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Carlos Alberto Valdivia, en el 2001, recibió un tiro por equivocación, desde entonces no volvió a caminar. LA PRENSA/ Y. FLORES

Carlos Alberto Valdivia, en el 2001, recibió un tiro por equivocación, desde entonces no volvió a caminar. LA PRENSA/ Y. FLORES

Víctimas de balas perdidas

Quiso el azar que estuvieran en el momento y en el lugar equivocado cuando un arma se disparó y una bala tocó sus entrañas y alteró sus vidas, en algunos casos acabó con ellas.

Recuerda bien la hora, porque era el momento del juego: las 7:00 de la noche. En ese momento, Carlos Alberto Valdivia Gutiérrez salía a jugar a media cuadra de su casa, en el sector del tope en La Loma de Chico Pelón, en el barrio Los Ángeles. A esa hora, en ese lugar, era habitual la jugadera de los chavalos. A su lado saltaba una niña de un año, hermanita de uno de sus amigos, cuando se oyó la detonación que alcanzó la humanidad de Carlos Alberto.

Una bala que disparó el cadete de un taxi penetró a escasos milímetros de la yugular de Carlos Alberto. “Por una milésima casi me la rompe”, dice el hombre de cara lampiña sentado en una silla de ruedas en la entrada de un colegio. Es el mismo que hace 15 años recibió ese balazo cuando jugaba en su vecindario.

A estas alturas, su explicación sobre lo que pasó es la siguiente: “El cadete del taxi, que iba con sus tragos, le disparó a unos vagos que se iban corriendo” y en esa persecución hizo varios disparos con una pistola nueve milímetros, y uno de esos tiros lo recibió él por casualidad.

En LA PRENSA se publicó la noticia: Balean a niño de nueve años, y se detalla que el taxista perseguía a “vagos” que le tiraban piedras a los vehículos y transeúntes.

De inmediato, el menor herido fue trasladado al hospital más cercano, el Bautista, donde lo atendieron de emergencia y luego lo llevaron al Lenín Fonseca, donde atienden este tipo de traumas.
Desde aquel miércoles de octubre Carlos Alberto, que estaba en tercer grado, no volvió a caminar ni ir a la escuela.

Pasó tres años y medio en una cama. Carlos Alberto explica que la bala, que aún sigue alojada en su cuerpo, en su brazo derecho, le afectó la médula, y por eso quedó confinado a una silla de ruedas.

El pronóstico médico era que no iba a moverse nunca, pero con una sonrisa apenas dibujada, dice que revirtió ese diagnóstico y que no solo se incorporó a una silla de ruedas, sino que apoyado en un andarivel logra dar unos pasos al interior de su casa.

Eliezer Marín fue herido de bala el 10 de noviembre del 2008 en una marcha contra el fraude.  LA PRENSA/Jader Flores
Eliezer Marín fue herido de bala el 10 de noviembre del 2008 en una marcha contra el fraude. LA PRENSA/Jader Flores.
VÍCTIMAS INFANTILES

Las páginas de los diarios y los telenoticieros de sucesos, de vez en cuando, dan cuenta de casos como el de Carlos Alberto: menores que jugaban en la calle, o dentro de sus casas, y de repente sucede un tiroteo, disparos que irrumpen en el área de juego y la pólvora rompe las sonrisas infantiles.

Eso pasó el 15 de octubre del 2015, en un calle angosta del barrio El Riguero, a eso de la 1:30 de la tarde, recién pasado el almuerzo.

Una pacotilla de primos entre los 3 y 13 años, más o menos, habían vuelto de clases a mediodía, almorzaron y luego puestos a jugar en el mismo lugar donde siempre lo habían hecho: debajo del alero del corredor de la casa, a un lado de la acera en el callejón.

Decoraba la escena, un carro estacionado a la orilla de la casa. Era de un señor que llegaba a almorzar a la casa donde viven los niños, donde realmente duermen ocho niños, distribuidos en tres familias con parentesco entre sí.

Previo al juego de los menores, había llegado un par de hombres del barrio Habana a amenazar al vecino de enfrente, recuerdan Emelina Guido y Horiana Gutiérrez.

Los hombres volvieron armados cuando los niños jugaban. Guido dice que escuchó un ruido como de triquitraques. Estaba al fondo del patio y creía que era parte del alboroto de los chavalos, pero oyó gritos y se dejó ir hasta el portón donde alcanzó a ver a dos de los niños en el suelo. Estaba a unos tres metros, pero sintió que se tardó una eternidad en llegar hasta la entrada que su suegra estaba cerrando a toda prisa tras el tiroteo.

El pequeño Miguel Ángel Sarmiento Barahona fue impactado por una bala, de un revólver 9 milímetros, el último domingo de febrero de este año.  LA PRENSA/ M. ESQUIVEL
El pequeño Miguel Ángel Sarmiento Barahona fue impactado por una bala, de un revólver 9 milímetros, el último domingo de febrero de este año. LA PRENSA/ M. ESQUIVEL
DOS PRIMOS BALEADOS

Uno de los menores en el suelo era Cristian Joel Delgado Guido, hijo de Emelina, y la otra niña era Ashley María Jiménez, hija de Horiana, también de 9 años. Ambos son primos y sangraban cada uno de la pierna derecha.

