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“Cantemos el oro, amarillo como la muerte”

El viernes 4 de diciembre del 2020, sucede un deslizamiento de tierra en la mina La Esperanza, en San Carlos, Río San Juan. Según las noticias, dos mineros fallecieron. ¿Cuántos quedaron soterrados? ¿Siete, diecisiete, dieciocho? Quién sabe…

Al lugar acudieron miembros de instituciones públicas, bomberos. Al día siguiente, después de diecisiete horas y media, se canceló la búsqueda, seguramente se tenía certeza de que nadie había en el fondo de la mina o por imposibilidad de continuar.

Recuerdo cuando en el 2010, en Chile, quedaron soterrados 33 mineros en la mina San José, a 720 metros de profundidad. Permanecieron durante 69 días, los rescatistas hacían lo posible por mantenerlos vivos y sacarlos. Al comienzo, el gobierno desistió del rescate, pero la presión de la población, medios de comunicación, organizaciones y familiares logró que se continuara. Recuerdo, gracias a las publicaciones, cómo se atendió la emergencia y cómo fueron saliendo uno por uno.

Lo güiriseros de La Esperanza son mineros artesanales que andan buscando la vida, sin condiciones para su trabajo, sin protección legal ni material, no pertenecen a una compañía explotadora y contaminadora legal, por eso no tuvieron acompañamiento de empresas privadas ni se previó el deslizamiento, debido a la saturación de la tierra, por los huracanes.

Desde los sucesos de Chile, me pregunto: ¿Cuánto del oro que se extrae sirve para hechos de verdadera importancia? ¿Qué les queda a ellos, en qué condiciones trabajan? ¿Cuánto daño causa la minería al ambiente y a la salud? ¿Mejoran las condiciones cuando aumenta el precio del oro? ¿Qué le queda a la comunidad? Quizás tan solo la esperanza de un hoy para sus hijos.

Además de la exposición a trabajos riesgosos, la minería provoca la contaminación del ambiente, aire, agua, suelos; erosión, deforestación, envenenamiento de animales, contaminación con metales, intoxicaciones, enfermedades y hasta la muerte. Es claro, el metal no es el culpable.

¿Por qué, entonces, tanto interés por el oro? Su símbolo químico es “Au”, por su nombre en latín “aurum”, “amanecer radiante, brillo del sol naciente”, en alusión al brillo del amanecer. “Es brillante y bello y no se oxida”.

Por eso se utiliza en joyería, electrónica, enmarcado de obras de arte, trofeos, medallas. “Cerca de tres cuartas partes de su producción mundial se consume en joyería. Sus aplicaciones industriales, especialmente en electrónica, consumen 10-15 por ciento. El remanente está dividido entre los empleos médicos y dentales, acuñación y reservas para el gobierno y particulares”. (https://www.lenntech.es/periodica/elementos/au.htm)
También, desde los sucesos de Chile, me pregunté: ¿para qué me sirve un anillo, una cadena, unos pendientes? Y me dije: puedo prescindir de ellos. ¿Qué resuelvo con esto? Nada. Otros sí podrían ayudar, creando condiciones, capacitaciones, guías para prevención. O para clausurar minas y emprender trabajos diferentes.

Mientras tanto, los mineros que se defiendan solos; y con Rubén Darío:

Cantemos el oro (…) rey de la mina, donde el hombre lucha y la roca se desgarra.

Cantemos el oro, porque podemos ser unos perdidos, y él nos pone mamparas para cubrir las locuras abyectas de la taberna, y las vergüenzas de las alcobas adúlteras.

Cantemos el oro, río caudaloso, fuente de la vida, que hace jóvenes y bellos a los que se bañan en sus corrientes maravillosas, y envejece a aquellos que no gozan de sus raudales.

Cantemos el oro, amarillo como la muerte.

La autora es educadora y abogada ambientalista.

Opinión minas oro Rubén Darío
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