JuanCarlos Ampié
El Capitán América (Chris Evans) regresa a las pantallas. Después de su “historia de origen” (Joe Johnston, 2011) y la incursión en Vengadores (Josh Whedon, 2012), el más cuadrado de los súper héroes de Marvel se siente como un viejo conocido. Steve Rogers vive en Washington DC y parece aclimatarse bien a la vida en el siglo XXI. Entabla amistad con el soldado veterano Sam Wilson (Anthony Mackie). Vive en un modesto apartamento donde flirtea inocentemente con su vecina, la enfermera Kate (Emily VanCamp). Pero pronto el deber llama. Comanda una operación de salvamento a un grupo de rehenes atrapados por un terrorista argelino. A como suele suceder, nada ni nadie es lo que parece ser. Un misterioso enmascarado con habilidades que rivalizan con las de Steve recorre las calles de la ciudad, en una aparatosa cacería contra los miembros de S.H.I.E.L.D.
Trato de ser vago en mi sinopsis para no comprometer su disfrute de la película. Las tramas de Marvel son básicas, y no ofrecen muchos niveles de significados más allá de la acción física y la escala de la destrucción. Cada película que pasa sube la parada, y los capítulos subsiguientes deben alcanzar niveles de sensación cada vez mayores. En ese sentido, esta va más allá del deber. Las secuencias de acción son monumentales. Lástima que los directores Anthony y Joe Russo no puedan dosificarla. Cada pelea se extiende más allá del cansancio. No hay excusa para que una historia como esta se pase de dos horas de metraje. Capitán América dura dos horas, 16 minutos. Súmele a eso los comerciales y anuncios de futuros estrenos. Si la ve en el cine, quizás el aire acondicionado nivele la balanza.
Dicho esto, creo que Capitán América tiene el mérito de apegarse a sus convicciones. El tono estándar de la aventura contemporánea de superhéroe es de ironía posmodernista. Tanto en Iron Man como en Vengadores , los realizadores se empeñan en transmitirnos la idea de que se saben superiores al material, conscientes de su carácter eminentemente comercial. Es como si en el fondo se avergonzaran de los leotardos de espandex y kevlar, pero con el consuelo de los millones en taquilla compensando el sacrificio. Capitán América corre en la dirección opuesta, asumiendo el espíritu de su protagonista. Prefiero la inocencia anticuada de Evans al cinismo de sus pares.
La expansión del “universo Marvel” supone un problema. Las franquicias paralelas de Iron Man , Thor , X Men y Capitán América se complementan con la serie de TV Agents of S.H.I.E.L.D . Si suma todos los productos, el espectador debe comprometerse a horas de consumo, todo por el elusivo placer de captar una que otra oscura referencia. Más difícil de resolver son las preguntas que saltan ante la existencia de tantos héroes en un mismo plano temporal. Frente a la magnitud de esta crisis, ¿por qué Iron Man no mueve su trasero de metal para echar una mano?
Capitán América: El Soldado de Invierno se convierte en una extensión natural de la primera parte. Usa el truco del “villano parlanchín” a medio camino para refrescarnos la memoria. Las flaquezas se perdonan por el buen trabajo del reparto. Puntos extras por sacar de su retiro a Robert Redford. Y la seriedad de propósito del personaje termina fortaleciendo el desenlace emocional de la película. Asegúrese de quedarse hasta el final de los créditos. Hay dos escenas extras. Una, después de la animación que destacan al reparto y el personal principal. La otra está hasta el final del “credit roll” que todo el mundo desprecia. Salvo los fanáticos de verdad.
Ver en la versión impresa las paginas: 19
