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Mario Salvo Lazzari, en el 2008. LA PRENSA/ CORTESÍA/ ARNOLDO J. MARTÍNEZ SALVO

El trabajo es una ilusión, es vida

En este mes de enero, Mario Salvo Lazzari, mi abuelito, cumple dos años de haber fallecido. Sin embargo, a veces siento que sigue con nosotros. Cuando me voy o vengo de viaje, tengo el impulso de llamarlo para despedirme o contarle cómo me fue. Cuando tengo una duda sobre mi carro o sobre una reparación que debo hacer en la casa, lo primero que pienso es “voy a preguntarle a mi abuelito”. Cuando me encuentro en la oficina estoy a la expectativa de que entre para saludarlo. Un amigo me dijo que éste es un sentimiento común y que con el tiempo pasará. Pero en este caso, no creo que sea así. El legado que mi abuelito dejó en nuestra familia es tan grande que él y su ejemplo vivirán siempre con nosotros.

Por Arnoldo J. Martínez Salvo

En este mes de enero, Mario Salvo Lazzari, mi abuelito, cumple dos años de haber fallecido. Sin embargo, a veces siento que sigue con nosotros. Cuando me voy o vengo de viaje, tengo el impulso de llamarlo para despedirme o contarle cómo me fue. Cuando tengo una duda sobre mi carro o sobre una reparación que debo hacer en la casa, lo primero que pienso es “voy a preguntarle a mi abuelito”. Cuando me encuentro en la oficina estoy a la expectativa de que entre para saludarlo. Un amigo me dijo que éste es un sentimiento común y que con el tiempo pasará. Pero en este caso, no creo que sea así. El legado que mi abuelito dejó en nuestra familia es tan grande que él y su ejemplo vivirán siempre con nosotros.

Por supuesto, uno de sus mayores logros fue haber iniciado hace 69 años, junto con mi abuelita Pina, una pequeña empresa familiar de helados y haberla convertido en una exitosa industria láctea en Nicaragua y Centroamérica. El éxito de esta aventura se refleja en el simple hecho de escuchar a niños, adolescentes y adultos pedir un “eskimo” cuando desean una paleta o sorbete, independientemente de la marca. También emprendió, siempre a la par de mi abuelita, otros negocios exitosos como Mario Salvo Refrigeración, Restaurante El Eskimo y La Crema Batida. Estuvo en el negocio de bienes raíces y de construcción de casas; llegó a tener y alquilar decenas de éstas en la vieja Managua. Durante el exilio, se dedicó a la fabricación de máquinas para la industria láctea, la producción de conos y al negocio de restaurantes. Mucha gente me dice que mi abuelito era todo un caballero, un hombre honesto y trabajador; inseparable de mi abuelita, su eterno amor. Efectivamente así fue, pero además tenía otras cualidades que le permitieron llevar una vida plena.

Preguntaba de todo y sabía de todo. Era un gran aficionado al beisbol, sobre todo de las Grandes Ligas. Él, junto con su hermano Poncho, fueron los primeros en llevarme a ver un partido de beisbol en el Estadio Nacional, a mediados de los años setenta. Además de darle seguimiento a las series mundiales, nos preguntaba y pedía que hiciéramos los cálculos de cuánto dinero ganaba tal jugador por bateo, por juego y por temporada. A veces, de la nada, preguntaba sobre temas relacionados con música (le encantaba La viuda alegre ), cine (era fanático a las películas), física, astronomía, mecánica o electricidad. En mi caso, la mayoría de las veces no tenía respuestas a sus preguntas y me pedía que las buscara en libros y más recientemente en Internet. Hablando de Internet, a pesar de su edad —murió poco antes de cumplir noventa y tres años—, utilizaba la computadora para escribir correos y navegar en el ciberespacio. Decía que estaba escribiendo un libro sobre la historia de la aviación en Honduras, pero que perdió el archivo cuando alguien de informática estaba trabajando en su computadora.

 Familia Salvo Lazzari, en 1917, en Ciudad Guatemala. Aparecen de pie, de izquierda a derecha, Julia, Antonio, Humberto y Alfonso. Sentados, Maruca, doña Gilda y don Eustachio, con Mario de pie entre ambos.
LA PRENSA/ CORTESÍA ARNOLDO J. MARTÍNEZ SALVO

Tenía un espíritu creativo y emprendedor. Diseñó y construyó casas, plantas y máquinas. La mayoría de las casas que hizo en el centro de Managua antes del terremoto aún están en pie y habitadas por quién sabe quién. También diseñaba, construía y volaba barriletes como un niño. Le encantaba volarlos cuando iba al mar. Una vez fue conmigo, uno de sus sobrinos y mi cuñado a Ometepe para probar cómo volaba uno de sus barriletes con los vientos de esta isla; pero desafortunadamente, el fin de semana que fuimos no hubo mucho viento, algo inusual en esta isla volcánica. También hizo un diseño de un mecanismo para pescar utilizando un barrilete suspendido sobre el agua. Éste no lo probó, pero aseguraba que funcionaba.

