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La novedad del amor

Lo nuestro es el amor, nuestro mandamiento, como hijos de Dios que somos, es el amor; pero no un amor cualquiera, sino amar como Jesús nos ha amado (Jn. 13,34).

El mandamiento del amor es una novedad (Jn. 13,34); no porque el amor en el Antiguo Testamento fuera algo desconocido (Lev. 19,18), sino porque a raíz de Jesús el amor adquiere una insospechada novedad: porque no es amar a un cualquiera, es amar a un hermano (Mt. 23,8).

Amar al hermano es una novedad en Jesús por su universalidad: el amor es a todos, sin fronteras ni murallas, aún a los mismos enemigos (Mt. 5,44). Amar al hermano es una novedad porque su significado: es el signo auténtico y válido de que amamos a Dios (Jn. 13,35; IJn. 4,20). Amar al hermano es una novedad porque el amor ha tomado una dimensiones infinitas: “Como Jesús nos ama” (Jn. 13,34).

En Jesús, el amor, más que un deber, es la exigencia de la propia vida. Vivir es amar. El amor es la vida. Dios es amor, como nos dice San Juan: “Nosotros hemos conocido y hemos creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor; y el que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él” (IJn. 4,16).

Jesús es amor: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn. 13,1). Nosotros somos hijos del amor: “Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama, no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (IJn. 4,7-8).

Lo nuestro es el amor, nuestro mandamiento, como hijos de Dios que somos, es el amor; pero no un amor cualquiera, sino amar como Jesús nos ha amado (Jn. 13,34).

Como muy bien dice San Pablo. Nada somos sin amor; todo lo somos con amor: “Si no tengo amor, nada soy”… (1Cor. 13,2.13). Por eso la vida sin amor no es vida, teniendo presente que el amor no es solo un deber es más bien el arte de vivir

Amar también es volverse amable… El amor no obra con rudeza, no actúa de modo descortés, no es duro en el trato. Sus modos, sus palabras, sus gestos, son agradables y no ásperos ni rígidos. Detesta hacer sufrir a los demás.

La cortesía es una escuela de sensibilidad y desinterés, que exige a la persona cultivar su mente y sus sentidos, aprender a sentir, hablar y en ciertos momentos, a callar. Ser amable no es un estilo que un cristiano puede elegir o rechazar. Como parte de las exigencias irrenunciables del amor, todo ser humano está obligado a ser afable con los que lo rodean.

Nuestro mundo de hoy es demasiado frío y calculador; solo el amor puede humanizarlo, solo el amor puede llevarnos a vivir y convivir solo desde el corazón.

Un mundo sin amor, sin corazón, es un mundo egoísta e insensible ante el dolor y la miseria. Un mundo sin amor, sin corazón, es un mundo idólatra del yo, para nada interesa el tú, el hermano.

Las palabras justicia, solidaridad, compartir con el que nada tiene… sueñan a algo caduco que nada inquietan.

Solo el amor salva al mundo, el amor es vida y la vida es amor: es la esencia de la vida. En la medida que la vida sea más amor más nos respetaremos los unos a los otros; más solidarios seremos, porque nos sentiremos hermanos y nos comportaremos como tales. Más nos acercaremos a los demás y compartiremos lo que tenemos con quienes nada tienen.

Solo el corazón nos puede enseñar a vivir y convivir. Como dice Albert Einstein: “Vivimos en el mundo cuando amamos. Solo una vida vivida para los demás merece la pena ser vivida”.

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