Diálogo
Daniel Ortega calcula que por mucho mal que haga siempre le quedará el recurso del diálogo para salir por sus propios pasos, cargando lo que quede de su patrimonio y partido. Nada en aguas peligrosas atenido a ese salvavidas llamado “diálogo”. Para él, sin embargo, el diálogo no es “la solución”. El diálogo, si es que llegara hasta ahí, sería como la eyección desde un avión que se va a pique.
Plomo y garrote
Para Ortega, la solución soñada es la del plomo y el garrote. Nicaragua, calcula, ya debería haber entendido que lo mejor que le puede suceder es aceptar la paz que le ofrece. Una paz donde se puede vivir sin que se le eche preso ni se le mate, siempre y cuando no se proteste ni se le dispute el poder. Tal como estaba el país antes del 18 de abril. En ese intento de convencernos ya lleva al menos 325 muertos, 700 presos políticos y miles de exiliados.
Negociación
Cuando decimos “diálogo” entiéndase “salida negociada”. Diálogo es, en buena ley, un intercambio de opiniones y puntos de vista. De lo que se ha hablado aquí siempre es de una mesa donde las partes en conflicto se sienten, dice cada quien qué quiere y qué está dispuesta a ceder. Y se encuentren soluciones consensuadas. Esa, a mi criterio, sigue siendo la mejor salida para todos, incluso para Ortega, Murillo y sus seguidores.
Desacuerdo
El problema es que ni siquiera en el concepto de diálogo o negociación nos ponemos de acuerdo. Cada quien lo ve a su manera. Ortega, por ejemplo, llegado al punto, quisiera uno donde tenga el control. Que la contraparte sean los partidos zancudos que tanto le costó criar, y de mediador o garante alguien al estilo Wilfredo Penco o, de ser posible, el siempre confiable Roberto Rivas. Algunos partidos zopilotean alrededor del diálogo a la espera de un festín. Otro sector opositor, piensa en el diálogo como una capitulación de Ortega. Una mesa desde donde saldrá esposado a pagar por sus crímenes. Y están, por supuesto, los que ven el diálogo como una puerta de salida para la fiera herida y acorralada que es ahora Ortega. Que se vaya para que no haga daño.
Ilegitimidades
El mundo cambió y Ortega parece no darse cuenta. Debería estar tomando nota de lo que sucede en Venezuela. Si la ilegitimidad de Nicolás Maduro deviene de un ejercicio electoral simulado, la de Ortega, que también podemos discutir su origen electoral, surge principalmente de la acción criminal con que respondió a la protesta ciudadana partir del 18 de abril. Cualquier presidente decente hubiese puesto su renuncia, o por lo menos, se hubiese sometido a un referéndum desde los primeros muertos. Por el contrario, persistió en la repuesta de “plomo y garrote” y trastocó su papel de victimario para ofrecerse como víctima en un relato oficial que no aguanta razonamiento y solo puede aceptarse por fe o cobardía.
Alucinante
Y ahí está el otro pegón del diálogo: para Ortega son tan golpistas o terroristas como sus víctimas, aquellos que se niegan a dar por cierto su alucinarte relato donde habría una conspiración mundial dirigida por Estados Unidos para sacarlo del poder, envidiosos de su gobierno que había traído prosperidad. No acepta más mediador que quien acepte como dogma su relato. Cada día tiene que llamar “golpista” y “terrorista” a más personas, países y organismos que rechazan o ponen en duda su relato. Sin quererlo, da las pruebas de la irracionalidad de sus propias acusaciones.
Salvavidas
No deberíamos, y ojalá nunca suceda, llegar a una guerra civil. Ni siquiera deberíamos llegar a una situación como la de Venezuela donde el resto de países ha decidido sancionar y desconocer al régimen. Ortega debería entender que pedir elecciones adelantadas o su renuncia no es un golpe de Estado. Ni protestar es terrorismo. Que ya no se puede, en nombre de la soberanía, mantener a un país secuestrado. La solución sencilla, pacífica y civilizada, es el diálogo y las elecciones. Si sigue así, abusando de su poder, podría incluso perder ese salvavidas, cerrar esa puerta, como parece que ya le está pasando a Nicolás Maduro en Venezuela.