Entre los tantos barriletes que fabricó, hizo uno para Carlos Mejía Godoy, compositor de Quincho barrilete , a quien se lo prometió en una exposición de barriletes de Managua. Mi abuelito no pudo dárselo personalmente por su estado de salud, pero días después de su muerte, sus hijos se lo mandaron al cantautor con una nota que en esencia decía: “Este barrilete es un símbolo de afinidad que une a dos personas que han expresado su ingenio de distintas maneras, pero con la misma pasión y entrega; vos con tu música y nuestro padre emprendiendo empresas, pero más que todo haciendo cosas tan sencillas como este barrilete que, al fin y al cabo, son las que le dan más sentido a la vida”.

En ciertos momentos de su vida también pintó algunos cuadros. Uno de ellos nunca lo terminó, quizás no estaba conforme con la obra. También dibujaba a mano alzada. Cuando yo estaba en el colegio, me dibujó un retrato de Evita Perón y otro de Carlos Fonseca Amador para presentar en unos trabajos de estudios sociales. El de Evita lo había dado por perdido, pero lo encontré hace unos meses entre las hojas de un enorme libro de la Segunda Guerra Mundial que consulté para averiguar más detalles sobre Operación Valkiria. Me imagino que lo guardé en este libro para que no se deteriorara.

Uno de sus pasatiempos era coleccionar carros antiguos. Tenía varios, pero me acuerdo claramente de dos Ford Modelo T —uno de 1909/1912 y otro de 1922— y un Buick negro de 1936, cuyas puertas de atrás se abrían en sentido contrario a las de adelante. Eran preciosos. Compraba los carros, en su mayoría en mal estado, y poco a poco los iba reconstruyendo hasta que quedaban como de fábrica. Otro pasatiempos que tuvo cuando llegó a Nicaragua en 1933 fue volar avionetas al Triángulo Minero y la Costa Atlántica, entre otros destinos.

 Don Mario Salvo Lazzari junto a uno de sus autos antiguos, un Ford de 1930.
LA PRENSA/ CORTESÍA.

Era muy diligente, por no decir perfeccionista. Se metía de lleno en algún proyecto y no desistía de éste hasta que lo terminara a como él lo había visualizado. En una ocasión estábamos en el taller de la fábrica de máquinas de conos en Estados Unidos y nos quedamos hasta tarde mientras él ajustaba los moldes. Decía: “Muévanlos un pelito para acá, otro pelito para allá”, pero nadie sabía cuánto medía ese pelito, solo él. Pero sus ajustes de pelo en pelo hacían que las máquinas quedaran funcionando con precisión. Además, si algo le salía mal, volvía a hacerlo de nuevo. En más de una ocasión botó paredes enteras recién hechas en la fábrica, los restaurantes o sus casas para construirlas de nuevo hasta que quedaran bien.

A pesar de sus éxitos, mi abuelito fue un hombre muy sencillo. Yo lo notaba en la forma que trataba a la gente que trabajaba con él y en la estrecha relación que tenía con los trabajadores más cercanos, en su mayoría mecánicos, electricistas, maestros de obra, pintores y fontaneros, quien para éstos fue toda una escuela. Pudiendo haber comido lo que quisiera —menos dulce al final de sus años, ¡qué irónico!— su comida preferida era frijoles en bala con tortillas recién hechas a mano.

En muchas cosas era jovial como un niño. Tenía una sonrisa encantadora y envidiable. Una de mis tías decía que no le gustaba tomarse fotos junto a él ya que su sonrisa opacaba la de ella. Esa sonrisa iba de la mano con su buen sentido del humor. Contaba unas historias tan chistosas basadas en hechos reales que nos hacían reír y al mismo tiempo dudar de su veracidad. Nos contaba que cuando Nicaragua le declaró la Guerra al Eje en 1941, Somoza García arrestó a alemanes e italianos residentes en el país, entre éstos a mi abuelito y sus hermanos. Por su edad, mi bisabuelo no fue arrestado. Cada vez que contaba este hecho, le añadía diferentes matices en cuanto cómo fueron arrestados, cuánto tiempo estuvieron recluidos, qué hicieron durante este tiempo y cómo salieron del arresto; de tal forma que esta seria anécdota la hacía ver chistosa. En una de sus contadas dijo que los italianos más bien la pasaron bien bromeando, jugando cartas y tomando tragos. ¡Quién sabe si habrá sido tan así!

