos mutuamente que en Cristo hemos firmado un nuevo pacto con Dios-Padre: El pacto por vivir en libertad, porque “para ser libres nos ha liberado Cristo”, como nos dice San Pablo (Gal. 5,1).
Ahora como nunca en la historia se ha gritado tanto a favor de la libertad, pero a la vez, da la impresión que nunca el hombre se ha visto tan a gusto con sus propias esclavitudes como ahora. Muchos de nuestros gritos a favor de la libertad son gritos a favor de “hacer cuanto nos viene en gana”. Y esos gritos no traen libertad sino esclavitud.
Hoy quienes gritamos por la libertad, fácilmente nos dejamos encadenar por montones de esclavitudes, como pueden ser la esclavitud del dinero, del miedo, de los vicios, de la comodidad, del consumismo, de la avaricia del tener. Quizá, si quisiéramos ser verdaderamente libres, tendríamos que romper con montones de cadenas que nos oprimen. Pero somos tan esclavos que preferimos vivir encadenados y que nadie se atreva a pretender liberarnos de nuestras ataduras voluntarias. Por ello, decía San Pablo a los Gálatas: “Cristo nos liberó para que fuéramos realmente libres Manténgase, pues, firmes y no se dejen oprimir bajo el yugo de la esclavitud” (Gal. 5,1).
Toda Eucaristía que celebramos tiene que tener sabor a libertad y ser celebrada por gente que lucha por ser libre. Toda Eucaristía —memorial de la Cena del Señor— es fiesta pascual, fiesta de libertad, fiesta de gente que se siente libre y lucha por la verdadera libertad que está en Cristo, como Él mismo nos dice: “Si les liberase el Hijo del Hombre, serán verdaderamente libres” (Jn. 8, 36). El pan de la Eucaristía es comida de gente libre. El pan de la Eucaristía tiene que tener sabor a libertad.
Ver en la versión impresa las páginas: 2 A
