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Daniel Ortega, reformas

La lección que nos da Carlos Fernando

Plantado frente al poder, Carlos Fernando Chamorro demuestra, como periodista y ciudadano, que no podemos dar por perdidos nuestros derechos solo porque un régimen ha decidido secuestrarlos

Irracionalidad

Cuando ya parece que el régimen tiene que entrar en razón de todo el desmadre que ha ocasionado, sale con su nueva torta. Esta semana nomás, comenzamos con la cancelación de nueve organismos no gubernamentales. Revancha pura. El mundo entero se escandalizó. No terminábamos de recuperarnos del asombro, cuando asaltaron las redacciones del diario Confidencial, y los programas televisivos Esta Noche y Esta Semana, que dirige el periodista Carlos Fernando Chamorro. Condena internacional. Y uno espera que ante el avispero que está alborotando, el gobierno busque como recapacitar y bajarle su intensidad a esa desquiciada forma de responder a la crisis, cuando ¡plaf! expulsan a los organismos internacionales. La cordura está ausente en El Carmen.

Corea del Norte

La intención de Daniel Ortega y Rosario Murillo parece ser la de crear un país cárcel. Algo así como Corea del Norte. Un país sin testigos incómodos. Uno donde los ciudadanos están obligados a reverenciar a su líder so pena de graves castigos. Donde el poder se pasa de padres a hijos. Una dinastía de mil años con elecciones que “ganan” con el 100 por ciento de los votos de todos los habitantes, porque el que no vota, así como se le indica, va al destierro. Una sociedad donde los vecinos se vigilan unos a otros. Sin medios de información. Porque en esa sociedad soñada por Ortega y Murillo la realidad es la que ellos quieren que sea. Eso quieren. Que puedan, es otra cosa.

Pedro Joaquín

Recuerden el 10 de enero de 1978. Ese día no solo murió un hombre. La muerte de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal detonó la insurrección popular que terminaría meses después con la dictadura somocista, porque cada nicaragüense se siento agredido con esa muerte. Si fueron capaces de matar a Pedro Joaquín Chamorro qué les puede importar matarnos a todos, razonó cada quien. Y la población salió a las calles. Muchos agarraron armas y se tomaron las ciudades. No eran solo ciudadanos furiosos porque mataron a un buen hombre, ni solo porque les quitaban una voz valiente que los representaba, era, sobre todo, la certeza que la dictadura cruzó un límite en el cual ya nadie estaba a salvo. El día que mataron a Pedro Joaquín la dictadura se pegó el balazo que la dejó herida de muerte.

Sin medios

Imaginemos nomás que Daniel Ortega se salga con la suya y logren acallar a los medios que le incomodan. Solo quedarían los medios oficialistas. Como en Cuba y Corea del Norte. Aquí, piensan ellos, no habría presos políticos, ni muertos por la Policía, conoceríamos solo estadísticas de una Nicaragua en bonanza y hasta versiones tan alocadas como la que dio la Policía ayer sobre la familia que quemaron tendría que ser aceptada como realidad porque, en sus cálculos, sería lo único que conoceríamos. Como si ahora eso fuese posible en el mundo.

Trinchera

El periodismo ha sido tradicionalmente la última trinchera entre la dictadura y la democracia. Pedro Joaquín Chamorro decía que la libertad de expresión es la libertad fundamental, porque de ella dependen las otras libertades. El asedio a los periodistas y medios de comunicación, no es por tanto, solo un ataque a las empresas y personas que ahí trabajan. Quien lo vea así está dejando de ver al depredador que va por sus otras libertades y no quiere testigos.

Carlos Fernando

Carlos Fernando Chamorro ha demostrado de qué madera está hecho. Luce incansable reclamando sus derechos. Parece inútil llegar a pedir explicaciones legales a la misma Policía que asaltó su propiedad por la noche. También lo parece pedir justicia en un sistema controlado por la dictadura que lo acosa. Y parece cosa de locos esperar que la Fiscalía lleve adelante su acusación contra los criminales que le han hecho daño sabiendo quienes son. Pero ahí ha estado, como periodista y como ciudadano, plantado en cada lugar y dándonos una gran lección: no podemos dar por perdidos nuestros derechos solo porque un régimen ha decidido secuestrarlos. Renunciar al reclamo porque parece inútil significa aceptar que la dictadura triunfó.

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