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Descansa, libérate

Vivir en tensión es un mal generalizado de todas las generaciones. Nos levantamos con los nervios crispados y vivimos en una constante tensión. El estrés, lo mismo se hace presente en la gente adulta que en los jóvenes y aún en los niños.

Vivir en tensión es un mal generalizado de todas las generaciones. Nos levantamos con los nervios crispados y vivimos en una constante tensión. El estrés, lo mismo se hace presente en la gente adulta que en los jóvenes y aún en los niños.

Hay personas que no pueden vivir sin la droga de los tranquilizantes. Llegamos a la casa cansados por el trabajo, por el tráfico, por los problemas que nos han venido encima durante el día. Vivimos en un corre-corre; nos falta tiempo para todo.

Esta realidad ha traído como consecuencia el que vivamos siempre de mal genio, con mal humor, con caras largas… Hemos perdido el sentido del humor, se nos hace imposible la convivencia y la comunicación familiar, no sabemos dialogar, mal vivimos y mal convivimos. Se nos ha escapado la alegría y la sonrisa.

Y hay una verdad: pareciera como que los nicas no vemos y vivimos sin ver; no todo en la vida es trabajo, necesitamos descansar. Frecuentemente ni en el día del Señor descansamos, por eso Jesús, después de que sus discípulos han hecho un trabajo misionero agotador, les dice: “Vengan conmigo a un sitio tranquilo a descansar un poco” (Mc. 6, 31).

El descanso nos libera de las tensiones y del desgaste, de las fatigas diarias. Necesitamos el descanso para disfrutar sanamente, para hacer un paréntesis del quehacer diario: para romper nervios, para gozar de las amistades, para animar la convivencia de la vida familiar, para sentir la belleza del silencio en medio de una sociedad y cultura de ruidos, para sentir la riqueza de lo gratuito, del servicio, de la fe vivida y celebrada en comunidad.

Darse tiempo para vivir, compartir, estar en casa, no solo para buscar la fiesta, el hípico, el guaro, no se trata de evadir o vivir la vida de una manera alocada sino de simplemente vivir la vida de familia, recuperar la armonía de la vida, encontrarnos con nosotros mismos y con los demás; liberarnos, cargar las pilas.

Por eso, en el libro del Deuteronomio une descanso con liberación: “Recuerda que fuiste esclavo en Egipto y que te sacó de allí el Señor, tu Dios, con mano fuerte y con brazo extendido. Por eso, te manda el Señor, tu Dios, guardar el día del sábado” (Dt. 5, 15). El mismo Dios: Nos dice el libro del Génesis que, al terminar la creación “descansó” (Gen. 2, 2).

Cuando Moisés caminaba por el desierto con el pueblo, Dios le dice: “Mi rostro irá contigo y no tendrán por qué preocuparse” (Ex. 33, 14). El Salmista llega a decirse a sí mismo: “Alma mía, descansa solo en Dios” (Sal. 62, 5). Jeremías pone en boca de Dios las siguientes palabras: “¿Cuál es el camino del bien? Síganlo y encontrarán descanso” (Jer. 6, 16). Jesús, no solo nos invita al descanso, sino que él mismo se nos ofrece como descanso: “Vengan a mí los que estén cansados y agobiados y yo los aliviaré” (Mt. 11, 28).

La fe nos hace más responsables ante la vida, pero no de una manera agobiante, sino liberadora. Un descanso que no libere, ni es descanso humano ni es descanso cristiano. Como dice un proverbio popular: “Después de cumplido el deber, el descanso”.

Religión y Fe

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