El autor de una canción popular, que suena por todas partes el 31 de diciembre y el primero de enero, asegura que no olvida el año viejo porque le ha dejado cosas muy buenas. Pero al año viejo tampoco hay que olvidarlo por lo malo que deja.
Tal es el caso del grave deterioro que ha sufrido en este año la calidad de la institucionalidad democrática del país, la cual, cuando es buena honra a la persona humana, pero si es mala la degrada y ofende su dignidad.
Observadores políticos y representantes de la sociedad civil, que por su trayectoria y conducta tienen credibilidad y merecen respeto, coinciden en que el 2014 ha sido un año horrible para la institucionalidad democrática en Nicaragua. Sin embargo, los partidarios del Gobierno —incluso personas que no lo son, pero por conveniencia se han acomodado al sistema— aseguran o repiten que ha sido muy bueno este año. Lo cual se explica porque, como dice muy bien el antiguo refrán español, cada quien habla de la feria según cómo le va en ella.
Sin embargo es un hecho inobjetable que el 2014 ha sido un año desastroso para la institucionalidad democrática del país, que se comenzó a construir en 1990 después de mucha violencia política y derramamiento de sangre, pero se frustró y comenzó a retroceder en 2007, cuando Daniel Ortega volvió a ser presidente de Nicaragua.
Entre los hechos ocurridos en 2014, por lo cual según algunos analistas ha sido uno de los peores años en la historia de Nicaragua, se menciona en primer lugar la contrarreforma constitucional y las nuevas leyes de la Policía y el Ejército, mediante las cuales Daniel Ortega consolidó su control absoluto sobre todos los poderes públicos e instituciones del Estado. Y también hay que mencionar la Ley del Canal, que le permitió entregar la soberanía nacional y la integridad territorial y uncir el país a la carreta de los intereses geopolíticos y los objetivos estratégicos de China comunista en el hemisferio occidental.
“Ya no tenemos institucionalidad en el país”, declaró a LA PRENSA el académico y dirigente de la sociedad civil, Carlos Tünnermann Bernheim. Mientras que el jurista y exdiputado liberal José Pallais aseguró que 2014 fue el año en que Daniel Ortega “terminó con la poca institucionalidad que había en el país”. Y el también jurista y académico universitario Oscar Castillo señaló que en este año se le ha dado “una estocada profunda al proceso de construcción de la democracia y el Estado de Derecho”.
En realidad, al concluir este año, a Ortega ya no le queda prácticamente nada por conquistar. Todos los poderes institucionales y fácticos de Nicaragua están dominados por él o los ha ido neutralizando. Jamás en la historia nacional un gobernante había acumulado tanto poder político y económico, institucional y social como Daniel Ortega. Ni siquiera los Somoza.
Pero esta situación no puede durar para siempre. Si la dictadura ha vuelto a Nicaragua, la democracia también tendrá que volver. Esta es una ley de la historia que los dictadores pretenden desconocer y esquivar, pero es de ineludible cumplimiento.
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