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 Una de las avenidas en la vieja Managua. FOTOS: LA PRENSA/ARCHIVO.

El San Antonio de la vieja Managua

Nunca imagine encontrar a Tito Castillo y su esposa Cuta, en Galerías hurgando las fotos de Managua que ahí se exhíben. El encuentro casual, me trajo a la memoria una amistad de muchos años y algunas navidades juntos, sin embargo y a pesar de saber que todo lo que hice en mi vida fue con el sudor de mi frente, Tito me confiscó sin agua va... perdoné ya hace mucho tiempo a los que me hicieron daño, por eso saludé a los viejos amigos con alegría y cariño.


Por Róger Fischer Sánchez

Nunca imagine encontrar a Tito Castillo y su esposa Cuta, en Galerías hurgando las fotos de Managua que ahí se exhíben. El encuentro casual, me trajo a la memoria una amistad de muchos años y algunas navidades juntos, sin embargo y a pesar de saber que todo lo que hice en mi vida fue con el sudor de mi frente, Tito me confiscó sin agua va… perdoné ya hace mucho tiempo a los que me hicieron daño, por eso saludé a los viejos amigos con alegría y cariño. Ellos buscaban las oficinas de Luis Pasos en San Antonio, donde tuvieron una librería en sociedad con Felipe Mántica y Tito me dijo que lo que realmente le interesaba era la Managua original, la que sucumbió en marzo del 31.

Mi sentido del humor brotó al instante y en mis adentros pensé “Tito a lo mejor quería también confiscar aquella Managua que se deshizo para una Semana Santa.”

Siguiendo La Momotombo estuvo La Panam y después Isaac Githis, después Enrique Arana y su Agencia de Viajes. Enrique en una ocasión, cuando se casó, me dejó a cargo de la Agencia donde don Chico Lugo —famoso granadino— me pidió rebaja si compraba dos boletos en bus a Costa Rica. Nepode cuñadísimo de Somoza tenía oficinas de gestiones y ventas para el gobierno, contiguo a la Librería Lanzas donde don Armando y familia vendían revistas, libros y periódicos extranjeros. En la esquina del Gran Hotel estaba la Barbería de Mincho González, barbero de Tacho Viejo. Después de los Lanzas estaba El Gambrinus y posteriormente El Mandarín. En una casa de taquezal blanca con rojo vivieron las Pfaeffle recién venidas de Bonanza cuando estudiaron en La Inmaculada y en la propia esquina quedó el Edificio Paiz, de cuyo dueño don Domingo, se decía que haciendo necesidades mayores en un patio baldío, le cayó un saco de billetes en dólares, ya que mientras él salía de su mandado, los sirvientes de Remotti —acaudalado italiano que acababa de morir— vaciaron sus arcas y las tiraron al patio vecino, donde Paiz recogió el dinero y dio gracias a la vida por su buena fortuna.

En una ventanilla del Teatro González, despachaba sus sabrosos hot-dogs, el simpático de Alberto Pasos, mientras contaba que el primer Sacasa, era íntimo amigo de su bisabuelo, además de compadres, sucedió que Pasos en una necesidad, solicitó y recibió un préstamo de su compadre, el que por cosas del destino no lograba cancelar, después de varios telegramas y cartas de cobro. Sacasa fue en diligencia Granada ya que él se había trasladado a León. El compadre fue recibido con alegría en casa de los Pasos donde se hospedó, al día siguiente se levantó muy temprano, charló y desayunó con los Pasos y grande fue la sorpresa de toda la familia, cuando un empleado del juzgado de Granada llegó a la casa de los Pasos a notificarles una demanda que había interpuesto en su contra, su compadre Sacasa. Demás está decir que el compadre siguió como si nada, hospedado, comiendo, durmiendo y platicando con los Pasos hasta que éstos le pagaron. Se despidió con gran cortesía y la amistad continuó como que si nunca hubiese pasado nada.

Esquina opuesta al González, estaba la clínica del Dr. Adán Fuentes, prestigioso médico capitalino muy apreciado y querido junto a su esposa Marina, y sus hijos José Adán, la inolvidable Carmen Marina, Ana Clemencia ahora de Román y la muñeca Fuentes de Abaunza, esposa de Ramiro mi amigo, el ginecólogo, mamá de Alexander y hermana de María Martha la gorda más simpática del mundo. El doctor me quemaba los cornetes con unos palillos de fósforo y yo olía a carne asada, más que la misma frente al Gran Hotel.

Arriba de la casa de dos pisos, estaban las oficinas de Domingo Jarquín —el recordado doctor Shivago—. También estuvo Vargas López en una época y otras personas entre las que recuerdo a las famosas palomas mensajeras de abril.

