Por Mario Guevara S.
Y ahí estaba yo. En Guatemala. Era mi primera vez fuera del país en una misión importante: aprender a usar internet. ¡Wuaoooo! Pero esta historia comienza unos meses antes cuando una nueva computadora llegó a la sala de redacción.
A simple vista, aquella computadora era como cualquier otra. Eso sí, estaba ubicada en un cuarto especial en la sala de redacción del Diario. No estaba asignada a nadie en específico. El que quería usarla simplemente se anotaba en una lista y esperaba su turno. Todos entraban con cara de curiosidad y salían con cara de duda.
No eran muchos lo que se animaban a sentarse frente a aquella máquina. Los que habían entrado contaban que aquella pantalla ya no era de letras verdes y fondo negro. Ahora era un monitor “a colores, moderno”. Mi curiosidad crecía.
“Ahí podés buscar información en archivos de los periódicos de todo el mundo”, me dijo un periodista que acababa de llegar de Estados Unidos. Incluso me contaba que por la misma computadora podía comunicarse con otros colegas que vivían fuera del país. ¡Clase loquera este brother!, decía yo.
Un día mi jefe me dijo que me habían mandado una carta por medio de la computadora nueva. Era una misiva de un periodista que estudió conmigo en la Universidad Centroamericana, quien preguntaba si yo seguía en ese periódico. “Contestale”, me dijo mi jefe. Y yo en mi mente ¿Cómo?
Un día de tantos decidí tomar valor y entrar en aquel cuarto. Esperé mi turno, pero también me fijé que no hubiera mucha gente en la sala de redacción por si algo salía mal. El ambiente era frío. Era el momento de ver qué pasaba. Había un solo ícono en la pantalla. Puse la flechita con el ratón sobre el único ícono que había en la pantalla y le di enter
Un extraño sonido, muy parecido a los de R2-D2, del universo Star Wars, me puso nervioso, pero esperé. Inmediatamente aparecieron en la pantalla unas letras azules con fondo amarillo que decían “Altavista Search”. Al otro extremo aparecía la fecha del día: junio 23 de 1998. Al ver todo en inglés simplemente apagué la computadora y me salí.
“¿Entraste a internet?”, me dijo mi jefe. “Es que escuché el sonido del módem”… Y yo hasta ese momento no sabía qué era eso, mucho menos qué responder. El timbre de mi beeper o busca personas, a como se le llamaba en ese tiempo a unos aparatos por donde uno recibía mensajes, me salvó y me fui sin responder a lo de la tal internet. Para terminar de disimular pasé por el fax y tomé un papel
Luego me explicaron qué era internet y que aún cuando existía desde 1969, pues nosotros hasta ahora la teníamos en Nicaragua. Me parecía la narración de una película futurista. Y además de eso los profesores de comunicación de la universidad contaron otros cuentos que para mí eran inverosímiles.
“En un futuro vamos a poder comunicarnos con un amigo en Japón desde nuestra computadora en tiempo real”…. Se la fumó verde, decía yo.
Ah, pero bueno, lo mejor fue que unos meses después el Banco Mundial convocó a un grupo de periodistas de toda Centroamérica para un curso de internet. Y ahí estaba yo. En Guatemala. Era mi primera vez fuera del país en una misión importante: aprender a usar internet. Ahí visité el primer cibercafé donde me comí un sándwich y un café frío mientras buscaba información utilizando Altavista.
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