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Tirando piedras

Siempre me ha impactado cuando leo: “El que no tenga pecado que tire la primera piedra” (Jn. 8,7)... Y que ninguno de los presentes se atrevió a tirar una sola piedra.

Siempre me ha impactado cuando leo: “El que no tenga pecado que tire la primera piedra” (Jn. 8,7)… Y que ninguno de los presentes se atrevió a tirar una sola piedra.

Y es …. ¡qué fácil es juzgar y condenar a los demás, mientras nosotros nunca nos convertimos en reos!… ¡Qué fácil es hundir a los otros con nuestras críticas fundamentadas o no! Pero ¡qué difícil es dar la mano para que se levante!… ¡Qué fácil es echar por tierra a los demás y hundirlos más de lo que están! Pero ¡qué difícil es comprender y animar al que ha errado!… ¡Qué fácil es tirar piedras para destruir a los otros! Pero ¡qué difícil es construir!

Para enjuiciar y condenar siempre estamos dispuestos. Nos ocurre como a los escribas y fariseos: “Vemos demasiado la paja en el ojo ajeno; pero somos miopes para darnos cuenta de la viga que tenemos en el nuestro” (Mt. 7,3).

Y es que estamos muy lejos de vivir aquello que decía Jesús: “No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados” (Lc. 6, 37).

padre oscar chavarria

Los hombres de hoy seguimos tirando piedras, condenando y hundiendo a los demás con nuestra violencia; se nos hace muy difícil brindar la mano para crear reconciliación.

Seguimos pensando que nosotros somos los perfectos y, por eso, somos capaces de condenar, como los escribas y fariseos: ellos se creían, falsamente, no solo los entendidos de la Sagrada Escritura, sino también los santos, los perfectos; por eso, Jesús, con toda autoridad, les hace ver su gran hipocresía: “Aquel de vosotros que no tenga pecado, que le arroje la primera piedra” (Jn. 8,7). ¡Y todos se fueron yendo, empezando por los más viejos!

Jesús, con su manera de actuar con la mujer adúltera, está enseñando a los fariseos, y a todos nosotros, que Dios es todo amor y, por ello, es todo perdón y misericordia.

Jesús no condenó a la mujer adúltera, le brindó su mano para salvarla. No le exigió que dijese cada uno de sus pecados, ni cuántas veces los hizo. Solo le hizo sentir la gran misericordia de Dios que siempre perdona: “Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más” (Jn. 8,10-11).

La Iglesia de Jesús no puede ser menos. La Iglesia es o debe ser siempre una comunidad que brinda y da el perdón en nombre del mismo Dios. Jesús así se lo dijo a sus discípulos: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn. 20,22-23).

En consecuencia, la Iglesia que no brinda y facilita el perdón, no es la Iglesia de Jesús. La Iglesia que da más importancia a las formas que a la reconciliación misma, no facilita el perdón. La Iglesia no puede sino ser portadora del perdón y de la reconciliación y hacer el camino fácil para ello.

Como dice el papa Francisco: “Jesús… no humilla a la mujer adúltera… la misericordia de Dios es grande… Es la actitud divina que abraza, es la entrega de Dios que acoge, que se presta a perdonar… El Señor jamás se cansa de perdonar. ¡Jamás!… Nadie puede verse excluido de la misericordia de Dios… Por eso, se puede decir que la misericordia es el carnet de identidad de nuestro Dios”.

Religión y Fe cristiandad Fe piedras

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