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Navidad, oportunidad para Ortega

Hoy está siendo una oportunidad excepcional para que los gobernantes de Nicaragua, que profesan ser discípulos de Cristo y abanderados del amor, den una muestra de sus convicciones y espíritu reconciliador

Ojalá que al salir este artículo haya ocurrido o esté por ocurrir lo que tantos miles de nicaragüenses anhelan de corazón: la liberación de todos los presos políticos. Hacerlo es propio del espíritu de Navidad y más aún de cualquiera que se considere cristiano. Porque ese Jesús que hoy celebramos trajo un mensaje de amor, perdón y reconciliación que, siendo universal o para todos, obliga de una forma especial a quienes pretenden seguirlo.

Hoy está siendo una oportunidad excepcional para que los gobernantes de Nicaragua, que profesan ser discípulos de Cristo y abanderados del amor, den una muestra de sus convicciones y espíritu reconciliador. Hacerlo sería un bálsamo de paz para Nicaragua y una muestra de misericordia para las familias que sufren profundamente la prisión de sus seres queridos. Sería además un acto de buena voluntad que devolvería la esperanza de que, a través del diálogo y reacciones humanitarias, podría llegarse a una solución pacífica de nuestra profunda crisis.

Así como los actos de represión han ahondado los odios y divisiones dentro de la familia nicaragüense, ocasionándole al gobierno un gran aislamiento y costo político, la liberación de los centenares de presos políticos traería un gran efecto sanador al interior del país y sería muy bien vista por la comunidad internacional. Negarlo, por el contrario, sería una muestra de endurecimiento que emponzoñaría aún más nuestra atmósfera y alejaría la paz.

Algunos en el gobierno podrán alegar que las personas que intentaron derrocar al gobierno, y que por tantos son “golpistas”, así como quienes recurrieron a la violencia desde abril, no son dignos de perdón. Pero es bueno que consideren dos cosas: una, que muchos de los presos fueron simples estudiantes y campesinos que sencillamente protestaban igual que lo hicieron muchos de ellos en su juventud. La otra es que gobiernos anteriores, enfrentados no solo con asonadas, sino con auténticas rebeliones armadas, tuvieron gestos humanitarios hacia sus enemigos.

Luis Somoza, por ejemplo, en junio de 1957 decretó una amnistía amplia e incondicional para todos los involucrados en el asesinato de su padre en 1956. Hizo lo mismo en 1960, a favor de quienes se insurreccionaron en Olama y Mollejones, y en el Chaparral en 1959 (la cual cubrió a Carlos Fonseca). E hizo lo mismo en 1962, a favor de quienes atacaron los cuarteles de Jinotepe y Diriamba en 1960.

No olvidemos tampoco que el acuerdo de Sapoá, y la amnistía firmada por Ortega en 1988, abrieron la puerta a la paz y reconciliación que disfrutamos en los siguientes 30 años. Hoy tenemos otra oportunidad. Ojalá no sea desperdiciada por quienes tienen en sus manos abrir o cerrar puertas a la paz.

El autor es sociólogo. Fue ministro de Educación.

Columna del día Daniel Ortega Navidad Oportunidad

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