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Quetzalcoatl, el dios grande y bueno, divinidad de los antiguos mexicanos primitivamente adorada por los toltecas, identificado con el planeta Venus, fue posiblemente un personaje histórico deificado, que enseñó a los pueblos creyentes la agricultura, el trabajo de los metales, las artes, el calendario y predicó una religión de amor y resignación. Su nombre significa literalmente serpiente emplumada.
Un día se fue a viajar por el mundo con figura de hombre. A la caída de la tarde, cuando había caminado todo un día, a pesar de que se sintió fatigado y con hambre, no se detuvo. Siguió caminando y caminando, hasta que las estrellas comenzaron a brillar y la luna se asomó por la ventana de los cielos. Entonces, se sentó a la orilla del camino y descansó. Cuando vio a un conejito que había salido a cenar, le preguntó:
—¿Qué estás comiendo?
—¡Zacate! ¿Quieres un poco?
—¡Gracias, pero yo no como zacate!
—¿Qué vas a hacer entonces?
—¡Morirme, tal vez, de hambre y sed!
El conejito se acercó a Quezalcoatl y le dijo: “¡Mira, yo no soy más que un conejito, pero si tienes hambre, cómeme, estoy aquí!” Entonces, el dios acarició al conejito y le dijo: “¡Tú, no serás más que un conejito, pero todo el mundo se ha de acordar de ti!” Y lo levantó alto, muy alto, hasta la luna, donde quedó estampada la figura del conejo. Después, el dios lo bajó a la tierra y le dijo: “¡Ahí tienes tu retrato en luz, para todos los hombres y todos los tiempos!”
(Enviada por Mario Alberto Rojas Darce, 18 años, La pintora, León. Se lo contó su tía Jamileth Darce, barrio El Cementerio, Matagalpa).
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