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Cultura: lazos que unen

Las palabras de la Embajadora de Alemania, doctora Betina Kern, dotaron de claridad y justificación las razones por las cuales se celebraron los cincuenta años en el Teatro Nacional Rubén Darío, de un quehacer plausible y sostenido: la relación y cooperación entre Alemania y Nicaragua, con preeminencia en el plano cultural.

Por Joaquín Absalón Pastora

Las palabras de la Embajadora de Alemania, doctora Betina Kern, dotaron de claridad y justificación las razones por las cuales se celebraron los cincuenta años en el Teatro Nacional Rubén Darío, de un quehacer plausible y sostenido: la relación y cooperación entre Alemania y Nicaragua, con preeminencia en el plano cultural. Yo diría que el festejo de la amistad que se labró a través de todo ese período como efecto de la franqueza mutua, suelta de los frenos impuestos por la distancia.

Esa noche de marzo, Alemania se empeñó en presentar el fruto artístico de su aportación desplegado individual y colectivamente en el escenario. Prospectos criollos del arte clásico que se cultivaron en las universidades y conservatorios de ese País que ya mostraron —y muestran— sus cualidades para honrar a Nicaragua en los tablados internacionales.

Un sugestivo titular anunció la oportunidad de participar de la concurrencia que en el broche de despedida saltó de la llanura de los palcos para identificarse mediante el recurso coral con las estrellas que antes de ser promovidas esa vez, estaban ocultas: “Ven, canta, vive soñando”.

Desfilaron figurillas y figurones maduros de evidenciada reciedumbre. Todos —sin excepción— ex becarios, desde las y los muchachos, hasta los consagrados en la literatura como el doctor Sergio Ramírez Mercado, y en la música como Carlos Mejía Godoy… Jóvenes como el pianista Mauricio Murcia actuando con sobriedad y seriedad en el adagio cantabile y el allegro ma non troppo de la Sonata Número 24 en Fa Mayor de Beethoven, como Reyna Somarriba, impregnándonos con la flauta de los aires que imprimieron los biógrafos originales de Bach, su partita BWV 1013, como David Salomón Jarquín en el Concierto para trompeta y orquesta de cuerdas del poético y fecundo Telemann, como Andrea Winnen haciendo de cabecilla en las cuerdas, como la propia y fogueada, fructífera Camerata Bach dirigida por el condecorado Ramón Rodríguez, como el Doctor Sergio Ramírez Mercado, vuelto por la memoria y la nostalgia a los barrios de aquel Berlín partido, como Carlos Mejía Godoy con la sorpresa de una pieza inédita. Marimbas, danzas, sones. Alemania y Nicaragua entrañablemente unidos.

Fue imposible no soñar con el pasado de los músicos alemanes, de evitar traerlos a la imaginación durante el desarrollo de la gala plena. En Alemania todo ha sido —y es— música. Considerado el auge de Italia en el viejo continente principalmente en la ópera y el mosaico paralelo que tendió la inteligencia en Rusia, esa nación es una predestinada. Su cardinal privilegio reside en la capacidad de su vientre para producir lumbreras y no de timbre diluido o de sonar pasajero: autores de tiempos. Transformadores. Innovadores. Renovadores. Pareciera que el hacedor del Universo, cuya forma nadie puede calcular, le encargó a Alemania y Austria la gracia de parir genios en fila. Van unos tras otros llenando las vacantes dejadas para que nunca se sienta el vacío, para que la armonía esté siempre llena. Basta con iniciar la ronda para no retroceder a épocas más antiguas que la suya con Juan Sebastián Bach, desde donde se levanta la cúspide del arte musical barroco. Cuánta razón —profecía suya— tuvo Webern al decir “que toda la música se encuentra en Bach”. En la travesía cómo no encontrar y valorar con la misma estabilidad ante los años, a Georg Philipp Telemann y Georg Friedrich Haendel.

Con este trío se confirmaría el orgullo de cualquier naturaleza fértil. Pero faltan muchos más y eso es lo rico de su historia. Tantos méritos lucen Franz Joseph Haydn cuya música fue vital inspiradora del himno actual de Alemania, el padre prolífico de la sinfonía. Amadeus Mozart austríaco pero recibe los céfiros vecinos, De Ludwig Van Beethoven, alemán puro aunque de origen familiar holandés, cuánto pudiera decirse. Setecientos volúmenes “lo contemplan”. Continuador del espíritu clásico de Haydn y Mozart y reformador de la estructura de la sinfonía. El vienés Franz Schuber es el maestro del “lied”, del género romántico y sigue la ilustre procesión con Mendelssohn en la formación de otro trío con el wagneriano Antón Bruckner y el infinitamente melódico Johannes Brahms, sin quedarse nunca la ópera alemana de Richard Wagner antecedida por el romanticismo de Weber. Y cómo no seguir con el excéntrico sinfonista Gustav Mahler.

Es una lástima que todo ese continuo esplendor haya sido miserablemente roto por la guerra. Con los nazis en el poder se hicieron pedazos los faroles de los teatros, reducido a su mínima expresión el clarín de la vanguardia que ya comenzaban a tocar revelaciones nacientes. Vistos Schonberg, Berg y Webern como “degenerados” por el ojo extraviado de los verdugos.

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