Sobre la misma calle y acera recién exiliado, don Teodoro Picado caminaba de saco, corbata y sombrero, seguido muy de cerca por una mujer que llevaba en la cabeza una pana de carne y con malicia gritaba su pregón… “aquí va el chancho… aquí va el chancho”. Hasta que don Teodoro sofocado y rojo de vergüenza se metió en el primer zaguán, que halló abierto.

  Managua antigua:  uno de sus atractivos eran los parques.
LA PRNSA/ARCHIVO

El Club Internacional fue por muchos años el centro de los viejos liberales, Enoc Aguado, Horacio Espinoza, Enrique Espinoza Sotomayor, Sofonías Salvatierra y otros connotados, recordaban frecuentemente el asalto que hizo Gabry Rivas por órdenes de Emiliano Chamorro, donde pistola en mano con un grupo conservador, sacaron a empellones para llevar presos a la nata del liberalismo, encabezado por José María Moncada, quien en un gesto característico de su temple, le gritó al periodista conservador “dispara cobarde, dispara si sos hombre.” Gabry que era intelectual, guardó la pistola y se hizo el disimulado.

El Internacional tenía cancha de basket y tenis, y los domingos en la mañana hacía tertulias para chavalos de catorce arriba, ahí empezamos a bailar tango argentino y porros colombianos con un conjunto tico, cuya canción de Puntarenas todavía recuerdo, pues decía… “jamás podré olvidar, este lindo verano, con sus verdes palmeras, sus lindas mujeres, su sol tropical…”

Joby Pasos que había sido gerente de PANAM, tenía sus oficinas de servicios aéreos, contiguo al Internacional. Joby, hermano de la Coco Renner de Parodi y del loco Pasos, era hijo del general Pasos Díaz, piloto famoso y quien en un accidente, perdió su avión. Dicen que en el club de Granada se reunieron todos los granadinos conservadores pudientes e hicieron una colecta, manejando la misma, a base de decir cuánto aportaba cada quien, levantando su mano derecha. Sucede que había llegado de estudiar un mozalbete y cuando le llegó su turno, no sabía qué hacer, el vecino le dijo… “No seas dundo decí cualquier cantidad… que aquí sólo se trata de ofrecer y no de cumplir…”

Seguido a Joby estaban las oficinas de la FRATERSA, sociedad que vendía tierras a plazo y que yo gerenteaba. Ahí Pancho Bulla y Gilberto Cuadra Vega eran mis huéspedes.

La Merceditas Fuentes era agente de joyas y bienes raíces y quedaba al centro de mi oficina y la del Guico Mejía de Granada quien junto a un señor Boza, agente de seguros, contrataron a la Dinorah entonces de unos diecisiete años, ella se encargaba de limpiar las oficinas y contestar el teléfono. Todas las mañanas la dejaba en esa esquina un buen amigo, exitoso en la jardinería, mientras ella traviesa coqueteaba y romanceaba con los vecinos del local. Algunos meses después el zorro Abaunza llegó halándola del brazo a preguntar sobre sus romances, a los que en ese momento estábamos en la Farmacia Minerva, yo respondí que como caballero no podía hablar de una dama, el dueño de la farmacia hizo lo mismo y derrotado el celoso galán se la llevó en un carro negro, grande y de marca famosa. Años después hubo un robo con violencia en aquellas oficinas y todo fue para llevarse unas fotos indiscretas de la agraciada muchacha, cuando ya ella era figura destacada del folclor social.

Un personaje especial del barrio, fue el creador de la palabra “dirigalpa”, el doctor radiólogo Carlos Alberto Marín de la Rocha, casi genio, gran fotógrafo, magnífico especialista, estilista del verbo, gran amigo de Carlitos Cardenal, compositor de primera, exhibicionista y excéntrico. Dentro de sus bellas canciones está Chavala Nicaragüense , misma que dedicó a Doña Hope, a la Blanquita Buitrago y a cuanta chavala pasaba frente a él. Al regreso del exilio vivió en Granada, donde dormía en cama señorial, mientras su última conquista lo acompañaba en la misma habitación… pero durmiendo en una “tijera portátil” así era Carlos ocurrente y original. Murió en Matagalpa, casi solo, y con muy pocos amigos, uno de ellos, su incondicional Iván Saballos, el de la Marylú.

De San Antonio queda mucha tela que cortar, por lo menos me faltan tres o cuatro artículos más, con anécdotas y nombres de personas queridas y apreciadas, de ese recordado pedazo de la Managua que colapsó en el 1972.

Parte del patrimonio cultural de Managua eran sus edificios.
LA PRENSA/ARCHIVO.

La Prensa Literaria

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