Esthela Calderón
Luminosas pringas
El poder de la noche es el amor recurrente con la muerte.
La muerte se ilumina de noche y aúlla a las estrellas.
Hay un lazo entre muerte, noche y estrellas
los Chibchas, Chorotegas y Nagrandanos
aprendieron a aullar por medio de las cabezas
arrancadas a sus enemigos.
Sangre de cabellera en la tierra.
Envenenada la tierra dejó salir
una llamarada del bosque
y alimentó con su hoguera el alma del altísimo Jaguar
para que iluminara a mi pueblo.
El animal saltó desde los brazos de una niña
que lo había cargado hasta su comida de incendio.
Minuciosa luz le atravesó cada agujero de sus pringas.
En ellas duermen las estrellas bajo la almohada de la noche
y en ellas el alucinante canto de la muerte
sopla cada una de las cabezas
que faltan por arrancar.
La ceiba de Sevilla
El aire gritó tu nombre
y la admiración no fue para la Giralda
que, fundida en torre y campanario,
insiste en imponer la fe.
Desde el Alcázar,
dominante fronda agujereando la mirada,
vértigo rosado de quien desde abajo
contempla tu eternidad metro a metro.
En tus pies gigantes descansa la civilización
con linaje de cruz y estandarte de espada.
En tu tronco duerme la imperial corona
con rozaduras de flechas y punzantes gritos.
Debajo de tus brazos un hito de luz se asoma
y descubre nuevamente tus planes de fuga
por medio del ojo que toma la foto.
Se dice que en tu entorno
nadie conoce el prefacio de los huesos
ni rememoran la obsesiva respiración de la lluvia
cuando el sol desaparece.
Queda claro, entonces, que abanico violeta es tu penacho,
agitando suavemente el alma
de los que habrán de descender a tu aposento.
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