Hay una verdad que hemos de tener en cuenta en la vida de la comunidad cristiana y es que el “Espíritu de Dios” es todo en la Iglesia. Como dice San Pablo: “Nadie puede decir ‘Jesús es el Señor’, si no es bajo la acción del Espíritu Santo” (1 Cor. 12, 3).
Las primeras comunidades cristianas nacieron por el Espíritu de Dios: “Al llegar el día de Pentecostés estaban todos juntos reunidos con un mismo propósito… Se llenaron todos del Espíritu Santo” (Hch. 2,1-4).
Como nos dice San Juan: “El Espíritu da vida” (Jn. 6, 63); “Lo nacido del Espíritu, es espíritu” (Jn. 3, 6-8). Por ello decía San Pablo: “Si vivimos por el Espíritu, sigamos también al Espíritu” (Gal. 5, 25).
El Espíritu de Dios que es vida y nos da la vida, nos conduce a vivir el hombre nuevo del que Jesús hablaba a Nicodemo: “En verdad, en verdad te digo: El que no nazca de nuevo, no puede ver el Reino de Dios… El que no nazca del agua y del espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn. 3, 3.5).
Quien se deja llevar por el Espíritu de Dios para ser un hombre nuevo, se llena de esos grandes valores que enriquecen al hombre nuevo: “El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, modestia, dominio de sí” (Gal. 5, 22-23).
Quien se deja llevar por el Espíritu de Dios para ser un hombre nuevo, se convierte en templo vivo del Espíritu: “¿No saben que son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?” (1 Cor. 3, 16; 6, 19).
El Espíritu de Dios es quien nos fortalece en medio de nuestra debilidad para ser siempre fieles a nuestro compromiso de seguir a Jesús, pues, como Jesús decía a sus discípulos en Getsemaní: “El espíritu está pronto, pero la carne es débil” (Mc. 14, 38).
El Espíritu de Dios es el don que capacita a la Iglesia para llevar a cabo la misión que Jesús puso en sus manos: predicar el mensaje de Jesús y llamar a la creación del hombre nuevo: “Se llenaron todos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en diversas lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse” (Hch. 2, 4). “Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les serán perdonados… (Jn. 20, 22-23).
El Espíritu es el don de Dios que conduce a la Iglesia por el camino de la verdad. ¡El Espíritu es la verdad!: “Yo pediré al Padre y les dará otro Consolador, para que esté con ustedes para siempre, el Espíritu de la verdad… Cuando venga el Espíritu de la verdad los iluminará para que puedan entender la verdad completa… por eso les he dicho que todo lo que el Espíritu les dé a conocer, lo recibirá de mí”. (Jn. 14, 16-17; 16, 14-15).
El Espíritu, pues, es don de Dios, para toda la Iglesia, para el papa, los obispos, presbíteros y cada uno de los cristianos. El Espíritu no es propiedad privada de nadie, es don de Dios para todos. Por eso, todos en la Iglesia tenemos que estar abiertos a lo que nos dice el Espíritu a través de cualquiera de los cristianos. Por eso, ¡qué bueno sería que todos en este día y siempre orásemos al Espíritu de Dios. Te recomiendo esta oración que yo hago siempre. “Oh Espíritu Santo, amor del Padre, y del Hijo, inspírame siempre, lo que debo pensar, lo que debo decir, cómo debo decirlo, lo que debo callar, cómo debo actuar, lo que debo hacer, para gloria de Dios, bien de las almas y mi propia Santificación.
Espíritu Santo, dame agudeza para entender, capacidad para retener, método y facultad para aprender, sutileza para interpretar, gracia y eficacia para hablar.
Dame acierto al empezar dirección al progresar y perfección al acabar. Amén”.