El ruido ha sido definido como “cualquier sonido que pueda provocar una pérdida de la audición o ser nocivo para la salud o entrañar cualquier tipo de peligro”.
Después de los 85 decibeles se deben usar protectores de los oídos contra el ruido, al llegar a los 120 decibeles o más comenzamos a sentir dolor en los oídos.
Las fuentes de contaminación acústicas pueden ser fijas o móviles. Las primeras son industrias, discotecas, talleres, oficinas, restaurantes e iglesias evangélicas. Las fuentes móviles son aquellas que se trasladan o están en movimiento.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha establecido que el ruido tiene importancia médico-social porque puede llevar a la pérdida de la audición, interfiere la comunicación oral, impide el sueño y reposo, favorece el desarrollo de trastornos cardiovasculares del tipo de hipertensión arterial y enfermedades del corazón.
También la OMS ha puntualizado que el ruido altera el funcionamiento biológico interno y genera desarreglos psicológicos, por lo cual condiciona hostilidad y agresividad social al tiempo que produce disminución del rendimiento intelectual y el aprovechamiento académico.
En el mundo laboral el excesivo y prolongado ruido es capaz de desencadenar enfermedades profesionales como estrés crónico, cefaleas, trastornos del sueño, presión alta y ante todo accidentes laborales, algunos de ellos de consecuencias fatales. Todo trabajador que inicia sus labores en una “empresa ruidosa” deberá realizarse una medición inicial de su capacidad auditiva o audiometría y después a través de sus controles anuales podremos saber si ha aparecido el daño auditivo o hipoacusia traumática.
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