Los años 80, en un  parque de miami,  de pie junto a su esposa Pina, su hermana Maruca, su cuñada Margot, su hermana Julita, su hermano Poncho y su cuñada Güicha.

Le encantaban los animales, particularmente los chocorrones, los grillos y las loras. Agarraba los chocorrones, les amarraba un hilo en las patas y el hilo a una lámpara colgante con candelabros. El chocorrón empezaba a volar en círculos alrededor de la lámpara. Cuando dejaba de volar y lo veía cansado, lo desamarraba, soltaba y dejaba ir. A los grillos los metía en cajitas de fósforo vacías y les daba de comer. Decía que daban buena suerte y por eso no debíamos matarlos. En un mismo momento llegó a tener unos 16 perros, entre pastores alemanes, dálmatas, labradores, mezclados y de la calle. Tenía alcaravanes, a los cuales visitaba para ver si cantaban puntualmente la hora. No obstante, tenía repelo a las culebras. Una noche soñó con éstas, se cayó de la cama boca abajo y del miedo empezó a patalear contra el piso. El día siguiente amaneció con las uñas de los pies moradas.

Como buen hijo de italianos, era supersticioso con ciertas cosas. Aunque lo hacía, no le gustaba darle la mano a un iettatore (persona que trae mala suerte o mal agüero). No le gustaba que le dieran reconocimientos ya que lo interpretaba como un augurio de su muerte. Cuando tenía que tomar decisiones muy importantes, particularmente en los negocios, le pedía a su hermana Julita —quien en realidad tenía un don especial para la cartomancia— que le leyera las barajas. Creo que lo hacía más para reasegurar sus decisiones que para saber el futuro resultado de las mismas.

Con personal del Restaurante El Eskimo en 1965,  durante la inauguración de su nuevo local ubicado en la esquina opuesta al Teatro Salazar.

Aunque yo soy poco de la palabra, me encantaba hablar con él, sobre todo cuando yo necesitaba consejos. Era muy comprensivo e inspiraba paz y tranquilidad. Siempre tenía una buena idea o solución a los asuntos que le planteaba. Además, era muy cariñoso. A mi abuelita y a la mayoría de sus hijos, nietos y bisnietos nos llamaba por nuestros nombres en diminutivo. Cuando éramos chiquitos, a los nietos y bisnietos nos acariciaba abanicando sus dedos en escalera sobre nuestras orejas.

A pesar de todos los disgustos y diferencias que surgen en toda familia, mi abuelito nos inculcó un gran sentido de unidad familiar. Siempre fue muy pegado a sus hermanos Antonio, Julita, Humberto, Maruca y Alfonso. En los malos y buenos momentos, mantuvo a la familia unida. Tan así, que la mayoría de las cosas las hacían juntos él mi abuelita y sus hijos. Siempre andaban en macolla. En más de una ocasión me contaron haberlos visto juntos y decir: “Mirá, ahí vienen los Salvo”.

En una entrevista brindada a Estrategia & Negocios en el 2004, mi abuelito afirmó que “el trabajo es lo principal; en cualquier negocio, con constancia y perseverancia se logra el éxito”. De hecho así fue. Mi abuelito trabajó hasta tres meses antes de morir casi a los 93 años. “No me acostumbro a estar fuera (de Eskimo), no sé qué hacer. El trabajo es una ilusión y si uno no tiene una ilusión, se acabó todo. El trabajo es vida”, afirmó en dicha entrevista.

Quien no lo conoció diría que mi abuelito fue un hombre perfecto. Como todos nosotros, tenía defectos, pero sus virtudes los sobrepasaban. Mientras mantengamos vivos éstos y otros recuerdos, él siempre vivirá entre nosotros y sonreiré cada vez que lo recuerde.

En  sus 50 años de matrimonio,  en la iglesia El Carmen, en diciembre de 1992.
En Tegucigalpa, Honduras, en 1926.

La Prensa Literaria

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COMENTARIOS

  1. Cecilia
    Hace 9 años

    Hola Don Arnoldo, que bonito escrito sobre su abuelito, en lo personal creo que Usted se parece mucho a él, es muy inspirador leer el artículo. Saludos a su familia con mucho cariño.

    Cecilia

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