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Enfrentando las tormentas de la vida

Ahora que están a la puerta y moda las tormentas, los discípulos de Jesús también se vieron metidos en una gran tormenta (Mc. 4, 37).

Ahora que están a la puerta y moda las tormentas, los discípulos de Jesús también se vieron metidos en una gran tormenta (Mc. 4, 37). Igualmente, todos los hombres vivimos y nos desarrollamos en una gran tormenta que significa el mundo que nosotros mismos nos hacemos y construimos. Nuestra vida está llena de grandes o pequeñas tormentas que nos hacen gritar como aquellos apóstoles: “Maestro, ¿es que no te importa que nos ahoguemos? (Mc. 4, 38).

La verdad es que cada vez nos hacemos la vida más difícil y a una gran mayoría nos invaden problemas de toda clase. Problemas económicos, salud,  familiares; problemas de inseguridad y violencia, problemas de comunicación y entendimiento, problemas de alcohol y drogas, problemas morales y hasta de la misma fe. La tormenta desatada en la vida política, económica y laboral es igual… Nuestros mismos hogares ven cómo se deteriora cada vez más la paz y la armonía por las tormentas de la infidelidad, las incomprensiones, las faltas de respeto mutuo y el deseo de imponerse por encima de los otros.

Sin embargo, nuestro problema mayor está en la actitud que tomemos ante nuestros problemas: Unas veces los evadimos echándole la culpa a Dios o a los otros y encerrándonos en lamentaciones y quejas inútiles que nada resuelven, pero que sí nos hacen más difícil su solución. Como decían los discípulos a Jesús, cuando veían zozobrar la barca: “Maestro, ¿es que no te importa que perezcamos?” (Mc. 4, 38).

Frente a los problemas debemos ser conscientes de que nunca nos encontramos solos, ni “Dios se encuentra dormido” (Mc. 4, 38). Jesús no duerme; está ahí donde parece que no está. Jesús no podía quedarse dormido en medio de la tempestad; es una manera de decirnos que Dios aparenta estar ausente, pero la realidad es que está allí, en medio de la tormenta convirtiendo “nuestra debilidad en fortaleza” (2 Cor. 12,1 0) y calmando los duros oleajes.

Dios no está ahí para gritarle a nuestras tormentas que se callen y así anular nuestros esfuerzos para superarlas. Dios no es un paternalista que nos anula, sino fuerza que nos estimula.

Ante las tormentas de la vida no podemos sino “agarrar al toro por los cuernos”, como se suele decir. Aceptando la realidad del problema, sin ocultarlo, sin agrandarlo, ni aminorarlo, pero sí convirtiéndolo en un reto con fe y esperanza.

Ser cristianos no es estar asegurados contra las tormentas de la vida de una manera mágica. No hay árbol que el viento no haya sacudido. La fe nos hace abrir los ojos para ver que con nuestro esfuerzo y con la gracia de Dios somos capaces de convertir las tormentas del mar de la vida en retos y no en derrotas.

Religión y Fe religión Sacerdote

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