Por Amalia del Cid
Por la carretera que conduce a Boaco rodaba un camión muy extraño. Chaparrito, cabezón y cuadrado, un rojo “burrito de acero”, hecho en casa. De pronto —historias como esta siempre pasan “de pronto”— un policía de Tránsito alzó su brazo derecho y David Castillo Pacheco se estacionó en una orilla.
Además, apunta, “el tablero y el tapizado no los vas a encontrar, tenés que hacerlos. Y, por ejemplo, el tapizado no lo vas a hacer de fieltro porque en aquel entonces no existía. Tenés que hacerlo con el mismo patrón, material y hasta con las mismas costuras. Si venía con rayitas, tiene que ser igual, si no va perdiendo puntos, calidad y originalidad”.
Se toma en cuenta hasta el tipo de copa que usan las ruedas y el color de la carrocería. “Una vez descartamos una camioneta que un nicaragüense adquirió, porque le puso un color metalizado, un verde metálico que no existía en esa época. Estás modificando y sacando del contexto a ese vehículo”, explica el juez.
Ninguna modificación es aceptada. No deben instalarse cinturones de seguridad y tampoco agregarse pidevías. “Sacrilegio” sería. Sin embargo, señala Portocarrero, gracias a un convenio con Tránsito, la placa especial de “carro clásico”, además de dar valor agregado, permite que el conductor circule sin temor a ser multado por no contar con los requisitos de la modernidad.
Por lo mismo un clásico no puede rodar mucho. “No deben ser más de cinco mil kilómetros al año, asegura Portocarrero. “Tienen que ser menos de 3 mil”, afirma Mario Salvo, coleccionista.
Sus iniciadores fueron Francisco Cifuentes, cuya colección era de al menos 20 vehículos clásicos restaurados, Mario Salvo y Carlos Portocarrero.
Con el tiempo, el club pasó a otras manos, una generación joven. Y hoy día “está paralizado”, cuenta Salvo.
Su fabricación, a través de un sistema de ensamblaje, hizo posible que su producción fuera más numerosa que las marcas y modelos que le precedieron y que su costo fuera más bajo, según se cuenta en el reportaje Una historia sobre ruedas , de la revista Magazine .
A Nicaragua, según ese reportaje, el primer automóvil vino en 1909. Era un Ford T, propiedad del gerente general de la compañía de luz eléctrica, Teófilo Salomon, norteamericano.
Algunas marcas clásicas son Porche, Ford, BMW, Mercedes Benz, Alfa Romeo, Cadillac, Dodge, Volkswagen, Pontiac, Rolls-Royce, Ferrari y Studebaker.
“Sus documentos, señor”, solicitó el oficial. Y puso cara de interrogación cuando leyó los papeles que le presentaron. No obstante, pronto tuvo listo un veredicto: “Esta circulación está falsificada”. Y también una sentencia: “Mire, me va a tener que acompañar a la estación”.
“No hombre. Es original”, replicó el conductor. Pero el uniformado, firme en su posición, le dijo: “Usted se quiere burlar de la autoridad. ¿Dónde ha visto una marca ‘Pinolero’?”
“Parece cuento… Parece cuento”, se ríe Castillo Pacheco, mientras observa, con los ojos entrecerrados por el sol, su viejo Pinolero. Una especie de caja de lata con ruedas. El clásico carro nicaragüense. Y, a decir verdad, el único que se ha fabricado en nuestro pequeño país. Allá en la década de los setenta, en los días de Anastasio Somoza Debayle.
En el garaje de este ingeniero mecánico también hay un estadounidense Ford A 1928, con aires de cine mudo. “Cuando lo encontré no servía ni para chatarra”, cuenta orgulloso. Él es uno de los pocos nicaragüenses que coleccionan vehículos con historia.
En los buenos tiempos de la Asociación Deportiva Automovilística de Nicaragua (ADAN), hace pocos años, estaban afiliados unos 30, recuerda Carlos Portocarrero, también ingeniero mecánico y coleccionista. ¿En qué más podía convertirse un muchacho que vivía para los carros?
Pero no cualquiera puede ser coleccionista de autos. Es una tarea de muchos años y demasiada plata. Una misión que empieza con un abandonado amasijo de metal sarroso, hormigas y hierba mala que debe transformarse en una obra digna de exhibición. Hay que “resucitarlos”, afirma Aristides Sequeira, mecánico especialista en Mercedes Benz.
Encuentran los vehículos con las entrañas al aire y la dignidad perdida. Olvidados a su suerte en fincas y potreros, corroídos por el sol, el agua y el tiempo. Es cuando comienza el reto. Desde ese momento se dedican en cuerpo, alma y chequera a devolverles la gloria de antaño. “Somos cazadores de clásicos”, dice sonriendo Portocarrero.
El precio de la historia
Después de 25 años cualquier auto podría ser un clásico. Pero pasan dos cosas. Primero, es hasta después de 30 o 35 años que se le considera “clásico antiguo”. Y segundo, no todo carro tiene ese valor histórico tan apreciado por los coleccionistas.
El Pinolero, así, con su motor inglés, su chasis de perlines y su cabina de láminas remachadas, es valioso como vestigio de una época. David Castillo Pacheco lo mira y enseguida le llegan recuerdos de campesinos bajando a Managua, con frutas, leche y cuajadas.
