Adolfo Acevedo Vogl (*)
Del modelo de Sir Arthur Lewis se desprendía la existencia de un extenso segmento de fuerza de trabajo en la agricultura, cuyo producto marginal era insignificante, cero o incluso negativo, equivalente a la presencia de un enorme desempleo encubierto.
Si el producto marginal de esta fuerza de trabajo fuese positivo, ello significaría que el traslado de esta importante masa de fuerza de trabajo hacia el sector moderno reduciría el producto agregado del sector tradicional, generando escasez de los bienes y servicios (por ejemplo alimentos) que este provee.
Pero el modelo de Lewis suponía el retiro de una gran parte de la fuerza de trabajo y su traslado al sector moderno, sin que ello implique pérdidas significativas en el producto del sector agrícola, lo cual a su vez supone la presencia de rendimientos decrecientes.
La existencia de una fuerza de trabajo excedente en la agricultura se puso en cuestión debido a que, desde el punto de vista de la teoría económica convencional, no podía existir una fuerza de trabajo ocupada cuya productividad marginal fuese cero o negativa, y aun así, tener un ingreso positivo.
La reconciliación entre aquellos que sostenían que en el sector tradicional existía una fuerza de trabajo de una productividad marginal nula o cercana o equivalente a cero, y los que negaban su existencia, se buscó en la diferencia entre la cantidad de tiempo trabajado —en horas de la jornada de trabajo “normal” trabajadas— y el número de personas ocupadas.
En un contexto en que hubiese una gran cantidad de personas ocupadas, pero un importante porcentaje de ellas solo trabajase unas pocas horas de la jornada normal, se emplearía a estos trabajadores hasta el punto que el ingreso de estos se equiparase a la productividad marginal, no del último trabajador ocupado, sino de la última hora trabajada.
Sin embargo, Lewis aclaró que se refería al número de personas ocupadas, y no al número de horas trabajadas. Estas personas que trabajaban un número de horas inferior a la jornada normal, o cuyo ingreso estaba por debajo del mínimo de subsistencia, representaban una gran masa de subempleo o desempleo encubierto.
En la agricultura nicaragüense ciertamente existe un número muy grande de fuerza de trabajo excedente, en términos de trabajadores que padecen de subempleo, equivalentes aproximadamente a la mitad de trabajadores ocupados en el sector.
A su vez, aproximadamente el 84 por ciento de los trabajadores subempleados en la agricultura corresponde a las categorías de trabajadores por cuenta propia y trabajadores familiares sin pago. Al mismo tiempo el 81 por ciento de los trabajadores subempleados ocupados en la agricultura corresponden a trabajadores ocupados por microunidades que emplean de 1 a 5 personas.
Esto significa que la mayor parte del subempleo en la agricultura se concentra en estas microunidades, que se caracterizan por poseer muy poca tierra —con frecuencia en suelos marginales y frágiles— y nulo acceso a los recursos, y cuyo principal activo lo constituye la fuerza de trabajo propia de los jefes de familia (que aparecen como “trabajadores por cuenta propia”) y de los integrantes de la familia (que representan los “trabajadores familiares sin pago”).
Estas microunidades son generalmente unidades económicas de subsistencia, de muy baja productividad, que emplean básicamente fuerza de trabajo familiar y generan un ingreso apenas suficiente para la subsistencia. Con frecuencia, deben complementar sus ingresos con la venta de su fuerza de trabajo para poder sobrevivir.
La denominación de “desempleo encubierto” parece adecuada teniendo en cuenta que, de acuerdo a las bases de datos de la Encuesta Continua del INIDE, el 53.6 por ciento de los subempleados en la agricultura padecen niveles de subempleo que pueden catalogarse como “equivalentes al desempleo abierto”.
La presencia de este extenso ejército de personas subempleadas en la agricultura explica, en gran medida, la baja productividad promedio de este sector. Como lo previó Lewis, el proceso de transformación estructural implicaría el traslado de esta fuerza de trabajo hacia actividades de mayor productividad.
El problema es que ello implicaría que la economía se esté diversificando en la escala y con la rapidez adecuada, a través de la implantación de actividades de mayor productividad capaces de absorber este gran excedente de fuerza de trabajo.
Pero también contribuye a explicar la baja productividad media del sector la inexistencia de las tradicionales instituciones de fomento que proporcionen a las unidades de mayor viabilidad los bienes públicos —infraestructura física, de riego y drenaje, inteligencia de mercados, investigación y extensión— y el crédito de medio y largo plazo, indispensables para poner en movimiento, intensificar y diversificar este sector fundamental.
(*)Economista
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