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Carrie

Después de las comedias animadas para niños, el horror es el género más popular en la cartelera actual. La nueva adaptación de

Por JuanCarlos Ampié

 

Después de las comedias animadas para niños, el horror es el género más popular en la cartelera actual. La nueva adaptación de Carrie se vende fácil a la misma audiencia que favorece innumerables invocaciones de posesión demoníaca y despliegues amarillistas de carnicería. Sin embargo, sería un error echarla en el mismo saco de entretenimiento desechable. La película de Kimberley Peirce es mucho mejor.

Carrie White (Chloe Grace Moretz) vive a la sombra de su madre Margareth (Julianne Moore), cristiana fundamentalista cuyo fanatismo la lleva a extremos de crueldad. La escuela también es inhóspita. Carrie es una paria. Lo más cerca que tiene a una amiga es la profesora de gimnasia, la Srita. Desjardins (Judy Greer). Ni siquiera ella puede salvarla de la espectacular humillación que sirve como detonante de la película. Mientras se baña después de clase de gimnasia, Carrie experimenta su primer período. Por supuesto que su madre no la ha preparado para el evento. Alarmada, cree que puede morir desangrada. Al pedir ayuda a sus compañeras, estas aprovechan la ocasión para burlarse de su zozobra, lanzándole una lluvia de toallas sanitarias y tampones.

El episodio es familiar para cualquier persona que haya leído la novela original de Stephen King, o que haya visto la versión fílmica de Brian de Palma (1976). Esa película es tan poderosa que esta nueva versión no puede terminar de liberarse de su sombra. Sissy Spacek consiguió una nominación al Óscar por su encarnación original. Su Carrie tenía una cualidad fantasmagórica. Más que la víctima de un hogar disfuncional, era el epítome de la vulnerabilidad. Con la piel blanca, casi transparente, y sus enormes ojos azules, parecía una muñeca de cristal a punto de quebrarse. Eso hacía que su transformación fuera más dramática. Resulta que Carrie tiene poderes telekinéticos, y poco a poco aprende a controlarlos. Le vendrán bien para vengarse, cuando sus enemigos crucen la raya con una broma macabra.

Chloe Grace Moretz es una actriz que proyecta fuerza, y es difícil aceptarla como una víctima sin esperanza. Quizás por eso, hay mucho énfasis en el empoderamiento de Carrie. El guión de Lawrence D. Cohen y Roberto Aguirre-Sacasa hace un buen trabajo a la hora de actualizar la historia para nuestros tiempos, cuando el “bullying” levanta voces de alarma y las redes sociales ayudan a amplificar lo peor de la naturaleza humana, el episodio de la ducha se vuelve inevitablemente un vídeo viral.

La gran novedad —y lo que eleva la película a un plano superior— es la manera en que la directora Kimberly Peirce sugiere que la dinámica social es responsable de la tragedia, no solo la madre fanática religiosa, o la compañera de clase ricachona. Chris Hargensen (Portia Doubleday) puede funcionar como villana, pero la escena del careo en la oficina del director con su padre deja entrever la tóxica dinámica familiar que la ha privado de empatía. Ella es una víctima, también. Tome nota del énfasis en la sexualidad, la capacidad reproductiva y la popularidad como significantes de valor de la mujer. Este es un filme de horror de y para nuestros tiempos.

Por supuesto que hay caos y destrucción. Peirce visualiza con matices casi poéticos, que desactivan el sensacionalismo, a la vez que mantienen en perspectiva el carácter aberrante de la violencia y sus efectos. En un asombroso uso de cámara lenta y animación digital, un cuerpo atraviesa el vidrio de un carro. La imagen no transmite retribución sádica. Plasma con indeleble claridad el horror que desencadena la violencia física y emocional que los seres humanos desencadenan sobre sus pares.

Sección Domingo niños

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