Han pasado ocho años desde el estreno de 300, la adaptación de la novela gráfica de Frank Miller, que dio varios giros fantásticos a la batalla de las Thermópilas en la antigua Grecia. La tardía secuela se mueve alrededor de los eventos retratados en su antecesora como si no hubiera pasado el tiempo. De hecho, se concentra en acontecimientos que suceden inmediatamente antes y después del aciago combate en que Leonidas (Gerard Butler), rey de Esparta, se sacrifica con sus tres centenares de soldados por el concepto abstracto de la libertad.
Arrancamos con el gigante dorado Xerxes (Rodrigo Santoro) regodeándose sobre los cuerpos de los muertos. La acción salta atrás, al momento en que el príncipe de Persia atestigua cómo su padre recibe un flechazo mortal en la batalla de Maratón, cortesía del general griego Themistocles (Sullivan Stapleton). De regreso en el reino, la muerte del rey y las oscuras artes de Artemisia (Eva Green) convierten al heredero en el “Dios Rey” que ya conocemos, con su desafortunada apariencia de gigante calvo con debilidad por la pintura dorada, la joyería y las perforaciones corporales.
Estamos en una guerra a muerte entre Persia y Grecia, con los espartanos como daño colateral. God of War es una influencia mayor que la historia misma. Los realizadores siguen al pie de la letra el estilo de kitsch digital de su antecesora. Los escenarios parecen descartes de un juego de vídeo. Los personajes y el ambiente que habitan parece estar bañado en una resina plástica. Abunda la carnicería marcial, y se abusa de la cámara lenta para que el espectador pueda apreciar los efectos de la violencia. ¿El casco de un caballo que destroza un cráneo? ¡Gracias por el detalle! En el combate, no importa dónde corte la espada, la sangre brota a borbollones, como si se hubiera pinchado un odre de vino. El líquido disparado a presión se suspende en el aire. Atenienses y persas podrán ser enemigos mortales, pero son iguales en tener un sistema circulatorio compuesto exclusivamente de aortas que corren por todo el cuerpo. La sangría raya en lo ridículo.
Si 300 : El Nacimiento de un Imperio funciona, es gracias a Eva Green. Artemisia tiene nombre de diosa pero es pura diablesa. Huérfana y mancillada de niña por soldados griegos, encuentra refugio entre los persas, convirtiéndose en estratega militar y confidente del rey. La trama la pinta de villana, pero su sed de venganza es el otro lado de la moneda del celo de Leonidas por la “libertad”. Suelta en el campo de batalla, es tan cruel y despiadada como cualquier hombre. Decapita a un enemigo y tomando la cabeza cercenada por los cabellos, le planta un beso en los labios. Supongo que eso es lo que pasa por feminismo en estos lares. El pobre Themistocles no tiene chance. Puede ganar la batalla, pero pierde la película.
Entre el miasma digital se destaca una escena donde la manipulación virtual se reduce al mínimo, probablemente para hacerle honor a la carnalidad del momento. Artemisia llama a Themistocles a “su humilde barca”, para convencerle de pasarse a su bando. La tensión sexual da paso a un coitus interruptus de proporciones históricas. Hay algo misógino en la manera en que el evento se resuelve, pero la actriz habita cada momento con un nivel de compromiso y claridad emocional que casi dignifica toda la empresa. Este papel, y su hilarante villana en Dark Shadows (Tim Burton, 2012), certifican el estatus de Greene como salvadora de películas flojas. Ojalá algún día encuentre un proyecto digno de su talento.
Ver en la versión impresa las paginas: 33