También piensa en aquel diminuto anuncio que aparecía en los diarios de febrero del 76: “Un vehículo Pinolero de ½ tonelada, barandas de madera. El más económico… el más duradero en su categoría. Fabricado y Distribuido por Indevesa. Industrias Nicaragüenses de Vehículos SA”.
Hacia 1979, poco antes de la insurrección sandinista, un Pinolero de segunda mano costaba cinco mil córdobas. Castillo Pacheco compró el suyo en el 2000. “Me lo vendieron porque ofrecí mejor precio que los chatarreros”, cuenta. Reconstruirlo le tomó siete años y necesitó dos Pinoleros más, para poder armar uno.
La historia del Ford A es parecida. Lo llamaron para que fuera por él; los dueños ya no soportaban el “nido de culebras” en que el coche se había convertido. Debieron pasar 10 años para que pudiera quedar completamente restaurado.
Norman Cerna también es coleccionista. Tiene una linda camioneta Dodge Fargo 1952 que encontró abandonada en una propiedad que adquirió. Pidió que se la vendieran y la llevó al taller de Carlos Portocarrero, desarmada, en canastos, para una reconstrucción total.
“Duró lo que toma un parto. Nueve meses”, recuerda Portocarrero, que en su taller ha reconstruido unos 14 carros clásicos de los 80 que se estima hay en Nicaragua. Pero valió la pena, porque esa camioneta que un día estuvo desahuciada, “ha ganado todos los premios nacionales y centroamericanos en categoría pickup”, dice Cerna.
Las marcas importan mucho. Porque lo cierto es que, más allá de su antigüedad, un “carro clásico es aquel que tiene historia, que cuando salió dio una pauta especial, trajo algo nuevo al mercado ”, explica Portocarrero, entusiasmado.
Por ejemplo, apunta, los Mercedes Benz innovaron en frenos, motor y diseño. El Porche entró como carro deportivo y de competencia. Y el Alfa Romero, hacia los años 30 y 40 ya tenía freno en las cuatro ruedas y doble árbol de leva, características que algunas marcas japonesas anunciaron hasta hace una o dos décadas.
Placer y reto
Así como otros coleccionan estampillas, monedas y cuadros, ellos coleccionan coches. La diferencia es que “el carro lo andás de arriba para abajo, mientras que un cuadro lo tenés que tener guindado en tu casa”, argumenta Mario Salvo, por muchos considerado el mejor coleccionista de autos clásicos de Nicaragua. Tiene once, entre ellos un Ford T 1922 y un Dodge, del que se dice “solo hay cinco en el mundo”.
Salvo comparte esa pasión con Aristides Sequeira, un mecánico capitalino que lleva años invirtiéndole a su rojo Mercedes Benz del 76. Para él no hay mejor carro en el mundo.
Solo dos clases de personas pueden darse el lujo de un auto clásico, las que tienen los recursos para la restauración y las que poseen el conocimiento, considera Portocarrero. Hay algo que lo une a Salvo, Castillo Pacheco y Sequeira. Todos tienen su propio taller mecánico.
Después de eso, el procedimiento es el mismo. Una loca búsqueda de piezas originales que pueden encontrarse en un barrio de Managua o en Australia, Canadá, Argentina y cualquier otro rincón del mundo. Ahora el internet ayuda; pero antes había que localizar las piezas a través de fax y llamadas a larga distancia.
No son baratas. Tan solo los focos de un Mercedes Benz pueden costar 500 dólares, asegura Sequeira. Fácilmente se gastan 15 mil dólares en la restauración de un vehículo, cuenta Portocarrero.
“Es mejor no tener un presupuesto, porque siempre te vas a pasar”, considera Salvo. Por si fuera poco, luego hay que estar dando mantenimiento a los coches para que no se “arruinen más de lo que están”, bromea. Pero cada centavo vale la pena. ¿Por qué? Por el reto y el resultado. Para el coleccionista, “lo bonito es armar el carro. No comprarlo nuevo”.
¿Cuánto valen?
El valor de un auto se mide de varias formas. Por la marca, la época, el modelo y lo escaso que pueda ser. Cuando hay tres coches del mismo año, la misma marca y hasta el mismo color; su precio varía según el número de puertas. Por ejemplo, el de cuatro puede costar 6 mil dólares; mientras que el de dos, 10 mil. Pero el convertible podría costar 35 mil.
Ese es un parámetro. El otro es mucho más subjetivo y personal. “Cada carro tiene su valor, porque para cada dueño esa es su máxima aspiración”, dice Portocarrero. También se les valora según su historia o cuánto haya costado armarlos, agrega Salvo.
En Nicaragua hay carros clásicos valorados en más de 100 mil dólares. El de Sequeira, si alguna vez se animara a venderlo, podría costar 6 mil. Y aquel Pinolero… Quién sabe. Castillo Pacheco no quiere ponerle un número.
Tal vez nadie pueda pagar el verdadero precio de un carro clásico restaurado por otras manos. Después de todo, son años de cacería, jornadas de mecánico y labores de detective. Todo por la emoción de hacer que una leyenda vuelva a vibrar y a rugir.
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