Los niños contarían después que el vecino perseguido dio varias vueltas alrededor de ellos intentando escapar de los hombres que disparaban una pistola 9 milímetros y un revólver 35.
Horiana Gutiérrez dice que estaba desesperada y no hallaba qué hacer, pero por fortuna el señor que almorzaba les ofreció el carro y de inmediato se fue al hospital La Mascota. En el trayecto, los menores iban morados, al borde del desmayo, repetían una y otra vez que iban con sueño.

En el caso de Ashley la bala le partió el largo hueso del fémur. Se le miraba.

“Mama tengo mucho sueño, no me quiero morir. Decile a mi mamita que yo la quiero. Se estaba despidiendo en ese momento”, recuerda Horiana y agrega que “los doctores los atendieron bien”.

A Cristian Joel la bala le entró por encima de la rodilla y le salió por la parte trasera de la pierna. No le alcanzó la rótula. Emelina dice que el médico estaba valorando operarlo, pero no hubo necesidad porque la bala no le partió el hueso, explica la madre.

Mientras que a Ashley tuvieron que ponerle clavos en la pierna para ayudarle a reconstruir el hueso de la pierna.

Cuando ocurrieron los hechos, ninguna de las dos madres pensó en ir a la Policía, pero después sí denunciaron y acusaron a los autores de las lesiones contra sus hijos. Para sorpresa de ambas, después de varias audiencias, el juzgado que lleva el caso decretó nueve meses para los hombres. “Nos decepcionamos de la justicia. Es triste escuchar eso”, dice Gutiérrez, quien recuerda que el día de la lectura de sentencia a su niña le quitaban los clavos en la pierna y comenzaba el proceso de fisioterapia que lleva varios meses y continúa. Los lunes y los viernes, Ashley cumple con una rutina de fisioterapia.

A simple vista, ninguno de los niños parecen tener lesiones en sus piernas, caminan sin falsear y corren, aunque sus mamás están todo el tiempo detrás de ellos diciéndoles que no se muevan tanto.

A Cristian Joel le gustan los deportes, pero por ahora no puede practicarlos.

Esas balas alteraron la vida de los niños y de la familia. Ellos no pudieron terminar el año escolar, pero como faltaba poco menos de un mes los promediaron y aprobaron el grado. Pero desde ese hecho, nunca más volvieron a jugar en la calle, y la abuela que los arrastró cuando los auxilió a la hora de las balas, nunca volvió a echar y vender tortillas en el callejón. “Quedó muy nerviosa”, dice Gutiérrez.

Ashley Jiménez y Cristian Delgado, niños víctima por accidentes de pistoleros  en el barrio  El Riguero. LAPRENSA/Uriel Molina
Ashley Jiménez y Cristian Delgado, niños víctima por accidentes de pistoleros en el barrio El Riguero. LAPRENSA/Uriel Molina.

 

Muchos tirados

De los delitos que se cometen, con armas de fuego en el país, el número de los lesionados es de los más altos, según estadísticas de la Policía Nacional. Solo en el 2015 se registraron 5,405 lesiones por arma de fuego, de las cuales 1,644 ocurrieron en el departamento de Managua seguido de Matagalpa y Granada con 388 y 355. Mientras que ocurrieron 162 asesinatos en todo el país y 330 homicidios con armas de fuego. Y en Managua, Matagalpa y la RACCS (Región Autónoma de la Costa Caribe Sur) se registraron la mayoría de los casos, seguidos por Jinotega.

JUGANDO CHIBOLAS

La muerte de Miguel Ángel Sarmiento Barahona, de cuatro años, también fue noticia en periódicos y noticieros el último domingo de febrero.

El niño estaba jugando chibola cuando una bala, que iba dirigida a otros, perforó su pecho y le salió por la espalda. El niño sobrevivió con el cuerpo herido hasta el hospital. Entre sollozos suplicó que quería ver a su “papito”, pero exhaló antes de que este llegara.

Miguel Ángel Sarmiento también fue víctima de una bala de nueve milímetros, que se equivocó de blanco.

Casi seis meses después de la muerte de su hijo, Miguel Sarmiento, el papá, y su abuela, entre lágrimas, vuelven a contar lo que salió en los medios: que los tíos estaban tomados, discutían con un hombre que estaba armado en una cuartería del barrio San Francisco, en Masaya, y en el clímax de la discusión y los gritos, el hombre saca el revólver y dispara.

La bala impactó al niño que era fanático del Real Madrid, como su papá. Tan solo unos días antes había logrado que su papá le regalara el uniforme de ese equipo. “Bajo mi pobreza todo gusto que mis hijos han querido, se lo he dado”, dice Miguel Sarmiento, quien desde la muerte de su pequeño no ha dejado de ir a la Policía para saber si han capturado al que mató a su hijo.

El autor del disparo fue identificado como Julio César Pérez Quintero. Hasta donde han indagado los parientes, Pérez Quintero, alias “El Chibolón” está libre y habita en Jinotepe, Carazo.

