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Vivir en la esperanza

Lo último que se pierde es la esperanza, por ello para Abrahán, la esperanza de la promesa: “Tu descendencia será como las estrellas del cielo” (Gen. 15 ,5). Abraham creyó contra toda esperanza, como nos dice San Pablo (Rom. 4, 18) y, por su esperanza, se hizo realidad aquello por lo que luchó.

Lo último que se pierde es la esperanza, por ello para Abrahán, la esperanza de la promesa: “Tu descendencia será como las estrellas del cielo” (Gen. 15 ,5). Abraham creyó contra toda esperanza, como nos dice San Pablo (Rom. 4, 18) y, por su esperanza, se hizo realidad aquello por lo que luchó.

Lo último para Jesús tampoco va a ser la cruz, sino el encuentro definitivo con el Padre en quien siempre creyó y, por eso, era consciente de que “a los tres días resucitaría” (Mc .8, 31; 9, 31; 10, 34). Y así fue, como lo adelanta el pasaje que nos narra el evangelio de hoy sobre “la transfiguración de Jesús” (Lc. 9, 28-36). La escena de la transfiguración es un anticipo de la resurrección.

Jesús iba a tomar el camino a Jerusalén y allí lo que le esperaba, era la cruz. Pero la cruz no va a ser lo último para Jesús y así tienen que saberlo sus discípulos. Si lo último para Jesús hubiera sido la cruz, si Cristo no hubiera resucitado, “vana sería nuestra fe”. (1 Cor 15, 17).

Lo nuestro, lo definitivo para nosotros, no es la cruz ni la muerte, es LA VIDA, como lo fue para Jesús: “Dios le resucitó”, como lo confesaría después Pedro (Hch. 2, 24).

Contemplar a Cristo transfigurado es tomar conciencia de que, a pesar de las cruces por las que pasamos, no podemos perder la esperanza: Lo nuestro, como lo fue para Jesús, será el encuentro con el Padre común en su gloria (Lc. 9, 29-31).

Lo último para el cristiano no es esta tierra problemática con sus cruces y con sus sombras, sino la esperanza que hace realidad, como nos dice San Pablo, que Jesucristo “transformará nuestro pobre cuerpo a imagen de su cuerpo glorioso” (Filip. 3, 31).

La esperanza es la fuerza que nos anima a seguir luchando contra toda cruz que se nos hace presente en nosotros o en los demás. Pedro en el Monte Tabor pretendía evadirse de la realidad de la cruz; por eso, cuando le dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bueno es quedarnos aquí!”, San Lucas narra que Pedro “no sabía lo que decía” (Lc. 9, 33).

La esperanza es esa fuerza que no nos deja tranquilos en nuestro sillón, ni ciegos ni insensibles ante las cruces reales de la vida. Es esa fuerza que nos empuja a luchar contra todas esas crisis que nos impiden conseguir cuanto soñamos para poder gozar de una vida más feliz para nosotros mismos y para los demás.

Es verdad, son muchas las cruces y muchos los problemas que se nos presentan en la vida; pero, por eso mismo, mayor tiene que ser nuestra esperanza.

En medio de todas estas crisis y problemas que se nos presentan en la vida, nunca jamás podemos tirar la toalla creyendo que no es posible ya la esperanza.

Religión y Fe esperanza Fe

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