Por Francisco de Asís Fernández
A Augusto Montealegre
Mis sueños tienen arrugas de viejo y artrosis,
tienen derrame cerebral en un cerebro vacío,
envejecen con rayas, tachones, manchones y rencores sepia,
viven con la presión alta y con azúcar,
con el brazo y la pierna derecha derrengados y entumidos,
con alucinaciones de muertes impecables, grotescas o brutales.
No les basta con tener la vida destrozada,
con ser peces luminosos en un barco fantasma,
sangre que se sale de la raya y heridas en la memoria,
tienen también imaginaciones con yeguas indómitas
encarceladas en el mundo de Charenton.
Ahora sueñan en carne viva el delirio de repetir mi vida
y volar sobre el paisaje.
Viven en carne viva la pesadilla de creer que todo fue inútil
y que yo no resistiría repetir le inutilidad de mi vida.
CORMORANES Y DELFINES
Reconozco que la pasión humana no se desvanece con la muerte,
que sube como un rubor de la impudicia y crece irrefrenable hasta la locura de la vida,
que se ama con canciones amargas hechas con versos de cormoranes y delfines.
La pasión sólo es cantada por ángeles que merecen la verdad
porque viven en la boca del cráter
cuando lloran su comedia sin risas y su drama sin lágrimas,
o representan a un personaje mudo que grita poemas y canciones;
por ángeles que se fueron alterando y que les fueron saliendo piernas humanas,
ojos humanos con la malicia de la soberbia
y se convierten en marginales y luces bellas del cielo
o en poetas infelices en la tierra.
Estos poetas verdaderos se cortan la yugular y su sangre no mancha la pantalla,
son magos que no pueden hacer desaparecer su corazón.
Los sacramentos de los poetas peligrosos son orín púrpura,
son la esquina torcida de la tragedia donde se encuentran Tiniebla y Rayo
con Amor, Odio, Temor y Miedo
en la zona de la fascinación por el fuego.
AL FINAL DEL DÍA
Al final del día, cuando quiero saber lo que gané y lo que perdí,
cuando ya sólo me quedan algunas monedas dentro de los harapos de la noche,
y ya no quedan estrellas, ni rutas, ni barcos ni desengaños flotando en un árbol,
y se lava con mangueras el pavimento de la ciudad ajada y mohosa
para que aparezca acomodado el desorden,
los muertos por dentro no son percibidos en el endemoniado enjambre de abejas.
Al final del día cuando lo único que me sobra son los restos de mí:
la suma implacable de mis restas.
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