Desde los más remotos tiempos, cuando menos desde los antiguos imperios de la Edad de Bronce, ha existido la pugna de los poderes hegemónicos para conservar su posición y la lucha de sus rivales para reemplazarlos. Todo ocurrió y ocurre dentro de un sistema dinámico donde, eventualmente, el equilibrio es alterado por el crecimiento diferencial de uno o varios Estados, y el sistema se desestabiliza mientras alcanza otra etapa de equilibrio. Aunque los hechos específicos nunca se repiten (porque, contra la creencia popular, la historia jamás se repite) algunas tendencias generales tienen una asombrosa perdurabilidad. La balanza de poderes es uno de esos patrones o tendencias, aunque a veces la confundimos con situaciones específicas, como la Guerra Fría.
El caso ucraniano es un ejemplo de la ya indicada pugna sistémica. En contraste, la Guerra Fría fue un episodio históricamente circunscrito (1945-1990), producto de irrepetibles circunstancias y múltiples factores, entre otros los resultados (totalmente superados, sobre todo desde 1990) de la ya lejana Segunda Guerra Mundial. No obstante lo dicho, ha habido quienes afirman (ajenos a la evolución de la realidad) que la Guerra Fría sigue “¡porque nunca terminó!”.
En el caso ucraniano lo que motiva la conducta rusa es el temor (que es una de las grandes causas de la guerra, según el inigualable Tucídides): Temor a que la balanza de poderes, ya claramente desfavorable a Rusia, siga inclinándose en su contra. Rusia, no obstante, su condición de súper potencia nuclear, tiene una economía similar en tamaño a la de Italia. La OTAN, liderada por Estados Unidos, posee economías y fuerzas convencionales incontrastablemente superiores a las rusas. Y Rusia teme que la OTAN prosiga incorporando Estados hacia el Este, incluida (eventualmente) Ucrania.
Lo preocupante de esta situación son los peligrosos argumentos esgrimidos por Rusia: más que referirse a la balanza y a la expansión de la OTAN, Putin atizó esta crisis amenazando con “proteger a los rusos y ruso-parlantes allende sus fronteras” razonamiento con sabor un tanto hitleriano. Además, es falso que tales grupos peligren en Ucrania, un argumento que ya fue utilizado para reconquistar Crimea y para agredir a otras naciones, como Moldavia, donde el separatismo de los prorrusos en la provincia de Transdniester es activamente apoyado por Moscú.
Muchos expertos creen que todavía hay una salida que evitaría mayores problemas entre Rusia y Occidente. Ucrania estudia una estructura federal, para otorgar autonomía aún mayor a las provincias con prorrusos militantes. Algunos mencionan la conveniencia de un acuerdo que establezca la no integración futura de Ucrania en la OTAN. Estas ideas reconocen que Ucrania no saldrá de su grave atolladero económico sin la cooperación ruso-occidental, y también presuponen (creo que certeramente), que Rusia pagaría casi cualquier costo para impedir un giro total de Ucrania hacia el Oeste. Lo cierto es que Ucrania puede jugar el antiguo rol de “Estado-amortiguador” (un “buffer state”) entre Rusia y Europa centro-occidental, función tan antigua (y repetida) en el sistema internacional, que ya la jugaron los mitanios entre el imperio hitita y los establecidos al Oriente de Anatolia.
Ante la ausencia de un arreglo, Rusia incrementaría su agresividad contra Ucrania, podría desmembrarla, pero en respuesta Occidente estaría mucho más decidido y preparado para contener, por cualquier medio, futuras agresiones rusas. Así estaríamos cerca de una guerra que no se relaciona con la ya muerta y sepultada Guerra Fría, sino con el recurrente asunto de la balanza de poderes. El autor es Doctor (PhD) en Estudios Internacionales.
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