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No hay efecto sin causa

Efectivamente, todo tiene una razón de ser: un niño que está constantemente triste, es por una razón y algo le pasa. Un joven que de repente, se vuelve rebelde con sus mayores, hay que buscar el por qué.

Efectivamente, todo tiene una razón de ser: un niño que está constantemente triste, es por una razón y algo le pasa. Un joven que de repente, se vuelve rebelde con sus mayores, hay que buscar el por qué. Si unos esposos dejan de ser cariñosos el uno con el otro, algo les ocurre. Si un mundo anda de mal, algo está ocurriendo. Hay que buscar la causa.

¿Por qué Jesús es rechazado por sus propios paisanos?: Jesús se acerca a la Sinagoga de Nazaret, su patria y se puso a enseñar. Y, aunque quedaron maravillados por sus enseñanzas y su sabiduría, desconfiaban y hasta se escandalizaban de él (Mc. 6, 1-2- 3).

Esta actitud de cerrazón de los asistentes en la Sinagoga de Nazaret ante Jesús, no fue única: Jesús curaba en sábado y los fariseos y los herodianos se confabularon para ver cómo eliminarle (Mc. 3, 1-6). En otra ocasión, al oír a Jesús los asistentes en la Sinagoga de Nazaret, se levantaron y quisieron apedrearlo (Lc. 4, 16-30) y en otra Sinagoga, al curar a una mujer en día de sábado, el jefe de la Sinagoga se indignó (Lc. 13, 10-14). Y es que, como decía Jesús: Nadie es profeta en su tierra (Lc. 4, 24).

Esta falta de fe en Jesús, a pesar de haber visto sus milagros (Mc. 6, 2), su forma de ser, su estilo de vida, tiene un motivo, un por qué. Este por qué no es otro sino el que no aceptan el Dios de Jesús, el Dios que Jesús transmite ya que el Dios de Jesús es el Dios de todos, el Dios que no se encierra en las murallas de Jerusalén, ni en su templo, ni en sus leyes, como pretendían hacer con Yahvé los judíos. El Dios de Jesús rompe todos los muros y todas fronteras, es el Padre de todos los hombres y, por tanto, cercanos a los más pequeños.

El Dios de Jesús se sienta a comer con los pecadores (Mc-2, 15-16) porque ha venido a salvar y no condenar (Lc. 9, 10). El Dios de Jesús se esconde en un portal de Belén, se hace humano, trabaja como carpintero, vive entre el pueblo, con el pueblo y enseña al pueblo un mensaje de liberación.

El Dios de los paisanos de Jesús vive encerrado entre los lujos del templo, donde el pueblo no tiene acceso. El Dios de los paisanos de Jesús se sienta solo con los que se creen justos, con los poderosos, en la mesa del patrón. El Dios de Jesús es el Dios de los Profetas: prefiere la justicia y el amor al culto, la belleza del corazón al lujo de los templos, la sinceridad de la vida. El Dios de Jesús es el Dios de la vida. La vida para el Dios de Jesús está por encima del sábado y de toda ley. Y este no es el Dios de los paisanos de Jesús. Esta es la causa, el porqué del rechazo a Jesús.

Y resulta —y es una verdad— que nosotros nos fabricamos también nuestros propios dioses, nos aferramos y fanatizamos con ellos. La mayoría de las veces nuestro Dios no concuerda con el Dios de Jesús y por eso no cambiamos ni queremos cambiar de vida.

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