XX LADRONES
Entonces, una pequeña serpiente,
enroscada cual un «como»
en las trapacerías del poeta
se posesiona de la voz
que repite todo lo del aire.
Bífido terror,
unirse centauro con su doble,
el «como» otra vez, pero ahora
es lo que de hombre el poeta tiene,
y en un adiós será
el galope en sus papeles.
El dueño de lo robado al aire.
XXI UN CONSEJERO
La ciudad era, pero Managua se llamaba.
Ahí el hambre de sembrar paisajes
saltó a derribar
las columnas del mar.
Gula de acentos,
de lenguajes túrgidos
en cada alba,
seduce a mis mástiles
la ciudad que fue
deshaciéndose en mis pies.
Sueño con partir,
parto para no dejar de soñar,
seas hoy la amada Lutecia,
doncella de ojos de licor celestial, de oliva griega,
o amanezcas entre las olas,
la nueva desnudez milenaria
al ojo sediento que vierte
lágrimas, licor de los sueños.
Justo en la era del amante de las ciudades.
XXII EL OTRO CONSEJERO
Pequeño incendio que llama,
febril, a ensayarse halcón
para traer las herrumbradas llaves de Dios.
El niño abre la casa:
él mismo saquea las macetas yermas,
la loza jamás puesta
en celebración
y escancia humedades
para siempre jamás custodiadas
por el polvo y las grietas.
El niño es el amo del engaño;
el que usó las llaves
y dejó las arcas vacías
—llenas de mares y caracolas.
XXIV FALSIFICADORES DE METALES
Tuve por maestros a falsarios.
Es eso lo que, para vuestro reconforto,
queréis que escriba.
Bien, fueron alquimistas de feria,
bribones que hacían del cuenco de barro
un grial por el cual valiera la pena
lanzarse a la desgracia,
idiotas que hacían de la levadura poca y los minúsculos premios del mar
un hartazgo de crepúsculo en la playa.
Por mi parte, nada tengo que defender.
El manto de oro que les dejo
mostrará sus costuras de bisutería
cuando yo ya esté lejos
y riendo a buen recaudo.
Sólo quiero que atesoréis
el embelesado instante
en que creáis ver como señores
desde la prenda altiva
la inmensidad de vuestra pobreza.
LA SAL DE LA TARDE
Un cielo, es lo único que no puede ponerse en duda. Algo terrible lo rodeaba. No eran las aspas de la castidad, ni la blancura insolente de la tristísima lujuria que contempla desde la ventana. De todo lo demás duda, sí. Sobre todo del ser rastrero que se sueña ángel descifrador.
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