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Nuestro príncipe Balum Botán

El Libro de las láminas desplegadas y pintadas con las tintas negra y roja, los colores sagrados, aquel que contiene cosas ocultas, existe. Nosotros lo hemos visto.


Por Floricelda Rivas Aráuz

EL LIBRO DE LAS LÁMINAS DESPLEGADAS Y PINTADAS

El Libro de las láminas desplegadas y pintadas con las tintas negra y roja, los colores sagrados, aquel que contiene cosas ocultas, existe. Nosotros lo hemos visto.

La abuela y el abuelo, que tienen toda la vida marcada sobre la piel color de frutos de Guanacaste, que parece que nacieron viejos porque nadie se acuerda cómo eran cuando estaban jóvenes, y que permanecen callados casi siempre, como si no tuvieran que decir, lo tienen. Sí, ellos tienen el libro, que todos dan por perdido.

Por las tardes, a diario los vemos sentados sobre sendos bancos de madera cerca de la puerta de su humilde choza; ven fijo el horizonte como temiendo que el sol no aparezca con el nuevo día.

Sus labios son una línea recta, no quieren dejar escapar el secreto que guardan celosamente, pero parece que están de acuerdo en leernos aquellos raros dibujos pintados sobre piel de masat, el venado. Estos rollos los desconoce la mayoría, grandes cosas contienen, por eso han sido guardados con mucho celo.

Reúnen a todos los niños, niñas y adolescentes, nos hacen prometer que lo que hoy escuchemos se lo diremos a nuestros hijos e hijas; luego, acariciando despacio aquellas “páginas” tan amadas, las desenrollan y, con ojos humedecidos, en voz baja, empiezan a leer.

NUESTROS ORÍGENES

En un principio nosotros fuimos formados por nuestros padres Tamagastad y Cipaltomal. Ellos nos hicieron de mazorcas amarillas, blancas y pujaguas. Pero la sabiduría de nuestro pueblo, la agricultura, las artes, todo viene de nuestro Teyte conocido como Balum Botán.

Este teote nos dice cómo cultivar el cacao y el maíz, nuestro sustento; a cortar el jade y todas las piedras preciosas; a tallar el hueso, trabajar el oro y la plata; labrar preciosas jícaras, pintar bellas telas de algodón, tejer hamacas de diversos colores, moldear la arcilla, realizar primorosas obras de arte y maravillosos trabajos de pluma.

Nos muestra el camino que transitan los astros y lo que tardan en volver a colocarse en el mismo lugar. Nos enseña a curar con cantos, danzas, con el humo del copal, el aceite de los animales, plantas machacadas, y el jugo y el espíritu de las plantas.

A los brujos les dice cómo purificar nuestro cuerpo, realizar solemnes ritos; y a los sacerdote, los guardianes de las tintas negra y roja, cómo pintar el canto que cura, la palabra que es flor.

LA MADRE DE NUESTRO TEYTE VIENE DE LA REGIÓN DE LA LUZ

De cuatro lugares distintos viene gente a esta santa tierra de nuestros mayores, de fertilidad y abundancia sin igual de todo, pues mientras unas sementeras sazonan, están en leche, muchas nacen y algunas apenas florecen, por lo que aquí jamás se conoce la miseria.

El norte es un cuadrante negro, allá sepultan a los muertos. El sur es el lugar amarillo, color sagrado del sacuanjoche, también es la región de las sementeras, de las milpas azuladas.

Nuestro príncipe aparece por el oeste, donde está la casa del sol, de un lugar pintado de rojo, viene del Cielo a toparse con la faz de la Tierra. Aunque él llega de noche, brilla un resplandor de llamas y su nave hace temblar la tierra como si fuera un terremoto.

Cada vez que baja, el cielo truena y la tierra retumba, entonces nos llenamos de gozo, porque, en grandes y pequeños morrales, del cielo nos vienen cosas buenas.

Del este viene Maya, de la región de la luz, de donde chorrera la vida, del lugar donde brilla la aurora. Ella es la diosa del vientre puro, la virgen madre de Balum Botán, nuestro pequeño e incomparable teyte, el teote que baja, nuestro príncipe.

La madre de nuestro príncipe, Maya, tiene muchos nombres, como: Tonantzin, Coaticlue, Tlazolteol, Cipaltomal… Maya es la energía que motiva todo germen, es fecunda, la virgen madre de todo lo creado.

Ella es generosa, es pura, por eso, cada vez que la tierra da una vuelta entera alrededor de nuestro padre, el sol, nos alegramos y hacemos una gran gritería para repartir, entre todos, todo lo que es producto de la tierra y de nuestras manos, como una ofrenda a la madre de Balum Botán.

Entonces brotan y se desatan como gajos de flores, nutridos y dulces cantos que alegran los corazones y hacen brillar nuestros rostros.

BALUM BOTÁN DICE QUE LA PATRIA NO ES UNA IDEA

Balum Botán ama a su pueblo, por eso habla en el Calmecac, el lugar de las casas alineadas.

Él dice que los jóvenes no deben hacer demasiadas preguntas, ni hablar sin sentido, deben fijarse en los rostros soberbios de sus padres, firmes como la piedra, resistentes como el tronco de un árbol; dueños de un rostro sabio y de un corazón hábil y comprensivo.

Nuestro príncipe es muy sabio. Nos enseña que no todo lo que viene a la boca ha de salir de ella, hay que dominar. Disimular las emociones; la ternura debe permanecer en el corazón escondida, sólo asomada —como chispas— a los ojos, pero no al rostro, aunque debemos dejar libres las manifestaciones de la gratitud.

Señala que vamos en busca de algo ignorado, algo que está más allá de los sueños, y que no sabemos quién está vivo y quién está muerto; todo es movimiento, todo cambia.

Dice que hay que descubrir el ritmo maravilloso del corazón de la montaña, y del arroyo cercano, con su trasparencia y murmullo; que en mar de arriba y en el mar de abajo hay mucho por aprender, que no se puede conocer todo, sólo cierta parte de todo aquello que existe.

Nos indica que aún el más grande es pequeñito ante el Padre Universo, y que la Patria, Chicomóztoc, el lugar de la divina mazorca que nos alimenta, no es una idea, es visible, cultivable, viva.

La Prensa Literaria

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