La República de Papel
Por Pablo Antonio Cuadra
Escrito de PAC en conmemoración del 50 aniversario de LA PRENSA. (Marzo de 1976)
Antes de la última y larga censura que –desde diciembre de 1974 hasta hoy ha eliminado de Nicaragua, entre otros fundamentales derechos humanos, la libertad de expresión– escribí un artículo editorial sobre LA PRENSA que titulé La República de Papel.
Me parece que ese título resume mejor que ningún otro el historial de este periódico cuyo 50 aniversario celebramos. ¿Qué significa?
En América, las tendencias políticas pueden fundamentalmente dividirse –y, por desgracia, frecuentemente se mezclan- en dos corrientes contrapuestas: Las reaccionarias que tienden a mantener las estructuras de una sociedad feudal, es decir, de una sociedad organizada artificial y arbitrariamente desde arriba, en la cual no existe otra “comunicación” que la que viene de arriba abajo en forma de mando; y las progresistas que luchan por establecer una sociedad democrática, es decir “intercomunicada”, dialogante, donde lo que priva no es el mando, sino la ley. La sociedad feudal está construida como pirámide. En ella no cuenta la opinión pública sino la voluntad de arriba, la voluntad de uno solo en el vértice. La sociedad democrática está construida como una gran mesa redonda donde los ciudadanos, iguales ante la ley, aunque eligen una autoridad, participan con su opinión, su fiscalización y sus iniciativas, en las decisiones que a todos atañen y en igual forma perciben los beneficios sociales, económicos y culturales de la comunidad.
En Nicaragua, hasta diciembre de 74 –es decir, antes de la censura– se había producido un hecho paradójico: La corriente feudal –usurpando el poder y ejerciéndole despóticamente– usaba toda su fuerza y su riqueza para estructurar la sociedad nicaragüense en forma de pirámide, aboliendo una a una todas las con- quistas logradas desde la Revolución Francesa y reduciendo todo el esquema constitucional republicano de la tradición jurídica nicaragüense al mando único y absoluto (y además heredado) de una sola persona.
Frente a esta corriente arbitraria, cada vez más oprimida, cada vez más asediada había logrado conservar –no sin grandes luchas y sacrificios– “la libertad de Prensa” escrita (libertad constantemente amenazada pero existente) dentro de la cual, por su mismo historial de lucha, el Diario LA PRENSA se había convertido en el ultimo baluarte de republicanismo. La República sólo funcionaba (como mesa redonda de opiniones libres, como diálogo, como libertad de crítica y de iniciativas) en un trozo de papel.
Si no había un Poder Legislativo libre y verdaderamente representativo, la voz del pueblo tenía su curul o su escaño en esa República de Papel; si no funcionaba con independencia el Poder Judicial, la denuncia o la queja o la crítica del pueblo mantenían viva en el papel la idea de justicia republicana; donde apuntaba un injusto privilegio, en el papel se reclamaba la igualdad y cada vez que se cometía un abuso, el papel oponía y recordaba la ley. Esta conciencia viva –resistiéndose en el baluarte de un periódico– hizo de LA PRENSA algo más que un diario: la hizo Historia. De tal modo que todavía hoy, bajo mordaza, sin editoriales, prohibidas hasta las quejas más elementales justas, LA PRENSA sigue significando no sólo la reserva republicana del pensamiento nicaragüense, sino su voluntad de reivindicación. Aún censurada, es LA PRENSA la que expresa en la conciencia del país, como una bandera a media asta, lo que Nicaragua ha perdido y tiene que recuperar.
La historia de LA PRENSA para mí es la historia, ciertamente heroica, de esa fidelidad. A LA PRENSA se le pueden achacar todos los defectos que se quieran: caídas, omisiones, apasionamientos, fallas, etc., pero ha mantenido encendidas, contra todos los vientos y riesgos, las dos antorchas principales que iluminan la vida democrática: la de la Libertad y la de la Justicia.
Es el fruto de años y años de insistir –y de sufrir por esa insistencia– no sólo en los principios abstractos, sino en los casos concretos de cada día y de cada persona que atañen, vitalmente, a la libertad y a la justicia de la comunidad nicaragüense. Hoy es un obrero que reclama un derecho laboral. Mañana es una campesina que denuncia una injusticia y que LA PRENSA, a riesgo de ser encauzada por los tribunales feudales, la apoya. El otro día es un municipio que pide una atención urgente. El otro es un editorial que condena un abuso. El otro es la campaña por un derecho político. El otro la petición de un prisionero. Y esta labor que es la “patria de cada uno” lleva anexa sacrificio; digo persecuciones, suspensiones, pérdidas y cárceles. No sólo es letra su historia. Es también un arraigo en el dolor de un pueblo. Un dolor compartido que es el diálogo más hondo.
Y es también una suma de firmas: un censo de solidaridad: los ciudadanos de la República de Papel son miles en 50 años, son los que han usado LA PRENSA como su lengua pública, como su instrumento de lucha, como su cátedra, como parlamento, como tribuna, como tertulia, como defensa, como correo, como vocero, incluso como a LA PRENSA con razón o sin razón, la han amenazado contra esos dos derechos supremos del ser humano: la libertad y la justicia. Y la buscan (y la encuentran) porque LA PRENSA (y sólo así se explica su significación histórica) ha sido algo más de lo que se entiende por periódico o por empresa periodística. Ha sido una República de Papel: es decir, el mapa cotidiano de un territorio libre donde los nicaragüenses escriben, leen y conviven su fe, sus luchas y sus esperanzas democráticas.