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Vidaluz Meneses o la palabra que arde

Bibliotecóloga, ensayista, activista cultural y social, Meneses entra por la puerta grande del llamado Coro de voces femeninas de la poesía de mujeres nicaragüenses, suscritas en los años setenta, con Michéle Najlis, Rosario Murillo, Gioconda Belli con su erotismo, sumándose las poetas pioneras, María Teresa Sánchez y Mariana Sansón, entre otras

Los sonetos de Darío

Ricardo Llopesa, el crítico e investigador dariano, habla de su nuevo libro, Sonetos completos, de Rubén Darío, una obra que le ha llevado años realizar y que esta vez será publicada en España por la editorial Visor

Angustia y drama

Disertaciones sobre el poema Peregrinaciones, de Rubén Darío y su dicotomía existencial

Darío vigente y grande

De niña María Esthela Calderón encontró la magia de la poesía de la pluma de Rubén Darío, poeta al que reconoció de inmediato como su maestro; hoy conduce los Simposios Internacionales dedicados en su nombre y comenta la importancia de los mismos.

Entre la selva Lacandona

Se autorretrata “devoto de la Diosa Naturaleza, e hijo espiritual de Rubén Darío”, al que conoció leyendo los versos libres de Canto de Vida y Esperanza

“Cada simposio renace al genio”

María Manuela Sacasa, escritora leonesa, habla de su relación desde muy niña con la figura de Rubén Darío, el ambiente familiar y las lecturas de Salomón de la Selva que la llevaron a conocer mejor ese mundo

Los Moridores

“El que cierra los ojos se convierte en morada de todo el universo”

Poema a las memorias del agua

Dos poemas para Francisco Ruiz Udiel La Lluvia con su letanía de rostros cae pues incesante su paciencia es. “Una gota no se parece a otra —decía el abuelo— solo la multitud opina lo contrario” mientras tomaba su guitarra y entonaba canciones que versaban sobre tormentas naufragios y llanto.

Agenda del desempleado: De la ciudad y el hombre

La imagen surrealista del comienzo se continuará a través de todas las páginas de este texto alucinante, en donde el sueño de la razón crea monstruos. El protagonista está acostado, y esta placidez, o más bien terror, de no estar ni dormido ni despierto, vivir en el limbo, le provoca sueño, origen de todas sus pesadillas que son comunicadas al lector o lectora en un lenguaje que hace añicos la imagen, hace añicos la palabra: “Voy corriendo entre nebuloso y aburrido por un camino desolado, pensando que la gente me ve”, ese correr no termina. En ese viaje todo sufrirá una metamorfosis kafkiana: la ciudad y el hombre y la mujer que la habitan. La ciudad ocupa un lugar importante en este relato, la ciudad es el teatro, el escenario de ese absurdo que ocurre a cada instante.