En una fotografía aparece el pequeño Miguel con unas gafas que sobrepasan el marco de su cara. “Mi nieto era lindo, era popular”, dice la abuela consternada aún por la muerte del nieto que vivía con ella.

Este año, Miguel Ángel iba a entrar a la escuela. Su papá dice que le había dicho que le compraría el uniforme y cuadernos. “Tenía pensado muchas cosas para él”, dice el papá.
Además Miguel Ángel, tiene una niña de siete años que ha quedado bastante afectada por la desaparición de su hermano menor. Su abuela, habitante del barrio El Repliegue, Masaya, donde permanecía la mayor del tiempo, todavía no encuentra consuelo a su muerte.

“Me siento inconforme, porque no me han dado respuesta. Miro muchos casos que ha habido y la Policía en Managua le da respuesta rápidamente. Voy a la Policía y pregunto y solo me dicen que están trabajando”. Miguel Sarmiento, papá de un niño de 4 años que murió de un tiro en el pecho cuando jugaba en el patio de su casa. LA PRENSA/Manuel Esquivel
“Me siento inconforme, porque no me han dado respuesta. Miro muchos casos que ha habido y la Policía en Managua le da respuesta rápidamente. Voy a la Policía y pregunto y solo me dicen que están trabajando”. Miguel Sarmiento, papá de un niño de 4 años que murió de un tiro en el pecho cuando jugaba en el patio de su casa. LA PRENSA/Manuel Esquivel.
REHACEN VIDA SIN JUSTICIA

Pese a la reconstrucción de hechos y nombres, las familias afectadas consideran que en ninguno de los casos se ha hecho justicia.

En el caso de los niños de El Riguero, las mamás esperan apelar la sentencia en contra de los dos pistoleros.

Mientras que Miguel Sarmiento no entiende por qué no actúan si la Policía de Masaya y Carazo manejan la información de dónde está el que tiró a su pequeño.

“Que se ponga la mano en la conciencia que al que mató fue una criatura, no fue un perro, no fue un vago, no fue un drogadicto. Se siente hombre por andar protegido y armado. Si esto va a salir en una noticia que se dé cuenta que es un cobarde, que no se agarra los pantalones como hombre que es y se dé cuenta lo que hizo”, dice Sarmiento, quien todavía no se repone de la muerte de su pequeño.

 

Por trifulca política

A sus 15 años, Eliézer Marín se convirtió en una de las cuatro víctimas por armas de fuego que reportó la Policía Nacional, tras los comicios municipales del 2008. Marín contó a LA PRENSA, siete años después de haber recibido el balazo, que ese día salió con sus hermanas a la manifestación de apoyo al político Eduardo Montealegre, candidato a la Alcaldía de Managua por la Alianza PLC “Vamos por Eduardo”. Un impacto de bala lo derribó. Desde entonces, Marín ha pasado por distintas terapias. Camina con apoyo de muletas y todavía va a rehabilitación, según contó a LA PRENSA en noviembre pasado. Los autores de esa bala que se alojó en su espina dorsal, nunca fueron presentados por las autoridades. La Fiscalía tampoco presentó pruebas ni indicios de investigación sobre lo que sucedió aquel 10 de noviembre.

FUTURO

A Carlos Alberto Valdivia la bala le truncó muchas ilusiones. “Quería ser veterinario. Me encantan los animales. Desde pequeño se crió con sus abuelos que tenían gallinas, perros y cada vez que se enfermaban buscaba cómo curarlos, me sentía parte de ellos, que un día podía hacer algo por los animales”, dice este hombre de 25 años que, después de tres años y medio en cama, no quiso volver a la escuela.

Valdivia le agradece a muchas mujeres del vecindario que estuvieron pendientes de su recuperación y que lo apoyaron siempre, pero él reconoce que aquella bala que pretendía espantar a unos pandilleros, y se quedó alojada en su cuerpo, cambió todo.

“Le agradezco a la terapeuta Sonia Machado (del centro de rehabilitación Aldo Chavarría)” dice, y agradece a su mamá, Josefa Dolores Gutiérrez, que siempre ha estado con él.
Hace cinco años se casó y hace cuatro es papá de una niña, a quien espera darle las oportunidades que él no tuvo. Valdivia pasa las mismas vicisitudes de otros que usan silla de ruedas en el país. Dice que el transporte es muy hostil con ellos. Le gustaría decirle al presidente que ponga a funcionar las rampas de los buses para las personas en silla de ruedas, que hasta ahora no han funcionado.

A veces también le cuesta pedirle apoyo a la gente en la calle, “porque si ven que uno se acerca creen que es para pedirles”, dice Valdivia, quien entre sus sueños tiene el proyecto de cantar y grabar un disco de música religiosa.

Cristian Joel Delgado Guido, con su mamá Emelina Guido y Horiana Gutiérrez, con su pequeña, Ashley Jiménez.  LA PRENSA/ U. MOLINA
Cristian Joel Delgado Guido, con su mamá Emelina Guido y Horiana Gutiérrez, con su pequeña, Ashley Jiménez. LA PRENSA/ U. MOLINA

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