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La revolución posindustrial y los billonarios

Estados Unidos atraviesa el intento de una revolución inédita liderada por su élite tecnológica y los grandes medios de comunicación. Este proceso combina características de varias revoluciones señeras e indicaremos algunos rasgos de aquella: A. No afectará a la propiedad privada. Antecedente: la revolución independentista estadounidense. Esta revolución liberal defendió a la libre empresa. Dicho antecedente solamente coincide en este punto con la revolución en ciernes porque —en otro campo— los patriotas forjaron la primera Constitución democrática de la historia, mientras la revolución propuesta aspira a aherrojar la mente colectiva con su “hegemonía comunicacional”.

B). Hasta hoy —por no haber violencia general— se asimila (parcialmente) a las revoluciones centro europeas que derrumbaron pacíficamente a las estructuras comunistas. C. Se parece a la revolución bolchevique en: 1. Las promesas de un futuro maravilloso, pero con metas antidemocráticas. 2. Ambos casos presentan élites organizadas utilizando masas y demagogos radicales. Difieren, sin embargo, en los mecanismos de poder: son dos mundos diferentes. Los comunistas lucharon desde la llanura; la revolución en ciernes es encabezada por una encumbrada élite supermillonaria. Veamos el valor de algunas empresas que controlan o censuran a placer el flujo de ideas e influyen mundialmente en miles de millones de personas. Microsoft: $ Un millón (trillón en EE.UU.) 61,000 millones. Otras (en millones): Facebook, 528,000; Amazon, 160,470; Instagram, 100,000; WhatsApp: 61,000. No tienen paragón en la historia. 3. La revolución bolchevique eliminó sistemáticamente a la “pequeña burguesía”. Para el movimiento tecno-dictatorial y del corruptor entretenimiento hollywoodense, la clase media no es prioridad. Lo es la lealtad de las capas dependientes de la asistencia estatal, a pagarse principalmente por esa clase media, motor económico y base de la estabilidad nacional. El proyecto huele a ruina de pequeñas y medianas empresas. En este esquema participan grandes diarios, cadenas de TV partidarizadas y analistas-propagandistas que abdicaron su legítima y honesta función informativa.

¿Qué persigue esta élite ultrarrica? ¿Satisfacer su tierna conciencia social? ¡No! Buscan el máximo poder. Un ordenamiento orweliano: tiranía mental e institucional. Su orientación política proviene del sistema educacional norteamericano, penetrado en todos sus niveles durante décadas por el marxismo cultural, de viejas raíces en Antonio Gramsci. La tradicional lucha de clases enfocada en lo económico falló en los países desarrollados. Entonces la reemplazaron con una lucha multifrontal contra la “superestructura” (los valores cívicos falsificando la historia, ataques sistemáticos a la familia, a la ética y la moral vigente…). ¿Herramientas? El marxismo subyacente en el posmodernismo, la ideología de género, la guerra racial. El globalismo se traslapa con este panorama dominado por élites mundiales con notables aliados como el papa Bergoglio. Él manifestó inequívocamente su visión globalista en encíclicas, pero hay exégetas bergoglistas que minimizan el asunto. El tema tiene importancia mundial. Por ello, aplaudir alegremente al inédito movimiento antidemocrático ya indicado (salpicado por el terrorismo de grupos como BLM y Antifa) resta autoridad a quienes exigen democracia para Iberoamérica.

El autor es doctor, PhD, en Estudios Internacionales.

Opinión Marxismo medios de comunicación
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